La otra casa 27 Jun 2006

Otra vuelta de James

Radar Libros | Página 12 | Pedro Lipcovich

Además de las novelas que por estos días se publicaron acerca de la vida de Henry James (Hollinghurst, Toibin, Lodge), acaba de aparecer un volumen poco conocido del notable autor norteamericano. La otra casa es una novela llena de furia escrita en la época inmediatamente posterior a su fracaso como autor de teatro.

 

¿Qué es un niño?, pregunta el lector de La otra casa y, una vez terminado el libro, puede contestar: un niño es una cosa, es un objeto que los mayores han de manipular, olvidar e, inevitablemente, romper. Esta respuesta que, en 1896, examinó discursos moralistas presentes y futuros sobre la infancia, permite abordar la novela a partir de un personaje que –porque no es más que un signo en la vida de los otros– fractura el casillero “novela psicológica” en el que alguna vez se ubicó a su autor. Effie, la descarnada nena que vivió en esa otra casa, puede iluminar una relectura de las últimas páginas de Otra vuelta de tuerca, que James escribió unos meses después.

Julia, la madre de Effie, tiene una amiga de infancia, Rose: “Cuando éramos niñas nos unió el lazo más fuerte: un odio compartido”; huérfanas, padecieron a la misma madrastra. Rose era “la mayor, la que protestaba”. Ya adultas, las une la pasión de no admitir hijas que puedan repetir una niñez horrorosa. Esta alianza, aun más allá de la muerte, va a subyacer a los aparentes amoríos cuyo adinerado objeto es Tony Bream, quien “era una colección de dones que habían rebalsado levemente la medida. Su ropa era demasiado fina, sus colores demasiado estridentes, su voz demasiado fuerte”. Madrastras; fidelidades violentas; amores contrariados, celos: La otra casa no es ajena al registro del melodrama. Pero hay algo que perturba, un exceso; hay un crimen, que tocará un punto insensato.

The Other House no fue valorada por la crítica de su tiempo y el propio James la excluyó de la edición de Nueva York de sus obras completas. Leon Edel, biógrafo canónico de James, observó que “su nivel de violencia no se repite en ninguna otra obra de James” y que “el efecto es el de una tormenta devastadora” a la vez que la criticaba como “una de sus más desagradables novelas”, como “una explosión de rabia primitiva que parece irracional e incontrolada”. La irracionalidad, el aparente descontrol, la “rabia primitiva”, incluso lo “desagradable”, anticipan el arte del siglo XX de un modo que, efectivamente, no se repite en ninguna otra obra de James.

La historia se publicó primero, en 1896, a lo largo de 13 entregas de Illustrated London News: en otras oportunidades los relatos de James habían aparecido primero en revistas culturales, pero no era común que lo hicieran en una publicación de interés general y gran circulación; en octubre del mismo año, apareció en libro. Constituyó el regreso de James a la narrativa, después de cinco años en los que había intentado infructuosamente triunfar en el teatro y que finalizaron cuando, en 1895, su drama Guy Domville fue largamente abucheado.

James no estaba en relaciones pacíficas con el público cuando escribió La otra casa, reformulada como novela luego de una primera versión para teatro. En carta a su hermano William consignó que “si esto es lo que los idiotas quieren, puedo darles su exceso”; es obvio que quien enuncia esto no es un escriba astuto sino un artista despechado. James compuso esta novela durante el breve lapso de su vida en que escribir fue para él un oficio violento.

Es que al conflicto con los lectores corresponde un conflicto con la sociedad que los engendró. Un personaje clave en La otra casa es el doctor Ramage, atípico en la serie de los médicos jamesianos: desde el obstinado Austin Sloper de Washington Square hasta el enigmático Sir Luke Strett de Las alas de la paloma, estos doctores son seres profesionalmente intachables, al servicio de la salud de sus pacientes. Sólo en La otracasa se revela esa otra misión esencial del médico burgués: encubrir los crímenes cometidos por sus pacientes.

Técnicamente, el origen teatral de esta novela da lugar a una perspectiva extraordinaria: a diferencia de otros textos de James, el relato no se asienta en la conciencia de los personajes, pero tampoco se reduce a un registro externo: cada uno es presentado desde la mirada de los otros. Esto multiplica las dimensiones descriptivas, y así por ejemplo, en el capítulo uno, el rostro de una muchacha, Rose Armiger, bajo la mirada de otra, Jean Martle, va transitando desde la fealdad inicial hasta una belleza repentina y amarga, en el final de esa descripción que es también un microrrelato.

La otra casa se lee con facilidad –sobre todo en su acelerada culminación de policial corrupto– y su aparición en Buenos Aires puede contribuir a una lectura de James que atienda al sustento ético que prevalece en su obra y a cuyo servicio se ordenan sus estimados hallazgos técnicos. Las librerías de Buenos Aires no ofrecen mucho más que Otra vuelta de tuerca, Los papeles de Aspern o Washington Square, de una obra que abarca 20 novelas de primer orden y unos 80 relatos. Pero en desestimadas bibliotecas públicas porteñas se puede acceder a esas vastas novelas que sucedieron a ésta: Lo que Maisie sabía, Las alas de la paloma, Los embajadores; también se puede encontrar una breve joya como La humillación de los Northmore –nouvelle editada en 1950 en Buenos Aires con prólogo de Borges– o la inigualada traducción de Otra vuelta... por José Bianco. La versión de La otra casa es de Edgardo Russo, quien ya con La protesta se incorporó a la afortunada serie de escritores argentinos que, como Bianco y Alberto Vanasco, tradujeron a James.