La otra casa 06 Jun 2006

Las primeras anotaciones sobre "La otra casa"

El Litoral | Henry James

Aunque lejos del argumento definitivo, tal como aparece en la novela que acaba de publicar El Cuenco de Plata, es siempre interesante comprobar cómo nace, crece y se desarrolla ese mundo que será una novela lograda. Uno de los innegables valores que hacen de James un referente de primer plano para tantos escritores actuales estriba en su capacidad reflexiva, de lo que dan prueba sus prólogos, críticas, ensayos y las anotaciones de sus Cuadernos de notas", del cual extractamos este fragmento.

 

26 de diciembre de 1893

En esta silenciosa tarde, en un Londres desierto tras la Navidad, he estado sentado a la lumbre intentando coger la punta de una idea, de un tema". Vagas, evanescentes formas de concepciones imperfectas parecen rozarle a uno la cara con un velo de inspiración, un aleteo de alas impalpables. El espíritu prudente toma nota puntual de lo que pueda ser menos indefinido -de cualquier cosa que acceda a una relativa concreción. ¿Hay materia para un cuento, hay materia para una obra en algo que podría ser más o menos como sigue? Lo que estoy persiguiendo es la obra, pero de todos modos bien vale la pena, asimismo, la otra posibilidad.

Muy brevemente, imagino un joven que ha perdido a su mujer y tiene una hijita, único fruto de esa unión prematuramente frustrada. Del modo más solemne, jurándolo por su honor, ha prometido a la esposa agonizante que du vivant de la niña no volverá a contraer matrimonio. Le ha dado la seguridad más absolutamente sagrada y ella ha muerto creyéndole. Ella tenía una razón, un motivo para pedirle esa promesa: el miedo apabullante a la aparición de una madrastra; pues en su propia vida había existido una que la había hecho desgraciada, que le había oscurecido y estropeado la juventud. Deseaba, pues, evitar que su hijita sufriera un destino parecido. Durante cinco años todo marcha bien -el esposo no piensa en volver a casarse. Se solaza en la niña, se consuela con ella, vigila su crianza y pone la mirada en el futuro. Luego, inevitable, fatalmente conoce una muchacha de la cual se enamora profundamente -con un amor que ni siquiera había empezado a sentir por la pobre esposa muerta. Ella le corresponde el afecto, la pasión; pero el hombre no deja de ver el fantasma de su voto solemne, choca contra la terrible sombra de su sagrada promesa. Ante esta presencia vacila y, mientras la muchacha aguarda, obviamente dispuesta a rendirse, él retrocede, intenta resistir la corriente que lo atraviesa. O bien hay otra figura firmemente engarzada en la acción -figura sin la cual no surgiría drama alguno. Es la de una joven que lo ama, que lo ha amado desde el momento en que lo vio por primera vez, desde que lo conoció du vivant de su esposa. Las circunstancias de este personaje son cuestiones a determinar. Lo esencial es que era amiga y tal vez pariente de la esposa, quien sentía por ella admiración y confianza y en cierto modo le encomendó que comprendiera y protegiese a la niñita a punto de perder a su madre. Mettons, provisionalmente, supuestamente, que era familiar de la esposa, y casada en el momento de la muerte -una mujer joven, ardiente y ya por entonces secretamente enamorada de mi héroe. Un momento -mejor que casada será, pienso, hacerla comprometida, comprometida con un mozo excelente a quien la esposa agonizante conoce, aprueba, en quien se complace en pensar como el futuro de la muchacha, su protector de por vida. En el primer capítulo de mi historia el joven se halla presente -1er. capítulo de mi historia por el cual me refiero íal 1er. capítulo de mi obra! Está sellado el compromiso -no falta mucho para que se casen. Bien, en pocas palabras, la esposa muere, obteniendo la promesa mencionada, y que al mismo tiempo se comunica a la muchacha -probablemente lo haga la misma esposa. En la primera parte del acto es incierto el estado de la esposa -no es del todo seguro que vaya a morir. Cuando su destino se vuelve cierto, la muchacha, por un revirement extraño y abrupto, y en vistas de la renovada demanda de su novio, la exigencia de "poner una fecha", de repente rompe con él, para perplejidad del joven aduce que no puede, que el compromiso ha llegado a su fin. El se retira abatido, y es después de esto que ella se entera del voto que ha asumido el héroe. En este primer acto aparecen también el médico y una segunda muchacha -mi verdadera heroína, quien más adelante cobrará gran importancia aunque en el 1er. acto sólo sea presentada. Pues este primer acto obra a manera de prólogo. Muy, muy brevemente, tanto como para dar el más vago esqueleto y atar el plan con un lazo definitivo, continúo con la mera esencia de la historia. En el Acto II el telón se levanta 5 años más tarde. Mi Héroe, por supuesto, no se ha casado -como tampoco mi Heroína Mala. Está locamente enamorada de mi Héroe. Entretanto él se ha enamorado de la Heroína Buena quien, inocente, sin saber nada, corresponde a su pasión. Mi Heroína Mala tiene un miedo horrible de que se casen; así que, sabiendo cómo es la otra, resuelve ponerla al corriente de la promesa hecha a la esposa, convencida de que, si él la viola, la muchacha lo despreciará. Entonces, en cierto modo, viene lo que vislumbré hace 1/2 hora, sentado frente al chisporroteo del fuego en el atardecer de invierno. Las mujeres tienen una conversación -aquí, de momento, no responderé ni intentaré dar cuenta de vínculos o relaciones, por supuesto-, tienen una conversación durante la cual la chica buena, consternada, se entera de que es la vida de la niña lo que la separa de su enamorado. Desde el punto de vista de la mujer mala, la revelación no surte el efecto esperado. Se rebela, protesta, dista mucho de mostrar la voluntad de darse por vencida. Entonces toma una decisión -resuelve envenenar a la niña, calculando que las sospechas recaerán sobre su rival. Lo hace -y, merced a la teoría de los móviles, las sospechas recaen en la infortunada muchacha. Dos figuras asumen la representación de la opinión pública -el mundo que juzga, se asombra, se espanta-: el médico y una oportuna mujer mayor que ha aparecido en el 1er. acto. Cae la sospecha; se constata que la niña fue envenenada -pero la cuestión es: ¿quién lo hizo? El Héroe, ante la evidencia del hecho atroz, y creyendo por un momento que la responsable es la Heroína Buena, se debate entre el horror y la angustia, pero enseguida, para encubrirla, toma una decisión sublime, cuenta una noble mentira dramática, asume la culpa (puesto que, es demostrable, el móvil se le puede adjudicar a él con igual fuerza) y exclama: "íLo hice yo!". Supongo que así debe terminar el Acto II, tramado de tal manera que tienda una mano mágica a la irrupción del desenlace. (...)

(De "Cuadernos de notas 1878-1911". Edición de F.O. Matthiessen y Kenneth B. Murdock. Traducción de Marcelo Cohen. Ediciones Península, Barcelona, 1989).