Muerta de hambre 06 Ene 2006
La Voz del Interior | Carlos Gazzera
Si hubo, en los últimos años e incluso en el último siglo, un objeto de estudio capaz de reunir bajo una única fruición gnoseológica a las ciencias sociales con las ciencias humanas, ese objeto fue el “cuerpo”.
La filosofía, la antropología, la sociología, la semiótica, la teoría literaria, la etnografía, la historia, el psicoanálisis, los estudios culturales, etcétera, se abalanzaron sobre ese objeto porque comprendieron que en su materialidad, en los pliegues de esa materialidad, se ocultaba una significancia cuyo valor heurístico excedía las fronteras particulares de cualquiera de esas disciplinas. El cuerpo, arrebatado así a la exclusiva órbita de la fisiología, se volvía un nervio desde dónde interrogar no sólo a la naturaleza, sino también a la cultura.
Hoy ya casi nadie tiene dudas de que el cuerpo es una construcción cultural que responde a las leyes organizativas de cada una de las sociedades modernas. Interrogar el cuerpo, su morfología, sus prohibiciones, sus limitaciones, sus excrecencias, sus fagocitaciones, sus hábitos, resulta una forma contundente de comprender de qué modo se comporta la totalidad (la cultura, la sociedad, la Ley, el Estado) con esa particularidad (la carnalidad de ese Yo). De algún modo esa tensión, perenne en las relaciones Vida Humana / Naturaleza, Cultura / Barbarie, es lo que Muerta de hambre, la novela de Fernanda García Lao, trae al presente.
Narrada en primera persona, con largos pasajes en presente del indicativo, la historia de María Bernabé Castelar, reduplica la tragedia de esa voz que la estructura: una gorda adolescente de 120 kilos, que transita sus días en la desdicha de desintegrarse bajo un feroz apetito, un hambre que sin duda la lleva a la muerte…
Pero sería ingenuo quedarse en esa referencialidad superficial. El hambre que mata a Bernabé es también una metáfora del mundo presente de los adolescentes que no encuentran con qué saciar sus estómagos vacíos de ideales, de utopías.
Los cuerpos abandonados de los adolescentes gordos que no aciertan en el modo de luchar contra la dictadura de las representaciones magras, casi anoréxicas, llenas de escaparates con Barbies bulímicas que disimulan la felicidad con la ultra delgadez.
¡Pero cuidado! La rebeldía debe estar encausada socialmente porque la mera individualidad, también mata…
¿Cómo hablar de este drama? ¿Cómo interpelar a la sociedad? ¿Cómo intervenir en las representaciones de nuestros modelos de cuerpos enfermos, llenos de vacíos, cuerpos “ahuecados”? Ese parece ser el tópico de esta ficción. Y no es descabellado atribuirle este alcance.
Fernanda García Lao proviene de la dramaturgia. Varias de sus piezas teatrales alcanzaron una repercusión favorable al ser representadas teatralmente (Ser el amo, 2002 y La amante de Baudelaire, 2004), y, como se sabe, la escritura del teatro acostumbra al autor a una búsqueda de la intervención casi instantánea.
Si para el actor el drama inicial pasa por saber cómo neutralizar al público convirtiéndolo en una especie de cuarta pared, para el dramaturgo, esa cuarta pared es el cuerpo de los espectadores que metabolizarán el impacto de lo escrito. La letra penetra el cuerpo, se vuelve cuerpo.
Con Muerta de hambre Fernanda García Lao, una de las voces más promisorias de la nueva dramaturgia argentina desembarca con éxito en el género novela de ficción. Nacida en Mendoza en 1966, exiliada en Francia con su familia en 1976, donde residió hasta 1993, cuando regresó a nuestro país para instalarse definitivamente en Buenos Aires, la obra de Fernanda no ha dejado de crecer en premios y reconocimientos.
Con esta novela, su autora alcanzó el Primer Premio de Novela Fondo Nacional de las Artes 2004. Integraban el jurado de ese Premio, Luis Gusmán, Juan Martini y Esther Cross. ¿Qué más hace falta decir?