Elogio de la traducción 26 Mar 2021

Barbara Cassin: “La diversidad de lenguas es mucho más emocionante que la uniformidad”

Revista Ñ | Héctor Pavon

La filóloga francesa diseñó una muestra sobre traducción que cruza disciplinas y geografías y que ahora se expone en el Museo de la Universidad de Tres de Febrero. La idea es complicar lo universal, sostuvo en París.

 

Esta entrevista con Barbara Cassin se realizó en su casa, en París. Corría junio de 2019 y las palabras coronavirus y Covid no estaban en ningún diccionario de uso cotidiano, tampoco en el de los “intraducibles” que coordinó la filóloga y filósofa francesa. En ese entonces, se estaba planificando la realización de la exposición Después de Babel (Après Babel) en Buenos Aires. Ya había sido inaugurada en Marsella y en Ginebra –cada una con su versión local– y Cassin había demostrado la profunda relación entre política, filosofía y la palabra traducida.

En 2018, Cassin había recibido la medalla de oro del Centre National de la Recherche Scientifique por la edición del Vocabulario europeo de las filosofías: diccionario de los intraducibles: “Me alegra que este trabajo colectivo y tan extraño que acaba de traducirse y reinventarse en español, sea reconocido por la comunidad científica como algo importante. Somos 150 autores premiados más los traductores de casi una docena de idiomas”, celebraba entonces. Un año después se conoció en castellano Elogio de la traducción. Complicar lo universal (El cuenco de plata, traducido por Irene Agoff). Allí define: “Lo que la traducción debe hacernos sentir y experimentar de inmediato, a través de la discordancia entre las redes terminológicas y sintácticas, es la fuerza e inteligencia de la diferencia entre lenguas”.

Ese espíritu y entusiasmo es el que trae la muestra dispuesta en el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero con el trabajo en conjunto con la curadora e investigadora Marina Aguerre. También con el curador Leandro Martínez Depietri. Aquel diálogo iniciado en un lejano verano parisino continuó en estos días cuando –contra viento y pandemia– Après Babel ya era una realidad en una sala del museo que da al Río de la Plata en Retiro. “Analizamos qué tipo de cosmopolitismo hay en la Argentina, y en Buenos Aires, tomando en cuenta la arquitectura, por ejemplo. Por otro lado, vemos cuáles son las lenguas debajo de la lengua, cubiertas, en particular las lenguas indígenas, de las que en Europa ya no habla nadie… siempre fingimos que la Argentina empezó en 1800. Lo tercero es cómo la revista Sur, cómo Xul Solar, cómo las hermanas Victoria Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges, fabricaron una cultura permeable con Occidente, con Europa”, sostiene Cassin y explica cómo arrancó esta muestra histórica.

–¿Cómo nació la idea de esta exposición, ya realizada en Marsella y Ginebra, que ahora se abre en Buenos Aires?

–Estamos en un momento en el que tenemos que aprender a vivir con las diferencias. Esa es la definición de la traducción. Política, filosófica e intelectualmente, la preocupación debería ser esa, saber vivir con las diferencias. Yo, que soy helenista y trabajo con los griegos, pienso que el punto de dificultad en los griegos es que piensan que los que no son como ellos, son bárbaros, todavía vivimos con esa concepción: de la apropiación de lo universal. Lo universal es lo universal de alguien, el logos es lo universal de los griegos, y hoy, ¿con qué universal vivimos? La idea es complicar lo universal, tal como dice el título de mi libro. Filosóficamente, eso es lo que me importa. Por otro lado, políticamente, es esencial.

–También es objeto de su análisis, el globish (versión simplificada del inglés que usa unas 1500 palabras para construir las frases inglesas más comunes).

–Hice el Diccionario de los intraducibles en Europa para que entendiéramos que hay más de una lengua, y que el globish no es válido para todo. Tampoco es el repliegue sobre un nacionalismo singular: es decir, “el alemán es más griego que el griego”, “el francés como lengua del mundo”, etc. ¿Cómo articulamos esto? Con la traducción. Después, me parece que la tarea de un intelectual es crear un vínculo con todo el mundo. En todo caso, es la tarea de un profesor.

-El globish surgió como una “lengua de comunicación”. ¿Acaso no lo son todas?

-No tengo nada en contra de una lengua de comunicación, siempre ha habido y es necesario. Pero me parece muy peligroso que este lenguaje erradique a los demás y los reduzca a dialectos. Que el mundo sea globish más dialectos propios es una idea horrible. Una lengua se caracteriza por autores y obras, es una cultura y una visión del mundo. Los trabajos que conozco en globish son, ante todo, archivos de solicitud de subvenciones en Bruselas, juzgados por expertos cuya tarea es clasificar. Globish es el idioma de la evaluación y, al igual que Google, hace de la calidad una propiedad emergente de la cantidad. Al contrario, creo que la diversidad es en sí misma mucho más emocionante que la uniformidad, y con mucho gusto diría, citando a Umberto Eco, que el lenguaje del mundo es la traducción. El libro sobre lo intraducible se hizo particularmente contra el globish, que no es para nada una lengua de cultura. Si fuese la única lengua de Europa, sería dramático. Otra idea horrible, simétrica, es que cada uno esté en su mundo y estime que el suyo es el único que vale, un nacionalismo ontológico.

-Fue muy particular la exposición en el Mucem (Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo de Marsella), en un territorio muy particular...

-Marsella es un territorio que no conocía, extremadamente múltiple, diverso, variado donde se hablan cerca de cien lenguas. Trabajé con clases de acogida para los inmigrantes, donde se hablan treinta lenguas en un mismo lugar. El Mucem no es un museo de patrimonio, es un museo donde las cosas se inventan en relación con la sociedad. Cuando propuse la exposición, me dijeron: “Uf, estas cosas intelectuales, no hay nada para mostrar”. Pero, después de un año más o menos, entendieron que se podía hacer. Fue un momento magnífico, en el que tuve la impresión de que había un enorme barco en marcha, que estaba avanzando.

-En la traducción encontró un vínculo fuerte con la filosofía y la historia. ¿Cómo caracteriza esa relación, que puede volverse tensa?

-Me apasionó siempre la práctica de la traducción. Cuando empecé a estudiar griego, entendí que yo hablaba una lengua entre otras, como dice Jacques Derrida, y que una lengua no pertenece: se mueve, se transforma. Es la práctica del griego y la traducción, la multiplicidad de traducciones posibles de un mismo texto genial, con traducciones también geniales, pero diferentes, esa posibilidad de multiplicar lo que me apasionó. Y filosóficamente trabajé mucho. Nunca establecí fronteras entre las disciplinas.

-Entonces, ¿trabajó la idea de lo intraducible desde la filosofía y desde la traductología?

-Hay que entender de qué se trata. No quiere decir que algo no se pueda traducir: quiere decir que no dejamos de buscar la mejor traducción. Pero no es para nada que no traducimos. Todo se puede traducir, nada se puede traducir, dijo Derrida. Los intraducibles son síntomas de las diferencias de las lenguas. En suma, son des points de capitons, puntos en los que las lenguas son, a la vez, muy ellas mismas y muy diferentes. Las sufrimos cuando somos traductores. Si tomo la palabra bonjour, vemos que se dice en todas las lenguas. Pero no es lo mismo que cuando decimos shalom salam, no estamos deseando un buen día, deseamos la paz; cuando saludamos en griego antiguo deseamos el goce, el disfrute. En latín deseamos salud. No es la misma forma de abrir el día y de abrir el mundo. Podemos decir que bonjour es intraducible y, sin embargo, decimos buen día, o algo parecido, en todas las lenguas. Me interesa la visión del mundo que está contenida en las diferencias. Puedo tomar un término muy abstracto, como la palabra libertad. Escuchamos el latín, que dice que los niños son libres porque sus padres son libres, es esa libertad, la libertad vertical. Si digo freiheit (libertad en alemán) es la libertad horizontal, la de una misma generación, de compañeros, que van juntos a la guerra, o votan juntos. En inglés tenemos liberty freedom. ¿Cambia nuestros textos filosóficos? ¿Cómo?

-Europa siempre fue una Babel, y hoy se refuerza esa imagen.

-Por un lado, Europa es efectivamente la pluralidad de las lenguas. Y es muy importante que permanezca plural, porque es también pluralidad en visiones del mundo, en maneras de comportarse, culturas, textos.

-¿Qué pasa con las lenguas europeas ante la presencia creciente de los inmigrantes en las últimas décadas?

-Ahí hay una nueva babelización importante, que manejamos de una manera escandalosa. Somos responsables ante nuestros hijos de lo que está pasando, de los ahogados en el Mediterráneo. Y si Europa sirve para algo, debería servir para recibir correctamente a las personas que vienen. Yo participo de Maisons de la sagesse. Traduire. Es una asociación basada en tres puntos. El primero es la recepción de las personas que llegan a Europa. Ayudo con los formularios que deben completar los que no se ahogaron. Muchos no hablan francés, así que hicimos un glosario de la burocracia francesa. Cuando le preguntamos a una mujer soninke (grupo étnico del África occidental) cuál es su nombre y apellido, no nos dábamos cuenta de que ella no podía decir el nombre de su marido si es un cazador, o un guerrero porque los persiguen. No pueden ponerse esos nombres, entonces dicen “me llamo Dupont”. Cuando le pedimos a un migrante soninke su fecha de nacimiento, no la tiene, si la sabe no la puede decir, porque si la dice entrega sus poderes ¿Qué pasa entonces? Todos dicen que nacieron el 31 de diciembre. Trabajé con los empleados del registro civil de Aubervilliers, por ejemplo, que de repente dicen: “¡Ah! Ahora entendemos porque nacieron todos el 31 de diciembre”. Presuponemos que nuestra idiosincrasia es la universal. El primer trabajo que hacemos es sobre lo que se oculta entre las palabras, la cultura que está oculta. Es algo apasionante.