La habitación de los niños 31 Mar 2007

Al otro lado del silencio

El País | Madrid | José María Guelbenzu

Louis-René des Forêts obtuvo el premio de la crítica francesa en 1969 por La habitación de los niños. Cuatro relatos en torno a la voz y la imposibilidad de identificarse con el yo.

 

Literatura pura y dura. Louis-René des Forêts (1918-2000) es un escritor de culto en Francia, más apreciado por otros escritores (bien contemporáneos suyos, bien de siguiente generación) que por lectores comunes. Sus contemporáneos son nada menos que Bataille, Leiris, Queneau, Blanchot, Jaccottet o Bonnefoy, es decir, la flor y nata de las letras francesas más vanguardistas de la segunda mitad del siglo XX y hemos de reconocer que todos ellos juntos no pueden equivocarse, como tampoco Pascal Quignard, por citar a un autor más reciente de entre los muchos que le admiran. Pero Des Forêts sigue siendo un autor de minorías en Francia y prácticamente desconocido en España, donde sólo se publicó, hace ya tiempo, su gran novela Les mendiants (Los mendigos,Alfaguara); La habitación de los niños, que lleva fecha de edición 2005, pero que acaba de entrar ahora en España, es la única ocasión de que dispone hoy el buen aficionado a la lectura para conocer a un autor difícil aunque de verdadera calidad literaria.

La habitación de los niños, Premio de los Críticos Franceses en 1969, se compone de cuatro relatos extensos reunidos por un tema común: el silencio, abordado con la compañía de dos elementos principales, la voz y la simulación. Los cuatro relatos cuentan, respectivamente, la historia de un hombre insignificante que alcanza a poseer una voz única, excepcional, con la que alcanza un triunfo memorable y persistente en la ópera; el segundo es la historia de unos niños que remedan a sus maestros mientras son escuchados por alguien cuya ubicación está entre la realidad y el sueño; el tercero es la historia de una obsesión volcada en un suceso que la memoria de un hombre convierte en eje único de su vida, y, por último, encontramos a un joven que espía a su prima y transcribe la vida de ésta en forma de diálogos teatrales hasta que es descubierto por ella y comienza un juego especular de reconocimiento.

Todos los cuentos se integran en un espacio de silencio, de mutismo, donde en realidad los narradores espían a los personajes (ellos también lo son) para preguntarse sobre sus vidas, pero la pregunta tiene un alcance más largo: la búsqueda de su propio ser. En general, los relatos poseen un tono indagatorio que les afecta por igual. Los narradores se preguntan sobre lo que acontece y tanto su situación como la escena que habitan poseen un grado común de desubicación: no se sabe al pronto de qué se habla ni desde dónde se habla pero, a partir de ahí, se crea una realidad que va haciéndose a la vez más patente y más misteriosa también y que llena el relato.

El mutismo del cantante es casi total fuera del escenario y su voz maravillosa llena los teatros del mundo hasta que él mismo se desprende de ella de manera terrible, una especie de seppuku vocal. Los niños hablan entre sí, pero no sabemos si es un solo niño haciendo todas las voces o un grupo de niños: quien les escucha está el mismo tiempo fuera y dentro de la habitación, mudo, y teme ser uno de ellos. También sumido en la mudez está el hermano de la prima Louise ante sus visitantes, jugando a no dejarse conocer mientras su hermana y un visitante son espiados por el primo de ambos en la antesala, y, finalmente, en el mutismo se encierra el hombre obsesionado por un acto reprobable que trata de dignificar precisamente con su silencio ante las acusaciones y el acoso de que es objeto.

El silencio es una actitud en un mundo en el que no hay nada que decir porque la realidad es dudosa. La observación, la insistencia, la indagación... son fórmulas de las que se valen los diversos narradores -los que tienen la palabra- para tratar de llenar ese silencio por medio de una apariencia (¿una ficción?) que sea capaz de permitirles verse, reconocerse. En el prólogo al libro se cita un verso de Des Forêts: "El propio silencio dice más que las palabras". Quien haya leído a Samuel Beckett reconocerá esta clase de pensamiento. En cierto modo, el libro de Des Forêts es un libro sobre la escritura misma, sobre el sentido de la escritura, el dibujo de una pregunta en el silencio: ¿quién soy? ¿Por qué soy? ¿Qué es verdadero en mí? El joven primo que espía a Louise se dice: "Situación desconcertante: le presento un espejo que no le devuelve de sí misma más que una imagen ajena, y cuando luego ella me lo extiende, también me niego a reconocerme en él. ¿Será pues una apariencia lo que nos enseñe lo que somos, a nosotros que buscamos ávidamente nuestra verdad secreta?".

¿Qué hay más allá de la voz, de las palabras, que contiene nuestra sustancia, que sostiene nuestra existencia? Eso se pregunta Louis-René des Forêts en este libro.