Muerta de hambre 20 Dic 2005

"Muerta de hambre": El ácido banquete de la palabra

Intramed | Redacción

Desde Gargantúa y Pantagruel hasta La Fiesta de Babette la relación de las personas con la comida ha sido un vehículo propicio para que el arte hable de lo que resiste a la palabra.

 

“Muerta de hambre” es una novela que pone en escena la brutal tragedia de la carne. A dentelladas precisas, breves y contundentes la lengua construye el verdadero escenario, el salvaje material con que el texto adquiere su espesor.

Una adolescente obesa, una niña que no logra contener sus apetitos, una mujer cuyo volumen es todo desmesura. El cuerpo es el campo donde se disputan las batallas de la identidad, del deseo, del reconocimiento.

Un personaje que desnuda los secretos engranajes de una máquina de triturar. Alguien que se ha propuesto cargar el combustible necesario como para alcanzar el estallido que la disgregue en fragmentos dispersos. El cuerpo soporta y reproduce las tragedias de su vida. El deseo maniático de acumular, procesar, explotar. Una forma muy elocuente de desaparecer sin rendirse al silencio.

En esta novela se habla de la familia y de sus siniestros circuitos. Se desnuda sin piedad, mediante una ironía cruel, los laberintos de una existencia hipócrita que cada uno, en mayor o menor medida conoce, desprecia y calla. Una vez desatada la maquinaria nadie resulta ajeno. El lector también sentirá el golpe, la prepotencia de una lengua de la que no podrá resguardarse.

En una época de cuerpos dóciles y dispositivos de control que lo usan como instrumento de domesticación, resulta provocadora una historia que se resiste a la docilidad asertiva de lo bello.

Es todo el maldito mundo el que ingresa por esta boca. Es todo lo que nunca diremos lo que este cuerpo enuncia con alaridos, sin atenuantes. Lo innombrable, lo inefable, se inscribe en la brutal lengua del cuerpo.

La obesidad no es aquí una fatalidad y la obesa una víctima. La obesidad es una estrategia, una empecinada voluntad de hacerse ver, de decir, de herir. La obesidad es el discurso material que adquiere una política del exceso cuando el lenguaje no puede nombrarla. Nada de encender una ternura compasiva, nada de convocar una identificación timorata o una pusilánime piedad. Ahora ajústense los cinturones y resistan. Este cuerpo habla a los gritos y está dispuesto a no callarse nada.

Un texto en primera persona es siempre una confesión.

Pero una confesión puede no ser ese acto de misericordia y de perdón al que estamos acostumbrados. En esta ocasión es una declaración de guerra y una resuelta voluntad de resistencia a la invisibilidad.

La propuesta intenta superar el viejo dualismo mente-cuerpo: “Mis razones son mi materia” dice María Bernabé, y está en lo cierto.

También hay un espacio para la Medicina, para la ingenuidad de un discurso que no puede ver más que lo tiene frente a sus ojos. Encierro, disciplinamiento, la violencia del que cree saber y otras formas de la extrema torpeza de los que sólo tienen respuestas.

Es atractivo e inquietante analizar el modo en que la mirada y la palabra de los otros pueden modelar la imagen que de nosotros mismos tenemos. Resulta revelador comprobar de que secreta manera se construye lo que finalmente somos.

En la era del vacío y la esquizofrenia, mientras se postula el ideal de los cuerpos famélicos, se ofrecen imperativamente todos los excesos de una oralidad desenfrenada.

Esta es la historia de una díscola obesa que resiste, devorándose, aquella contradicción.

Si creíamos haber alcanzado el Nirvana de la estabilidad y el conformismo, esta novela triturará los frágiles cimientos que nos sostienen.

“Instrucciones para ser desdichado: Crea que usted es alguien y después, espere.”

Si creíamos en la fe de la razón y en la serenidad de los fundamentos; esta novela nos quemará las manos y nos perturbará el sueño narcótico que nos abriga. Recorre estas páginas un sismo que, desde las vísceras de la palabra, sacude el pobre suelo sobre el que creíamos caminar.

“La búsqueda de sentido: misión imposible para el ignorante y cadena perpetua para el entendido. Sin razón te beso y me entrego a ti, con ella te abandono.”

Indefensos, desnudos, inermes, la narración nos acorrala y nos enfrenta a un espejo maléfico. Nos obliga a mirarnos, registra nuestra mueca de espanto, y entonces, se ríe sonoramente del patético espectáculo que damos.

Puede Ud. no leerla.

Puede hacerlo y surfear por la superficie de sus páginas haciéndose el distraído.

Puede arrojar el libro contra la pared y quedarse en el silencio reparador de su rutina. Puede hacer lo que quiera para escapar de él.

Pero entonces habrá perdido la oportunidad de recuperar el viejo placer de la lectura.