Una puta mierda 29 Mar 2008

Iluminados por la mierda

ABC | Madrid | Jorge Carrión

 

Una puta mierda me recordó, en sus primeras líneas, a Iluminados por el fuego (2005), la película hiperrealista de Tristán Bauer sobre la guerra de las Malvinas que tantas lágrimas hizo derramar en los cines argentinos. Pero pronto me di cuenta de que la tradición era otra, de algún modo la antitética: la de Los pichiciegos (1982), de Fogwill; es más, que la novela de Patricio Pron ni siquiera se debe a la «tradición nacional», sino que más bien bebe de la «tradición europea», de Beckett y del teatro del absurdo. Porque es un relato, pero con pocas modificaciones también podría ser una obra teatral, tal es la fuerza y la importancia que tienen los diálogos, cercanos a los del esperpento de Valle-Inclán.

Durante las 120 páginas de esta novela, una bomba pende sobre la cabeza de los protagonistas; una bomba que nunca acaba de caer, como si se tratara de lo que espera Godot. Mediante la deformación y la distorsión sistemáticas, durante las 120 páginas de esta novela los soldados se follan a la querida del general y a la madre de la querida del general, pero acaban por preferir a la hermana de doce años de la querida del general.

Contra las mentiras. En esta novela de 120 páginas, un teniente confunde las Maldivas con las Malvinas, los soldados no pueden ver porque sus cascos son más grandes que sus cabezas y, sobre todo, las palabras suenan «como si salieran de un tubo oxidado», porque se oponen frontalmente a las versiones adulteradas del Nuevo Periodista, un soldado reportero que embellece hasta el absurdo toda la mierda de la guerra, ya que «el periodismo siempre ha estado del lado de la violencia». No es casual que un soldado se llame Copi. Ni que se haga hincapié en la misma nieve y el mismo barro que salpican la novela de Fogwill. La mierda tiene una importancia central en este libro. Desde que el narrador dice «sentí que mis tripas se desfondaban y pensé por primera vez que todo era una puta mierda», la guerra es calificada como «ridícula», «rara», «sin sentido»; pero la crítica alcanza su máxima cota al final, cuando se hace público que el subsuelo de todo el país está conformado por mierda.

Contra los discursos patrióticos, contra la exaltación todavía vigente de la guerra de Malvinas como gesta y pérdida nacional (en las carreteras de Argentina aún hay carteles similares a señales de tráfico que rezan «Malvinas argentinas»), desde la distancia que brinda su condición extraterritorial, Patricio Pron (Rosario, 1975) ha escrito una obra que -sobre todo- carga contra las mentiras colectivas perpetuadas por la ausencia de espíritu crítico.

La propuesta de Pron obliga a reflexionar sobre el estatus de lo literario y de lo generacional en nuestra época. Si tuviera que establecer una cartografía de complicidades con otros textos de este inicio de siglo, pensaría en Los Lemmings, de Fabián Casas, uno de los relatos sobre la última dictadura militar argentina más inteligentes y oblicuos que he leído; pero pronto cambiaría de registro y me iría a Los rubios (2003), la iconoclasta película documental de Albertina Carri sobre los desaparecidos; es más, no me quedaría en el Cono Sur, vendría a España y añadiría El vano ayer (2004), de Isaac Rosa, y el teatro radical de Rodrigo García y de Roger Bernat.

Trauma colectivo. Es decir, para entender cómo Pron aborda el trauma colectivo de la guerra absurda hay que acercarse al arte textual, y no sólo a lo que se ha petrificado como literario; el arte textual, sobre todo, de los nacidos en la década de los setenta. Porque ya hay indicios para pensar que la mirada de estos sobre nuestras escenas políticas no sólo es más irónica o más exigente: tiene menos complejos. La exposición sobre la Transición del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, por ejemplo, hubiera sido diferente con alguien de esa generación entre los comisarios; porque nosotros no entendemos que cuarenta años después todavía se oculten los nombres de los verdugos, de los victimarios, mientras que los juzgados españoles tramitan órdenes de busca y captura contra los militares argentinos responsables de tanta muerte y de tanta desaparición. La bomba quizá ya no pende sobre aquellas cabezas; pero tal vez sí sobre las nuestras; o -en fin- sobre las de todos