Elogio de la traducción 31 Ene 2023

Sobre «Elogio de la traducción», de Barbara Cassin

Oculi. Revista de Lecturas | Irene Agoff

(El texto que ofrecemos a continuación forma parte del libro Palabras peregrinas. La traducción en las ciencias conjeturales, de Irene Agoff, publicado recientemente por ediciones La Cebra, Bs. As., 2021. Aquí se reproduce con la amable autorización de la autora, así como de sus editores.)

 

I. Cuando, hace aproximadamente un año, se me propuso traducir este libro, cargaba sobre mis espaldas con una voluminosa mochila: la traducción de unos 250 libros (decenas más, decenas menos, he perdido la cuenta). Pero esta circunstancia no sólo significó una trayectoria preñada de descubrimientos y entusiasmos, así como, en tiempos ulteriores, de no poco frecuentes y alarmantes signos de cansancio. Ese peso «historial» –por usar un término bastante cassiniano−, significó también la aparición en mí de preguntas acerca de la tarea de traducir, que pronto hallaron alivio en escrituras personales a modo de respuestas. Una de las primeras, titulada «Acerca del significante forclusion», significó afrontar el reto de «inventar» una palabra castellana que representara a esta inusual palabra francesa. A continuación, incansables cuestionamientos sobre términos de relevancia en las postulaciones lacanianas generaron escrituras que se fueron sucediendo a lo largo del tiempo. Finalmente, un tema que adquirió predominio fue el de la posición subjetiva del traductor (mucho antes había encontrado ya referencias que avalaban mi postulación de la existencia de un «deseo del traductor»). De este modo, lo que había empezado como una interrogación sobre problemas de terminología, y continuado con polémicos pronunciamientos acerca de las relaciones entre las lenguas, culminaba –lectura de Freud y de Lacan y práctica del psicoanálisis mediante− en una suerte de destinación personalista de mis devaneos acerca del traducir.

Así las cosas, en 2017 tuve la oportunidad de traducir algunas entradas del monumental Vocabulaire européen des philosophies. Dictionnaire des intraduisibles,1 tarea para la que contaba con poco tiempo y que me enfrentó de golpe con un abordaje de la traducción que me resultó poco más o menos que incomprensible. No obstante, espero haber cumplido dignamente la labor, fatigosa por cierto, entre otras cosas por la dificultad de desentrañar su lógica y por sentir que su extensión y variedad eran inabarcables. Todo ello hasta que, en 2018, se me encargó la traducción del libro que hoy nos reúne, el Elogio de la traducción, de Barbara Cassin. Entonces, todo cambió.

 

II. Las teorizaciones innovadoras sobre la práctica de la traducción atribuidas clásicamente a Freiedrich Schleiermacher, Walter Benjamin, Umberto Eco, Henri Meschonic, Antoine Berman y seguramente otros, aun reivindicadas puntualmente por Barbara Cassin, venían a mostrarse insuficientes por el simple hecho de que con su libro se insinuaba tras ellas una cara oculta cuya existencia ellas mismas, y otro tanto sus lectores, ignoraban. Es verdad que nunca habían aspirado a la condición de verdad última –salvo, quizás, la postulación de un lenguaje puro universal por parte de Benjamin‒, sólo que ahora dejaban ver un carácter precario, lateral. Me atrevo a insinuar: les faltaba más filosofía.

Ésa que añade ahora Cassin, con su mirada nueva sobre la sofística, posibilitada no sólo por su condición de helenista y filóloga, sino también por su finísima lectura de un Lacan que transformó el entendimiento sobre el decir en tanto aquello que, palabras de ella mediante, ahora podríamos considerar como decidida performance del inconsciente.

A los autores que mencioné les faltaba más filosofía para conseguir, gracias a Derrida, por ejemplo, saltar la barrera de la comprensión lineal e ingresar a una distinta galaxia de lectura en la cual, con la deconstrucción, el continente conocido de las palabras se agrieta abriéndose a derivas inesperadas y extrañas. Se trata del mismo Derrida evocado por Barbara Cassin cuando cita su «más de una lengua», que, dice ella, «deviene condición trascendental de la humanidad del hombre». Posición opuesta a la del griego, cuyo logos hacía saber que lo que hablaban los bárbaros era puro bla-bla-bla inentendible, a diferencia de la lengua griega que, dice Cassin remitiéndose a Heidegger, ella misma «filosofa». Pero esto, desde una perspectiva que poco tiene que ver con la de un Heidegger prendado de su idioma alemán y que pudo decir, como nos lo recuerda Cassin:

«La lengua griega es filosófica, dicho de otra manera […] no fue captada por la terminología filosófica, sino que ella misma filosofaba ya como lengua y como configuración de lengua. Y otro tanto vale para toda lengua auténtica, lógicamente en grados diversos. Este grado se mide por la profundidad y por la poderosa existencia de un pueblo y una raza que habla la lengua y existe en ella. Este carácter de profundidad y creatividad filosófica de la lengua griega solo se vuelve a hallar en nuestra lengua alemana.»

Esta cita es la de una autora cuya relación con Heidegger se muestra más que conflictiva, pues, si por un lado enfatiza su nacionalismo lingüístico (que no puede sino evocar el otro, el feroz: su pertenencia al partido nazi), por otra parte lo considera «uno de los más grandes filósofos de su siglo», y además le agradece haber enseñado que «traducir es ‘desplegar la propia lengua haciéndola dialogar con la lengua extranjera’».

Cassin introduce otro tipo de nacionalismo, que ella llama «ontológico», claramente referido a esas lenguas, el griego y el alemán, y eventualmente otras. Me recuerda cierta pugna que mantuve en algún momento con psicoanalistas cuya actitud hacia el lenguaje de Lacan, hacia el francés de Lacan, casi de reverencia, colocaba a la lengua castellana en la posición de un esclavo todo el tiempo fallido. Posición antitética de la de Heidegger, puesto que ahora el «nacionalismo ontológico» no era por la lengua propia sino por la ajena. Y posición que, sumada a un escaso conocimiento del francés y a un uso por lo menos negligente del español, producía traducciones rebosantes de galicismos terminológicos y sintácticos. Pero esta referencia al «nacionalismo ontológico» involucra, me atrevo a decir, a cuantos traductores y pensadores sobre la traducción ha dado la historia de la cultura. Empezando por los griegos y su logos, que, nos precisa Barbara Cassin, los latinos tradujeron con dos términos: «razón y discurso». Logos, razón y discurso siempre anhelantes de una inalcanzable aproximación al «ser». La lengua como herramienta, como medio de comunicación, como transmisora de verdades en sí. «De los Presocráticos a Heidegger -dice Cassin- la gran tradición filosófica, para la que yo retengo el nombre de ontología, tiene al Ser por punto de partida.»

 

III. Ya es tiempo de recordar que se me invitó a hablar hoy sobre mi experiencia como traductora de Elogio de la traducción. Debo decir que, en términos generales, esta labor no me opuso mayores dificultades. La escritura de Barbara Cassin es llana, por momentos coloquial. Desprovista de artificios retóricos o de subordinadas infinitas. Esto, en términos generales. Pero sí hubo dos casos de su libro que me colocaron frente al escollo de algunos de los peores intraducibles con que puede toparse un traductor. El primero refiere a aquellas formulaciones en las que la autora hace valer de manera patente la fuerza de la gramática sobre la semántica. No es una situación habitual en la práctica del traductor y, cuando aparece, el ánimo de éste pasa a estar dominado por la desesperación, palabra que también utiliza Cassin al tratar este punto. El libro despliega extensamente un caso en el que la autora pone explícitamente en juego la potencia significante de la gramática. Se trata de un sintagma griego contenido en el Tratado del no ser, de Gorgias, uno de los mayores sofistas que dio la historia de la filosofía. La frase griega es: To mê on esti mê on. Pasamos literalmente al castellano la traducción francesa de Cassin (Le non-étant est non-étant) y decimos: «El no-siendo es no-siendo». Viene a continuación en el desarrollo de la autora un despliegue semántico-gramatical, en griego y en francés, intraducible al español y por razones justamente gramaticales. Aclaro que el punto constituye uno de los ejes centrales del libro. Cassin no cesa de insistir en que este mê on griego presenta un participio presente, que la autora puede trasladar a su traducción francesa: non-étant. En efecto, étant es el participio presente del verbo être, «ser». Pues bien, el castellano no posee la categoría verbal de participio presente, en lugar de la cual está el gerundio: «siendo». En el lenguaje filosófico castellano está la palabra «ente». Es decir, un sustantivo, y que el DRAE define como «lo que es, existe o puede existir». La misma Barbara Cassin explicita que, cuando el participio va precedido por un artículo, en este caso, el griego to y el francés le, dicho participio se transforma en sustantivo. Lo cual sucede en el sujeto gramatical de la frase de Gorgias, «to mê on», o sea, «le non-étant». Ahora bien, aquí no podemos traducir l’étant por la forma sustantivada «el ente», debemos utilizar el gerundio sustituto del participio, dada la particular insistencia de la autora en la singularidad gramatical de la fórmula griega de Gorgias. Problema añadido por Cassin al que volveré a referirme: pese al «es» de esa fórmula, griego esti, y que da, en español, «el no-siendo es no-siendo», el sujeto gramatical no es idéntico al predicado. Nada menos: «el no-siendo» del sujeto de la frase no es el «no-siendo» del predicado. Claro, ¡porque, a diferencia del segundo «no-siendo», el primero está sustantivado! Pero esto lo decimos nosotros, no Cassin. Su referencia a la sustantivación por la presencia de un artículo aparece en el texto como una mera acotación.

Me es inevitable expresar que todo este farragoso desarrollo nuestro se justifica también por la siguiente conclusión de Barbara Cassin a su respecto: «Es harto evidente que textos de este tipo son la cruz del traductor.» Más adelante, dice incluso que proseguirá con este ejemplo «llorando como un traductor».

Ahora bien, el caso del to mê on esti mê on no sólo es importante por evidenciar la potencia significante de la gramática. Para Barbara Cassin es también una desmentida del principio de identidad. Lo mencionamos poco antes: en la frase griega el sujeto gramatical no es idéntico al predicado. Éste es uno de los muchos lugares del libro en los que la crítica del aristotelismo es poco menos que implacable. Porque justamente «principio de identidad» y «principio de no contradicción», tan caros al pensamiento aristotélico, son blancos predilectos del sofista. No es verdad que las lenguas se rijan por estos principios, diría él, sino al revés. Las lenguas son precisamente «integral de equívocos»,2 como dice Lacan en L’étourdit. La existencia de la homonimia espanta a Aristóteles y no puede sino espantar a los traductores. ¿O acaso cada término de una lengua tiene un referente específico? La homonimia, dice Aristóteles, es el mal radical del lenguaje. Causa cierta ternura y alguna decepción enterarse, gracias a Barbara Cassin, de que el zapatito de Cenicienta no era de cristal, sino de petigrís, que, lo recordamos, es la piel o el cuero de un animalito que lleva ese nombre. La culpa de la confusión es la lengua francesa, que produce una homonimia por homofonía cuando llama verre al vidrio o cristal, y vair al petigrís. Ambas palabras, muy diversas en su escritura, son homófonas, se pronuncian igual.

En cuanto a la homonimia, cabe recordar los no pocos errores a que dio lugar inicialmente la traducción de Lacan en quienes, con insuficientes recursos lingüísticos, aceptábamos el desafío. Para no hablar de las homonimias entre lenguas, que no son pocas entre el francés y el español. Peor aún era el caso de los equívocos, cuya existencia en la definición misma de una lengua nos obsequia Barbara Cassin: «Una lengua difiere de otra y se singulariza por sus equívocos.» Y añade: «La diversidad de las lenguas se deja aprehender por esos síntomas que son las homonimias semánticas y sintácticas.»

 

IV. Como he dicho, la traducción de Elogio de los intraducibles no me planteó en su momento, salvo dos casos (acabo de referir el primero), problemas de intraducibilidad que pudiera considerar graves. Lo que en cambio me proporcionó este libro fueron claves de posicionamiento para el traductor cuando se encuentra ante un intraducible. He hablado de algunas de ellas: las homonimias y los equívocos. Añado ahora otra, contenida nada menos que en la magistral definición de los intraducibles por parte de Barbara Cassin, y que dice: «Los intraducibles son síntomas, semánticos y/o sintácticos, de la diferencia entre las lenguas, no lo que no se traduce, sino lo que no cesa de (no) traducirse.» Debo decir que la edición castellana de esta definición presentó una falla bastante seria: su primera mención en la obra contiene una errata por omisión, pues hace desaparecer el segundo «no», por lo que dice: «(los intraducibles son) no lo que se traduce…». Errata que califico de grave y que se encuentra en la página 43. Pero por otro lado no puedo dejar de mencionar cierta dificultad de traducción que ahora, pasado el tiempo, me hace pensar que tal vez intuí como un caso de intraducibilidad, lo cual justificaría que yo misma no hubiese podido uniformar el español de esa definición en todas sus ocurrencias en el texto. El problema se resume en una palabra, el pronombre francés on, que vuelve problemáticas muchas traducciones. En el original francés, los intraducibles son «non pas ce qu’on ne traduit pas, mais ce qu’on ne cesse pas de (ne pas) traduire«. Me limito a mencionar el punto, cuyo desarrollo requeriría una extensión que el alcance de este trabajo no admite, además de no ser, a mi juicio, claramente atinente a la obra sobre la que trata la convocatoria de hoy.

El segundo caso de intraducibilidad que complicó mucho el curso de mi trabajo con este libro se resume nada menos que en el subtítulo: «Complicar el universal», sintagma que adquiere con el correr del texto una importancia central. En un principio escribí «lo» universal, en vez de «el». ¡Menuda diferencia! Casi necesité leer el libro hasta el final para apreciar el alcance del error, pues ponía en juego una cuestión gramatical y conceptual que no debía soslayarse. Por varias razones, una de las cuales es que la lengua francesa no posee el artículo neutro «lo». Caso que posiblemente Barbara Cassin añada a una ya larga lista de nuevos intraducibles que publicará en su momento. El empleo de uno u otro artículo ante un sustantivo modifica el sentido de éste. Lejos de constituir un dato accesorio, la sustitución del artículo neutro «lo» por el masculino «el» es un ejemplo notable del poder de la gramática sobre la semántica. Pero además, por qué no pensar lo contrario: que también es ejemplo notable del poder de la semántica sobre la gramática. La cuestión parece, hasta ahora, indecidible.

 

V. El deseo de llevar las teorizaciones de Barbara Cassin al terreno de una práctica específica que nos concierne, la traducción de los Escritos y Seminarios de Lacan, me recuerda algunos interrogantes que me planteé en su momento y que me parece oportuno reproducir en estas reflexiones sobre el Elogio de la traducción.

Me preguntaba, por ejemplo, cuántas palabras del castellano se necesitarían para traducir manque-à-être sujet-supposé-savoir. Asimismo, ¿cómo dar cuenta de Je sin agregarlo entre corchetes después de «yo», en los casos en que se corresponden? ¿Qué quiere decir exactamente pousse-à-la-femme? ¿Cómo decirlo en castellano? ¿Cómo admitir la imposibilidad de asignar para trait unaire una expresión única? Trait es un término que posee bastantes más elementos sémicos que en castellano, y no se presta a la inmovilidad de una fórmula. ¿Y qué hacer con plus-de-jouir? ¿Cómo traducirlo, exactamente? Porque plus-de-jouir quiere decir también, y yo diría que sobre todo, «basta de gozar», «punto al goce», «no hay más goce», y en esto la medida fálica, adueñándose de la escena, viene a aliviar la tensión insostenible: para el traductor, es cuestión de saber que trabaja a pura pérdida, que la distancia entre el original y su texto es insalvable. Lo mismo en cuanto al rapport de il n’y a pas de rapport sexuel, para el que se han propuesto distintas soluciones en español. Y los neologismos de Lacan, ¿son todos del mismo orden? Los de títulos de algunos seminarios, sin ir más lejos: EncoreLes non-dupes errentLe sinthomeL’insu que sait… ¿Estamos frente a «intraducibles»? ¿En todos los casos?

 

VI. Voy a concluir refiriéndome al caso de una cita fallida del Elogio, anónima, que se incluyó on line con motivo de una actividad llevada a cabo en la última Feria del Libro de Buenos Aires, y que giró en torno a la versión española del Diccionario de los intraducibles. En ese texto se vierte del siguiente modo la definición de los intraducibles que transcribí hace unos momentos: «Los intraducibles son síntomas, semánticos y/o sintácticos, de la diferencia entre las lenguas, no lo que no se traduce, sino lo que no deja de traducirse.» Como se debe haber advertido, la fórmula de Barbara Cassin está tomada de la teorización lacaniana de lo imposible, referida a lo que «no cesa de no escribirse«. En vez de lo que «no cesa«, el texto al que aludo dice «no deja«, y agrega, para colmo, «no deja de escribirse», con lo que hace desaparecer ese último «no» que para algunos traductores debe resultar, en efecto, desesperante. Para ceñirme al primero de los aspectos que referí, podría decir que la persona que se tomó la libertad de cambiar el verbo lo debe haber hecho en honor a un uso, digamos, más coloquial, más usual de la lengua española, en simples contextos de comunicación, donde «dejar de» vendría a suavizar la afirmación de Lacan inyectándole un matiz quizá empático o sentimental, pero introduciendo en ella una ambigüedad que no tiene: no es lo mismo «no ‘dejar’ de no escribirse» que «no ‘cesar’» de no hacerlo. El verbo «cesar» pone de manifiesto aquí esa insistencia de lo real que constituye una de sus características implacables. Barbara Cassin, quien supo leer a Lacan como pocos, utiliza el apotegma a su modo en relación con la traducción. A su modo, pues escribe el último «no» entre paréntesis, deslizando así el equívoco para definir lo intraducible: habría entonces casos en los que sí se traduce, circunstancia que pone en extraordinara evidencia aquella «vacilante equivocidad del mundo» que Barbara Cassin toma de Hanna Arendt,3 «vacilante equivocidad» en la que las lenguas viven, padecen y gozan.

 

Notas 

* Barbara Cassin, Elogio de la traducción. Complicar el universal, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2019, trad. Irene Agoff. El texto que sigue corresponde a la presentación del libro por invitación del Centro Descartes, efectuada en Buenos Aires, el 25 de junio de 2019.

1 Concebido y editado por Barbara Cassin y publicado por Dictionnaires Le Robert y Éditions Le Seuil, París, 2004. Edición castellana: Vocabulario de las filosofías occidentales. Diccionario de los intraducibles, vols. 1 y 2, México, Siglo XXI Editores, 2018.

2 L’étourdit: «Una lengua, entre otras, es nada más que la integral de los equívocos que su historia dejó persistir en ella.»

3 Hanna Arendt: en su Diario filosófico define la «condición humana», como la «vacilante equivocidad del mundo».