Los desarzonados 06 Mar 2014

Todas las mañanas después de Quignard

La Voz del Interior | Pablo Natale

Reseña de "Los desarzonados", una crítica sin concesiones contra la actualidad y sus cimientos.

 

Podríamos hablar de la última gran foto de los premios Oscar, esa selfie donde las celebridades de la industria internacional del espectáculo posan como cualquiera de nosotros; podríamos hablar también del conflicto sociopolicial de fines del año pasado o del video La la la, de Naugthy Boy; o podríamos hacer un rodeo y empezar hablando de caballos como hace Pascal Quignard en su ensayo Los desarzonados

Según explica el traductor, “desarzonar” quiere decir “hacer violentamente que el jinete salga de la silla” y también “confundir, desconcertar”. El libro es, entonces, un desfile de caballos, de caballeros ilustres, de siervos y de pueblos, una lenta maniobra que hace y que construye Quignard para reflexionar sobre las sociedades modernas, la violencia, el silencio y lo gregario. 

En Los desarzonados, los caballos son los siervos, aquellos que montan los poderosos; también son los sometidos, las masas y la tecnologización moderna, y a la vez aquellos jinetes que caen del caballo y mueren o, como en el caso de San Pablo y Abelardo, se alejan de la vida para empezar otra vida. 

Al estilo del Bartebly de Gilles Deleuze y la obra de Geroges Bataille, como en los libros de Michel Foucault dedicados a investigar la antigüedad clásica, Quignard construye un muro que bien podría llamarse “El odio a la música social” y ser entendido como una crítica sin concesiones contra la actualidad y sus cimientos: por momentos esa crítica puede parecer apocalíptica, predecible, eurocentrista y aristocrática, pero por momentos resulta envolvente e hipnótica, porque el idioma de Quignard tiene el encanto del discurso de los que se han apartado, de los chamanes, de los solitarios que todavía pueden sumergirnos en sus palabras. 

Escribe Quignard: “No es sensato perseguir los anhelos de tus padres. Es desafortunado seguir los deseos del grupo. Que nada se transfiera a tu cabeza. Líbrate de la transferencia. Deja de servir… Conviértete en una palabra en desuso”. Escribe Quignard: “Nacemos de repente en el aire atmosférico, cegados por la luz solar, esclavos de las más humillantes dependencias”. Y luego: “Éste es el deseo que tengo: una compañía de solitarios”.

Están los héroes contemporáneos, esos seres imposibles de mármol y plástico; están los héroes de todos los días, aquellos que pelean por sobrevivir. Y luego están los libros de Quignard: su último reino, un lugar desde el que nos escribe y nos hace ver que hay entre nosotros algo profundamente triste y bestial.