Los libros sin tapas 04 Jul 2010

Un autor independiente

Perfil | Hernán Arias

Felisberto Hernández fue uno de los autores más singulares dentro de la compleja tradición literaria del Río de la Plata. Y no sólo por su obra, sino también por el modo en que la dio a conocer. La editorial El Cuenco de Plata acaba de publicar “Los libros sin tapas”, un volumen que reúne las cuatro primeras obras del autor uruguayo: “Fulano de tal” (1925), “Libro sin tapas” (1929), “La cara de Ana” (1930) y “La envenenada” (1931). Una inmejorable oportunidad para disfrutar del primer Felisberto, aquel que publicaba modestos folletines.

 

La editorial El Cuenco de Plata acaba de publicar Los libros sin tapas, un volumen que reúne las primeras cuatro publicaciones del escritor uruguayo Felisberto Hernández: Fulano de tal (1925), Libro sin tapas (1929), La cara de Ana (1930) y La envenenada (1931). Y un detalle para celebrar es la copia facsimilar de Fulano de tal que la editorial ha adjuntado al volumen principal, como una manera de acentuar algo que ya se ponía de relieve en el título: el carácter artesanal de estas primeras publicaciones de Hernández.

En el caso de Fulano..., se trata de un folleto de 46 páginas abrochadas, el cual, en su versión original, incluía además alguna publicidad para ayudar a financiar la tirada, que estuvo a cargo del librero Rodríguez Riet en Montevideo. Como se sabe, Felisberto era pianista, y por esos años había iniciado un largo viaje por los pueblos de su país ofreciendo conciertos en los que interpretaba obras de Stravinsky, por lo que estos primeros libros fueron apareciendo en distintos lugares, como el modesto aporte de un escritor incipiente, marginal y nómade.

En el prólogo que Jorge Monteleone escribió para esta edición, señala que en 1926 Felisberto Hernández “comienza a trabajar [como pianista] en el café La Giralda de Montevideo”, donde, además de estar “mal pagado”, se encuentra “deprimido por la distraída atención del público”, por lo que finalmente decide iniciar –para seguir viviendo de la música– “la extenuante etapa de las giras” en las que “escribirá varios de los cuentos de los libros sin tapas donde le asomará esa musa rarísima, abrumadora y oblicua cuya inteligencia es propia de poetas”. Esa musa rarísima de la que habla Monteleone, si bien irá mutando con el paso del tiempo, delimitando al menos tres etapas en la producción de Hernández, muestra ya en estos primeros libros el que sin dudas será el rasgo distintivo de toda su prosa: la digresión. En palabras de Monteleone: “El relato debería mantener una tensión digresiva y distractiva en innúmeros detalles, al modo de un policial, pero sin su congruencia, sin asociaciones que mantengan una trama secreta, sino en una pura deriva que se interrumpiera una y otra vez. Por cierto con la colaboración del lector, conminándolo a que escoja ‘cómo quiere que sea la trama’ y, además, pidiéndole esto: ‘que interrumpas la lectura de este libro el mayor número posible de veces: tal vez, casi seguro, lo que tú pienses en esos intervalos, sea lo mejor de este libro’”.

En una ponencia titulada La singularidad sin lugar: Felisberto Hernández y la retórica de la vanguardia, el académico Julio Prieto entiende que este rasgo característico de la prosa hernandiana obedece a la adhesión del autor a ciertos postulados de la vanguardia, o, para decirlo de otra manera, a un rechazo de las formas tradicionales de la narración. Prieto escribe: “En su desconfianza hacia la metáfora, Felisberto delinea las premisas de una poética de la escritura metonímica –escritura del deslizamiento por contigüidad, que no progresa o aspira a llegar a ninguna parte– que practicará en sus narraciones posteriores (especialmente en los relatos de Nadie encendía las lámparas) como intento de salida de la dinámica histórica de la modernidad –o bien, en la medida en que tal salida es problemática, como intento de desubicar su escritura, poniéndola en práctica en un elusivo, extraño borde del campo cultural”.

Tal vez ese “intento de desubicar su escritura”, o, según Monteleone, esa búsqueda de “una pura deriva que se interrumpiera una y otra vez”, tenga como finalidad facilitar el tratamiento de ciertos asuntos imprecisos, inasibles, esos asuntos sobre los que uno apenas puede opinar o hacer un comentario sin ninguna certeza. Al mismo tiempo ese “deslizamiento por contigüidad” del que habla Prieto también parece ser apropiado para anotar, siempre como al pasar, opiniones políticas contundentes, como la que escribe en el prólogo del Libro sin tapas: “Se ha empezado a ensayar la parte más esencial, más atrayente, más fomentadora y más imponente de la nueva religión: el castigo. El castigo de acuerdo con las leyes de la religión última; con el caminito de la moral, que ha de ser el más derecho, el único, el más genial de cuantos han creado los estetas que han impuesto su sistema nervioso como modelo de los demás sistemas nerviosos”.

Por otra parte, aunque estrechamente vinculado a este procedimiento narrativo de los primeros textos del autor de Por los tiempos de Clemente Colling, encontramos un fuerte componente lúdico, que por momentos incluso se parece mucho al delirio, como en el caso del relato Genealogía, del Libro sin tapas, al que protagonizan una línea recta y algunas figuras geométricas: “Hubo una vez en el espacio una línea horizontal infinita. Por ella se paseaba una circunferencia de derecha a izquierda. Parecía como que cada punto de la circunferencia fuera coincidiendo con cada punto de la línea horizontal. La circunferencia caminaba tranquila, lentamente e indiferentemente. Pero no siempre caminaba”.

De acuerdo con lo que señalan distintos estudiosos de la obra de Hernández, esta primera etapa de su producción se caracteriza por una tendencia a la reflexión, o, en palabras de Angel Rama, “una dominante mental”: su escritura no se propone desarrollar una trama, sino apenas insinuarla y crear un desvío, un recodo en la narración donde el autor se demora en especulaciones que parecen divertirlo. Y es en un pasaje del relato La piedra filosofal –otro texto de asunto delirante, en el que se reproduce la charla que mantienen dos piedras que se encuentran entre los escombros de una obra en construcción– donde Felisberto parece ensayar una explicación de su apuesta literaria: “Una de las condiciones curiosas de los hombres –escribe–, es expresar lo que perciben los sentidos. A los sentidos les da placer sorprender la graduación a distancias grandes. Este placer excita la curiosidad. El hombre que propone más placer satisfaciendo más curiosidad triunfa más. Pero cuando más curiosidad haya satisfecho un hombre para sí mismo, menos curiosidad satisface para los demás. Porque después de satisfacer mucha curiosidad viene la duda”. De esta manera, para Felisberto, la apuesta por satisfacer la curiosidad más que una fórmula exitosa resulta un procedimiento condenado al fracaso. Tampoco parece estar dispuesto a hacerle concesiones al sentimentalismo. En el prólogo a su primer libro, Fulano de tal, hace la siguiente aclaración: “Tanto en las trampas del arte como en las de la ciencia, hay grandísimas emociones, y la emoción es, precisamente, el queso de las trampas de entretenerse. Pero yo ya probé el queso de todas las trampas y me da en cara: he aquí mi tragedia de la locura de no entretenerme”.

Monteleone habla del “sarcasmo felisbertiano” que se sustrae a la explicación “y al fin produce esa acentuada sensación de insuficiencia, de insatisfacción, de que algo esencial se escapa aun en la exégesis más minuciosa de sus textos”. Y esto, evidentemente, está vinculado la forma en que este músico decide ingresar en el territorio de las letras, de un modo extraño y sutil, con una personalísima política de publicación y distribución de sus textos. Como lo señala el propio Monteleone: “Un día Felisberto Hernández comenzó a escribir literatura pero parecía que no quisiera comenzar, como si hacerlo fuera una falsificación de la primera vez que lo hacía, o como si fuera, sencillamente, una ocurrencia que no le pasaba a él”. La idea de titular su primer libro Fulano de tal deja en claro este propósito. Incluso en el ejemplar facsimilar advertimos que el tamaño de la tipografía del título es notablemente mayor que la de su propio nombre. En su segundo libro, esta manipulación explícita de la figura del autor en relación con el campo literario –que parece sentirse más cómodo manteniendo un pie afuera– se traslada al objeto libro: Libro sin tapas. Como si apostara a un tipo de libros que no tuviera ni principio ni fin, sin bordes, o, para ser más precisos, que, aun estando cerrados, se mantuvieran abiertos, como espacios propicios para ser transitados sin dificultades ni ceremonias.

Hace ya más de una década la escritora y académica Josefina Ludmer ha señalado la pérdida de autonomía del discurso literario, lo que está vinculado al debilitamiento de la categoría de autor y sus atributos. No se puede decir que estos primeros libros de Felisberto ingresen dentro de este tipo de literatura, pero sí podemos ver, en estos modestos ejemplares sin tapas, una propuesta que ya en la primera mitad del siglo pasado apuntaba en esta dirección.