Herzog por Herzog 11 Feb 2015

Herzog, o el atleta con una cámara

Revista Ñ | Roger Koza

 

No importan la lengua, las preferencias estéticas ni las orientaciones políticas. A Werner Herzog lo veneran todos y en todas partes; un filme suyo reúne feligreses y colma todas las salas. ¿En qué reside su secreto, que convence por igual al creyente y el incrédulo, al misántropo y al humanista?

Tal vez las películas alcancen para extraer el secreto de su seducción, pero quienes deseen saber un poco más del hombre detrás de cámara (y a veces adelante) encontrarán en este libro claves de lectura y algunos principios generales que articulan una vasta obra. Desde ya, no se trata de un libro de chismes, y menos aún, de una hagiografía. El hombre Herzog se revela en la medida en que lo dicho está consustanciado con la película que se discute.

Herzog por Herzog. Entrevistas de Paul Cronin dista mucho de ser un ejercicio exhibicionista. Naturalmente, las conocidas anécdotas del director están presentes pero se desmarcan de los mitos y algunas otras se conocen por primera vez. Una de las más hermosas: su caminata de Múnich a París para ver a una agonizante Lotte H. Eisner.

La curiosidad es aquí una virtud cardinal. Herzog, que siempre quiso ir por los entes y los paisajes que aún carecían de imágenes, sabe que la condición de posibilidad para filmar lo que se desconoce es ponerse en movimiento, abismarse, descentrarse. El cineasta debe, antes que nada, aprender a caminar.

Es así como, en una posible academia “iletrada” para directores de cine, Herzog propondría: “Los aspirantes sólo tendrían permitido llenar el formulario de inscripción después de haber recorrido solos a pie una distancia de unos 5000 kilómetros, digamos de Madrid a Kiev. Y mientras caminan, tendrán que escribir … Caminando se aprende más sobre filmar películas que asistiendo a clase”. Esta cláusula casi deportiva constituye una declaración de principios y también, indirectamente, el reconocimiento de una tradición sensible de artistas caminantes. Herzog citará en algún momento al autor austríaco Robert Walser y al viajero inglés Bruce Chatwin, camaradas cercanos del movimiento.

Si todo comienza a pie, todo trayecto implica un territorio por recorrer. Entre tantas cosas que dice Herzog, es ostensible que el concepto de espacio es el primer motor de la puesta en escena en su filmografía. Dice: “El disparador de muchas de mis películas es el paisaje … Sé que existen en algún lugar y nunca fracasé a la hora de encontrarlos … Los paisajes no son el impulso de la película sino que devienen el alma de la película”. Son muchos los pasajes en los que Herzog insiste sobre el tema y sus ejemplos, articulados en su propia experiencia, son contundentes. Tan sólo lo que dirá sobre Aguirre, la ira de Dios alcanza para sintetizar su cine.

Dividido en nueve capítulos, además de contar con una correcta introducción de Cronin y la famosa “Declaración de Minnesota” del director, el diálogo que sostienen Cronin y Herzog se organiza a partir de las películas, en un período que abarca de Herakles (1962), peculiar cortometraje que combina fisicoculturismo y bombardeos, del que él dice haber aprendido todo lo que no debería hacer, a Invencible , una película de ficción no muy conocida, con Tim Roth, que se estrenó en 2001. En este sentido, la renovación estilística, no temática, que se puede divisar en el Herzog tardío queda lógicamente fuera de estos diálogos. No es una ausencia que haga que el libro se resienta, porque en última instancia se trata de casi 40 años de carrera.

Como es de esperar, en Herzog por Herzog hay develamientos de todo tipo: su distancia frente a un movimiento al que suele asociársele, como el Nuevo Cine Alemán (y frente a la concomitante radicalización de la política de fines de los 60), las influencias que reconoce en otros directores y artistas (y su desprecio explícito de ciertos hitos de la cultura europea y de Jean-Luc Godard) y algunas apreciaciones extraordinarias sobre el sonido (léase lo que dice a propósito de Signos de vida , o su reconocimiento a Robert Bresson).

Se trata de un libro de una generosidad ubicua en la que se aprende párrafo a párrafo, libro tan apasionante como los viajes que hemos hecho con él a la Antártida, al Tíbet, al desierto, a una isla abandonada y a tantos otros lugares, travesías que siempre nos previenen de la mayor desgracia espiritual en la que puede caer un hombre: militar por el aburrimiento, distraerse en las banalidades del espectáculo.