BLOW! 09 Oct 2009

Gillespi: elogio de la trompeta

Revista Debate | Natalia Monterubbianesi

En su libro Blow!, el músico, conductor y humorista reivindica a los grandes maestros del instrumento

 

“Dizzy está ensayando con un grupo de músicos cubanos. Les canta la melodía del tema ‘Manteca’. Los trompetistas, a su vez, imitan la melodía con sus instrumentos, la van incorporando. Dizzy está de buen humor, bromea y sigue cantándoles a viva voz los distintos pasajes de la canción. Los músicos tratan de seguirlo, cometiendo algunos errores e imprecisiones. En un momento determinado, Dizzy dice ‘stop’, saca una sevillana del bolsillo y la despliega: ‘Es mejor que toquen bien’, dice, y larga una estruendosa carcajada.”  Este breve retrato que dibuja el espíritu de Dizzy Gillespie es una de las historias que el músico, conductor y humorista Marcelo Rodríguez -más conocido como Gillespi (sin e)- pudo reconstruir en su libro Blow! De trompetas y trompetistas. A partir de testimonios de periodistas como Nano Herrera, charlas con diversos músicos y entrevistas a reconocidos trompetistas -Enrico Rava y Américo Belloto, entre otros-, Gillespi recorre fragmentos de la vida de los grandes del instrumento, como Miles Davis, cuenta experiencias personales y trata de desentrañar los secretos de su gran amor: la trompeta.

El libro tiene un formato raro. Una autobiografía mechada con relatos y entrevistas a trompetistas.

¿Como si lo hubiera escrito alguien raro? Sí. Las entrevistas también tienen un cierto desorden. Tiene que ver con que no son siquiera cronológicas, tampoco estilísticas. Hay un capítulo dedicado a los luthiers en el que hablamos del origen de la trompeta. En realidad, eso tendría que haber ido al principio y no casi al final, como está. Pero también mis pensamientos son desordenados y la construcción de la realidad, a veces, es desordenada. En el cine hay un recurso, como el que usa, por ejemplo, Amores perros, donde tres historias que van sucediendo en una forma aparentemente desordenada finalmente se arman en tu cabeza. En el libro me dejé llevar un poco por el espíritu de cómo me iba pintando. Tiene alguna ilación, el eje está. Son vidas a través de la trompeta. También pienso que son historias de amor de un montón de hombres enamorados de una misma mujer. Son encuentros con otros tipos hablando de ese objeto de deseo, de tratar de conquistar ese instrumento que, finalmente, es muy endiablado.

 ¿Cómo se enamoró de la trompeta?

De entrada no me gustaba. Incluso, dentro de los instrumentos de viento, creo que hubiera preferido un saxo, porque es mucho más seductor al principio. Empecé tocando la guitarra, en realidad. Pero estaba buscando algo distinto. Tenía trece años. Y mi primo, que me enseñaba música, un día puso un disco de Miles Davis. Dije: “Esto es. Quiero ser éste”. Mi primo me contestó: “Vos sos un vivo bárbaro”. Ahí empecé a torturar a mi viejo, que viajaba una vez por semana a la Capital, para que me averiguara acerca de instrumentos. Finalmente, en la secundaria, a partir de un compañero de colegio, me metí en la iglesia evangelista porque había una trompeta. Así tuve una entre mis manos. Terminé comprándola, porque soy un obsesivo mal. Pero fui muy desconsiderado, porque el pastor me la vendió e inmediatamente me fui. En esa trompeta me jugué el viaje de egresados a Bariloche, varios años antes, porque en casa no había ganas ni plata para comprar un instrumento, así que negocié que me adelantaran el dinero. Cuando llegó el momento de viajar, mientras todos debutaban sexualmente y volvían con un corpiño enroscado en la frente, yo, con la trompeta.

¿Le sacó sonido rápido?

Sí, creo que ese mismo día. Pero era un sonido muy parecido al que hace un lobo marino cuando lo pisa un tractor. Las primeras veces no es lo que escuchás en los discos. No sabía que tenía que andar un camino importante, si no, no hubiera empezado. Me di cuenta con los años de que era tan difícil, conociendo a otros trompetistas que me decían que se iban diez días a Mar de Ajó y se llevaban la trompeta para practicar porque no podían dejar de tocar un día, ya que tenés que volver a arrancar de cero. No entendía por qué, me parecía que me estaban cargando. Ahora, yo llevo la trompeta a Mar de Ajó.

Es un amor demandante. 

Como todos los amores. Salvo el de Mahatma Gandhi. O el de Jesús. No, aunque pide un montón de cosas…

¿Cómo siguió la historia?

Era la época de la dictadura, no había lugar para el arte en ninguna de sus formas. Después, ya cerca de la democracia, en el 82, empecé a viajar a la Capital y a descubrir Jazz y Pop, me compraba libros, iba al Teatro San Martín y alimentaba mi cabeza con toda esa movida. Con la llegada de la democracia se produjo toda una efervescencia cultural y artística. Aproveché para ver un montón de grupos y para irme algunas noches a tomar un copetín con Fats Fernández y toda esa gente que está en el libro. Al poco tiempo, empecé a vincularme con muchos músicos de acá, incluido Roberto Pettinato, y empezó la movida de Sumo. 

Si se había fanatizado tanto con Miles, ¿por qué Pettinato lo bautizó Gillespi?

Me gustaba más Miles, pero tengo mucho más que ver con Gillespie. Dizzy era mucho más parecido a mí, como un monito que hace morisquetas, muy gracioso. Un tipo que estaba todo el tiempo haciendo bromas. Y con una música, en un punto, desprolija, con una forma de tocar muy desprolija. Petti me gastaba, me decía Gillespi medio despectivamente.