La otra casa 26 Ago 2007

James se cobra revancha de su frustración como dramaturgo

La Gaceta | María Eugenia Bestani

El asesinato de una víctima inocente pinta un retrato poco promisorio de la sociedad.

 

La palabra que cierra esta novela es "demasiado". Y asentimos: "demasiado" sucede como para aceptar el restablecimiento del orden sin atisbo de justicia poética después del vil asesinato de una víctima inocente. El arte no es moral ni inmoral, afirmaba Oscar Wilde. Sin embargo, la magnitud del hecho del que somos testigos en La otra casa roza lo indigno. Es atendible, entonces, pensar que el texto esté reclamando una lectura en clave simbólica.

La otra casa, quizás la novela menos conocida del autor de Otra vuelta de tuerca (1898), fue concebida como libreto teatral, con el título de La promesa. Henry James la dejó de lado después del bochornoso fracaso de Guy Domvüle, su segunda obra dramática. El mismo fue abucheado sobre el escenario. Este incidente lo marcó profundamente y tuvo como consecuencia la interrupción de sus aspiraciones a convertirse en un nombre de peso en la escena londinense. Por lo tanto, reescribió La promesa como novela y, en 1896, la publicó bajo el título de La otra casa. A partir de este texto atípico y perturbador, James retomó con ímpetu la ficción y compuso siete novelas más en ocho años, concluyendo con la tríada de Las alas de la paloma (1902), Los embajadores (1903) y La copa dorada (1904).

Las huellas del origen teatral de La otra casa se evidencian en su estructura: tres "libros" divididos en episodios, que hubiesen conformado los tres actos con sus respectivas escenas; en el predominio de diálogos; en los segmentos de narración que semejan acotaciones para una puesta; también es el relato jamesiano con menos penetración en el pensamiento de los personajes, prerrogativa de la ficción más que del drama.

El tono, en el inicio de la acción, es el de una comedia de costumbres tradicional inglesa. No obstante, los diálogos reticentes, escurridizos, van creando una atmósfera de amenazadora inseguridad, donde los personajes victorianos parecen ser "otros'' de los que socialmente reflejan.

La casa a la que hace referencia el título es Bounds (nombre que sugiere ligazón, atadura), mansión campestre habitada por un banquero viudo a cargo de su pequeña hija, imposibilitado de contraer nuevas nupcias debido a una promesa hecha a su esposa moribunda.

Dos jóvenes se disputan sus favores en una intrincada trama de celos encubiertos y sutiles engaños. El momento de mayor tensión está marcado por el crimen, y concluye en una pesquisa con tintes detectivescos que devela la aciaga verdad. Sin embargo, no hay castigo para el culpable, salvo convivir con su naturaleza envilecida. Retomando la interpretación simbólica, en la trama literalmente se ahoga a la inocencia, víctima de la locura de un personaje y la irresponsabilidad de otros. Sobre esta base, el futuro de la sociedad retratada está lejos de ser promisorio.

Desde un plano personal, el biógrafo León Edel habla de un "asesinato purgativo" para James, relacionándolo con su amarga frustración como dramaturgo.

La traducción de Edgardo Russo es cuidadosa al reproducir el contenido juego de reticencias y ambigüedades, algo difícil de lograr, ya que el castellano, a menudo, exige precisiones semánticas que la lengua inglesa pasa por alto.