La habitación de los niños 18 Oct 2005
Revista Noticias | Redacción
Encontrar un buen narrador (no novelista) francés y actual es tan difícil como encontrar un gran dramaturgo, argentino y también actual, o una aguja en un pajar. De allí la importancia de una traducción local y buena de uno de ellos. "La habitación de los niños" incluye cuatro relatos largos de Louis-René des Fôrets, francés muy apreciado en su país, con casi nula repercusión en castellano. El traductor es el cordobés Silvio Mattoni, que ya le ha hincado el diente a otros franceses difíciles, como Henri Michaux y Francis Ponge. Es además el prologuista del libro. Aunque conviene recomendar una lectura de ese prólogo posterior a la lectura de los relatos mismos.
Como dice Mattoni en su introducción, Des Forêts tiene en el centro de su obra el silencio. Pero igual que en el caso de Beckett, concentrarse en ese dato inclina a la teoría literaria, la "metaliteratura" y la explicación que finge no serlo (peste a la que pocos textos sobreviven). Tanto en Beckett como en este francés de obra ya cerrada (falleció en el 2000) lo que importa es el uso extremadamente eficaz que hacen del lenguaje para referirse a eso tan difícil que tratan de captar; en sus mejores textos recobran la realidad humana con toda su dureza y su espesor.
El primer relato, "Los grandes momentos de un cantante", consigue desplegar con virtuosismo una idea difícil de expresar sin caer en la alegoría: un cantante que sólo es plenamente todo a través de su voz y el escenario, y realmente casi nada cuando baja de él. Contada por una fuente poco confiable e indirecta (el amigo de una amante), su combinación de presencia/ausencia, de arte/vulgaridad recuerda, por el uso de los espacios y el tema, relatos de Cortázar y Patricia Highsmith, con un contundente estilo europeo.
Los dos relatos centrales, "La habitación de los niños" y "Una memoria demencial", anclan en esa zona imprecisa inserta entre la infancia y la adolescencia. En el primero, un adulto escucha tras una puerta lo que dialogan niños que cambian todo el tiempo de identidad. El segundo relato es una obra maestra a secas, que se zambulle en la dificultad de comunicar, pasado mucho tiempo, una experiencia clave, entre humillante y triunfal, en un colegio religioso. Se aparta de Proust por entero, y golpea en sus líneas finales, al convertir la búsqueda en la clave de la percepción del mundo y de uno mismo.
El último relato, "En un espejo", cae en el exceso clásico de mucha literatura francesa del siglo pasado. Convierte la literatura en teoría de la literatura (o de la Voz, si se quiere), y el relato en "metarelato". Termina por perder la brújula del estilo en un exceso de idas y vueltas abstractas de un trío que existe e inexiste al mismo tiempo. Todo con elegancia, pero difícil de sostener en la lectura literaria. En el resto, impera el goce insólito de descubrir un maestro en el uso del punto de vista y del lenguaje, que provoca el deseo intenso de leer más textos de Louis-René des Fôrets en nuestro idioma