Las sombras errantes 17 Sep 2014

Todo escritor es político

Revista Veintitrés | Miguel Zeballos

 
Ser donde el origen se pierde”, dice Pascal Quignard en unos de sus pasajes, y en esa frase/hachazo se revela el manifiesto póstumo de la literatura, o mejor aún, la expresión lacónica sobre el acto primitivo de escribir.

El proyecto (traducido por Silvio Mattoni) es monumental, digno de las obras que revuelven los sentidos y que tienen como destino quedarse para siempre bajo nuestras entrañas. Quignard lo sabe; su construcción es piramidal, de mayor a menor, piedra por piedra. Ese vasto edificio en construcción detalla viajes, mapas, mitos, subvierte la historia y la filosofía y las convierte en otra cosa, tal vez en un gesto primitivo, individual: “Escribir es enteramente político”.

Las sombras errantes es un texto replicante. Una novela/espejo concebida para mirarse hasta quedarse ciego, quizá porque el autor de El salón de Wurtemberg entiende la lectura como un peligro, y en esa incomodidad reside su escritura, una suerte de disloque permanente:

“El individuo es como la ola que se levanta sobre la superficie del agua. No puede separase completamente de ella. Y vuelve a cargar rápidamente en la masa solidaria que lo traga…”. Como el mar, que deja sus promisorios y desgraciados restos sobre la playa, Quignard expone sus fábulas, cuentos, leyendas: su prosa se amontona como la arena, pero se niega a descansar, más bien tiende siempre a caminar por la cuerda floja, como un trapecista.