La otra casa 06 Jun 2006

Entre el fulgor y la elipsis

El Litoral | Enrique Butti

 

En sus "Notebooks" del 26 de diciembre de 1893, Henry James anota el argumento de una obra, que dos años más tarde figurará en una enumeración de sujets de roman que le rondan por la cabeza. El título que entonces le da es "The Promise" ("La promesa"). Nace como una obra teatral bosquejada en tres actos. Según una carta a August Monod, la abandonó después de que un productor teatral la rechazara. En mayo de 1896 reescribrió con ese argumento la novela "The Other House" ("La otra casa"), respetando las tres unidades de tiempo y espacio proyectadas para el teatro. [Ver nota aparte, con fragmentos del argumento, que posteriormente será sometido a modificaciones sustanciales antes de llegar a la novela tal como la conocemos]. Finalmente, después de haberse "resignado" a no escribir teatro durante 12 años, en 1907 vuelve a la carga con ese género en el que cifraba siempre la ilusión de que le otorgaría fama y dinero, y que en general le redituó abucheos y desengaños. Vuelve a la carga con el teatro, pues, y escribe -reescribe- como drama "La otra casa".

No sería la única vez que James intercambiaría e interrelacionaría los dos géneros. Lo hizo, por ejemplo, con el drama "Summersoft" que se transformaría en el cuento "Covering End", y con "La protesta" (también publicada recientemente por El Cuenco de Plata).

A pesar de no haber sido incluida por su autor en la célebre edición New York de sus obras escogidas, "La otra casa" es una muy buena novela de James, con una profusión singular de diálogos brillantes y un despliegue admirable de suspenso al final de los capítulos, que coinciden con las distintas "escenas" teatrales.

Abundan en "La otra casa" las acotaciones "puntuales" -el término reviste una nueva acepción aplicada a James, ya que atañe a la contundencia y a los aciertos estilísticos, no a una semántica de aclaración o precisión. Sus metáforas al presentar a los personajes son extraordinarias, fulgores que son a la vez trazos definitorios, estigmas y relámpagos elípticos. De la Sra. Beever, por ejemplo, nos dice que poseía la inveterada costumbre de sacar del paso lo que le resultaba inclasificable, en dejar a su alrededor el terreno despejado: "Su vida era como una habitación dispuesta para un baile, con los muebles apilados contra la pared". Desde luego, esas presentaciones suelen complicarse -enriquecerse-, dado que en general los retratos están influenciados por comentarios previos, o por su entorno. Así, la joven Jean, al ver por primera vez a la mencionada señora en determinado lugar: "La admiraba enormemente, pero en ese momento -la primera vez que la veía en Bounds- percibió con claridad hasta qué punto la diferencia del engarce hacía cambiar la gema".

Es un lugar común hablar del Henry James "ambiguo". El epíteto es cierto si acordamos con la filosofía moderna (y aun con la ciencia) que nos ha enseñado sobre la relatividad de todas las verdades. Que el resultado de tal paradójica certeza no haya sido hasta ahora un avance demasiado palpable en la mensura de la calidad y felicidad de vida, no impide reconocer a Henry James como el santo patrono de la tolerancia que debería ser el costado positivo de esa ideología relativista.

En "La otra casa" hay un crimen espantoso, y ese crimen termina sin castigo judicial. Sin embargo estamos lejos de un final feliz, del "All's Well That Ends Well". Excepto, es claro, para el buen broche de la novela. Impecable la traducción de Edgardo Russo, que reconoce como modelo una versión canónica de James al castellano; la de Alberto Vanasco para "Las alas de la paloma"."