La protesta 17 Dic 2005

Protesta

El País | Montevideo | Redacción

 

RESCATADA DEL olvido hace poco, la traducción española de La protesta (El Cuenco de Plata), de Henry James (1843-1916), novela de su último periodo, trata sobre la situación del arte, aunque en este caso abordando la cuestión de forma transversal porque los protagonistas son esas dos criaturas contemporáneas del "coleccionista" y el "crítico", este último visto a partir de la nueva figura del connaisseur o experto, que alcanzó un gran predicamento a comienzos del siglo XX. Aunque inicialmente se enfrentasen entre sí, como lo hacen Breckenridge Bender y Hugh Crimble en la novela de James, ambos no tienen más remedio que acabar entendiéndose porque su disputa se desarrolla de cara al público o, lo que es lo mismo, de cara al mercado. Por lo demás, muy atento a lo que ocurría en la realidad contemporánea y a quienes eran sus personajes de moda, no cuesta excesivo trabajo identificar en Bender, multimillonario americano ávido por la compra de los tesoros artísticos europeos, al célebre banquero J. P. Morgan, y en Crimble, al británico Roger Fry (1866-1934), organizador de las primeras muestras de vanguardia continental en Londres y consumado especialista en arte histórico aplicando los criterios formalistas aprendidos en Giovanni Morelli y Bernard Berenson.

Como así lo indica ya el título, La protesta escenifica la pugna entre el millonario americano y el crítico británico por la posesión de un cuadro de un reconocido maestro antiguo italiano, que tiene también todos los visos de ser, bajo el transparente disfraz del "Mantovano", el mismo Andrea Mantegna, aunque la pintura tradicionalmente estaba atribuida a Moretto. Al percatarse de ello Crimble/Fry delante de Bender/Morgan, cuando ambos coinciden en la antigua mansión del aristocrático propietario de la obra, el millonario trata de conseguirla a golpe de talonario, no sólo sin importarle la cifra, sino alegrándose de que sea lo más elevada posible con la seguridad de beneficiarse con el valor añadido de la publicidad, mientras que el crítico, en principio, más filantrópico, intenta que la obra no salga del Reino Unido organizando un escándalo mediático, una protesta pública. De manera que los dos convergen sobre el mismo escenario con la misma intención publicitaria, aunque con intenciones dispares.

Hay muchos más elementos en esta enjundiosa intriga que teje James, pero, so capa de un final feliz, la donación del cuadro a la National Gallery de Londres, nos percatamos de que, en el fondo, todos los implicados en el enredo salen perdiendo o, si se quiere, obteniendo algo distinto de lo que pretendían. Aunque el perversamente discreto James nada nos dice sobre ello en la novela, Roger Fry fue nombrado por el influyente J. P. Morgan para un alto cargo directivo en el Metropolitan Museum de Nueva York, sellando así el destino social del arte de nuestra época, que se podría resumir con la sentencia adaptada de que "lo que ha unido el Mercado, no lo separe el hombre". A partir de ese momento, el matrimonio de conveniencia entre los expertos en arte y en capital ha funcionado bastante bien, transformándose las protestas en capitulaciones nupciales.