Los libros sin tapas 01 Nov 2010

Los objetos se entienden con Irene

Bazar Americano | Mario Ortíz

 

Este libro reúne las primeras publicaciones de Felisberto Hernández hasta 1931, más el agregado de otros textos tempranos, que suelen aparecer compilados en el primer tomo de sus Obras Completas bajo el título Primeras invenciones; así por ejemplo en la editorial Arca, Montevideo, 1969, o más recientemente en Siglo XXI, Méjico, 1998.

Esta lujosa edición de El Cuenco de Plata se presenta casi como un libro-objeto porque inserta en la solapa trasera una edición facsimilar del primer librito de Felisberto, “Fulano de tal”.

Poner en circulación esos textos  como un libro independiente tiene un doble valor: por un lado, facilita el acceso a esta rara avis de la literatura latinoamericana, y por el otro los recorta como una singularidad. En efecto, el hecho de instalarlos como una obra relativamente autónoma,  permite leerlos y evaluarlos como un todo específico y no sólo como el momento inicial y tentativo de la producción literaria madura y consolidada que escribiría más adelante.

Por supuesto que este recorrido es posible, y así puede comprobarse que en varios de estos relatos breves, por ejemplo en  “La cara de Ana” o “La casa de Irene”,  está el germen de ese clima típicamente felisbertiano que se desarrollará y profundizará en sus narraciones de madurez como “Las hortensias”, “El balcón” o “La casa inundada”: la  exploración del misterio que surge a partir acontecimientos y objetos cotidianos, pero recombinados y trabajados de un modo insólito o, para decirlo con sus propias palabras, conectados de acuerdo a una “sensación disociativa, dislocada y absurda”; los ambientes oníricos; la cosificación y fragmentación de las personas: bajo la luz de la vela, Ana es sólo un rostro inescrutable, tan denso como un objeto extraño, pura superficie de claroscuro que aparece en medio de la madrugada con el aura de una epifanía. Por el contrario, las cosas materiales se animan, como esas extrañas sillas de las casa de Irene: “La silla era de la sala y tenía una fuerte personalidad (…) Parecía que miraba para otro lado y no se importaba de mí.”

Pero también podemos hacer una lectura impertinente, que aborde estos relatos como si nuestro autor todavía no hubiese escrito toda su obra. Tal es el camino que en cierto modo toma Jorge Monteleone en el extraordinario análisis que encabeza esta edición. Lo que se nos aparece entonces ante la vista es un conjunto de textos breves cuya extrañeza y radical experimentación se mantienen todavía frescas, casi como si hubiesen sido escritos es nuestros días. (Sé que esto último es demasiado subjetivo, porque en realidad debería decir: “son los textos que uno desearía escribir en estos días.”)

Se percibe, claro, que Felisberto todavía está explorando recursos formales, desde aquellos textos en los que encontramos un mínimo trazo argumental y una escritura un poco más ajustada (“Ester” o también “La cara de Ana”) hasta otros como “Juan Mendez o Almacén de Ideas o Diario de pocos días”, en el que pone en escena el acto mismo de escritura  que se materializa en un flujo verbal vertiginoso donde no importan son las ideas en sí sino el deseo de escribir y de llenar un cuaderno, “página tras página tras página, obviamente, tras página”, diría casi cincuenta años más tarde Leónidas Lamborghini. También hay tanteos con las posibilidades que ofrecen distintos géneros como el relato breve, el diario, y hasta una brevísima obrita de teatro.

Sin embargo, más allá de estas exploraciones, hay en lo esencial una escritura definida, un fraseo y una temperatura de lenguaje que lo vuelven reconocible desde la primera hasta la última línea.