Herzog por Herzog | Manual de supervivencia 05 May 2017

El bávaro que entiende el mundo

El País | Montevideo | Redacción

Por qué su cine documental nos sigue sorprendiendo, tras el estreno en Netflix de varias obras recientes.

 

Una voz cascada, hablando en inglés con acento alemán, es la voz en off que aparece una y otra vez en los documentales del cineasta alemán Werner Herzog. Es la voz del propio Herzog, calma, articulada y legible, que hace preguntas o comentarios con una sintaxis elaborada, tan reconcible hoy que hasta tiene imitadores en las redes sociales. Su tono tranquiliza al espectador, le permite seguir sin extraviarse. Por ejemplo, en su último documental sobre Internet (Lo and behold, 2016), le pregunta a sus interlocutores, especialistas californianos de universidades de elite, si Internet es capaz de soñarse a sí misma, y esos señores lo quedan mirando estupefactos, se genera un silencio incómodo. Segundos más tarde balbucean una respuesta, se obligan a pensar en otro plano, a rearmar sus códigos, y lo que responden no sólo los deja a ellos algo sorprendidos sino que permite explorar el por qué y el para qué de un mundo virtual del que hoy dependemos casi totalmente. Los especialistas no abordaron temas concretos. Se pusieron a filosofar, dejando vagar su mente en voz alta sobre a dónde vamos, por qué hacemos lo que hacemos, y qué aciertos o errores estamos cometiendo como comunidad a mediano y a largo plazo. Entonces, lo que en primera instancia parecía un documental más sobre Internet se convierte en una experiencia filosófica sobre el mundo, sobre dónde estamos parados, y qué futuro nos espera. Igual que Sócrates y Aristóteles en el ágora ateniense, pero con smartphone.

Lo and behold está disponible en la programación de Netflix junto a otros dos muy buenos documentales de Herzog, Dentro del volcán (2016) y Happy people, un año en la taiga (2010), y eso es una gran noticia. A su vez acaba de publicarse la primera traducción al español rioplatense del libro que el propio Herzog se ha encargado de destacar, porque lo influyó como cineasta: El peregrino, de J. A. Baker, un diario de observación de la vida de los halcones peregrinos que visitan el este de Inglaterra, en versión del traductor y escritor argentino Marcelo Cohen. Y esto nos lleva a otra pregunta: por qué esto es una gran noticia y no lo son otras dos películas recientes de Herzog, ambas superproducciones de Hollywood, el thriller Salt and fire (2016) con Gael García Bernal y La reina del desierto (2015) con Nicole Kidman y Robert Pattinson, o su rol como actor en Jack Reacher (2012), junto a Tom Cruise, haciendo de malo. En la lógica del show business los documentales serían una suerte de cambio chico. Pero no para quienes siguen a este curioso realizador desde la década del 60, quienes se han dejado fascinar por su cabeza abierta para entender las ambigüedades y contradicciones de los seres humanos. Ellos saben que la oportunidad de ver todo su cine siempre es noticia.

LARGA CARRERA.

Tras haber dirigido 68 películas y documentales, haber guionado 55, actuado en 32 y producido 31 desde el año 1962 hasta hoy, no hay fórmula que permita explicar por qué hace lo que hace, o al menos establecer una clasificación. Él, para peor, cuestiona la separación entre películas de ficción y documentales. De Fitzcarraldo, su ficción de 1982, ha dicho que fue "su mejor documental". Hay, sin embargo, una certeza: Herzog siempre nos lleva, por caminos sorprendentes, al reino de lo poético, allí donde escasean las certezas y abundan las ambigüedades. El resultado no deja a nadie indiferente.

Sus obras abordaron la conquista española de América, el tráfico de esclavos, la búsqueda de la mítica El Dorado, los avatares del emperador Bokassa, o un festival musical en el teatro privado del Maharaja de Udaipur. También una rebelión de enanos en un asilo, los pozos petrolíferos incendiados por Saddam Hussein en Kuwait, un fanático de los osos grizzly que los humanizó y terminó comido por uno, o las peripecias de un piloto norteamericano prisionero en Vietnam. Y faltan. Los contrastes podrían seguir, siempre radicales, asombrosos. Historias increíbles que parecen comerse a los personajes. Pero no. Son precisamente los personajes, los entrevistados, los que van aportando las pistas incómodas. En Ecos de un reino oscuro (1990), sobre Bokassa, el delirante emperador de la República Centroafricana acusado de canibalismo e innumerables asesinatos, Herzog esquiva el mito. Comienza con una entrevista casi protocolar a una mujer joven, última esposa del líder, que éste abandonó en Francia en una suerte de castillo junto a su hijo y otros hijos de esposas anteriores. Con una voz irreal que es casi una letanía ella va revelando el abandono, pues los muchachos sin padre ni autoridad viven una vida sin control, casi al margen de la ley. El desastre doméstico (los hijos) explica una psicología y permite construir otro Bokassa desde el patio trasero de lo ambiguo, lo paradójico. Herzog pone el foco en niños, mujeres y hombres inesperados y desesperados. Sabe, sin embargo, que el camino está lleno de trampas. Una vez el actor Klaus Kinski, mientras rodaban Aguirre, la ira de Dios (1972) en los paisajes de Machu Picchu, le dijo a Herzog que debía filmar la grandiosidad del paisaje. Y Herzog le dijo que no, que eso no le interesaba, que eso lo habría hecho Hollywood pero no él. Así filma la escena de la larga fila de soldados, asistentes y animales bajando y subiendo por caminos laterales que los incas tallaron en la piedra, una procesión fatigosa, fútil, que ya anuncia el destino fatal de la expedición. Sin la postal turística detrás.

Cuando hay que explicar quién es Herzog a quien no lo conoce, aparece Aguirre, la ira de Dios. La película recrea con cierta libertad histórica las peripecias de una expedición española en la época de la conquista que sale en búsqueda de la mítica El Dorado a través de la selva amazónica. La figura encarnada por el actor alemán Klaus Kinski interpretando al conquistador español Aguirre posee una frescura notable, no ha envejecido a pesar de que han pasado casi 50 años. El despliegue de energía y demencia que Herzog logra sacar de Kinski da vida a un conquistador cruel, despiadado y ambicioso como pocas veces el cine ha consagrado (ver el testimonio inédito de un uruguayo-argentino en esta edición). Pero el efecto es curioso: es un malvado incómodo al que podemos temer pero no odiar. De forma curiosa Aguirre resulta cercano. Porque Aguirre, en cierta forma, somos todos. Se podría decir que ese conquistador demente explica parte de la tragedia de este continente, como Las venas abiertas… de Eduardo Galeano, y bajamos un escalón para gastar energía hablando del perverso imperialismo, pero enseguida el propio Herzog nos devuelve a la realidad: "Poco importa dónde se filmaron físicamente las películas. He viajado mucho, pero siento que mis películas no sólo son muy alemanas, sino que son explícitamente bávaras" explicó en el libro Herzog por Herzog, entrevistado por Paul Cronin. ¿Alemania? En realidad la selva bávara poco tiene que ver con el resto de Alemania. De allí Herzog toma la imaginación, la locura, la exuberancia, el espíritu soñador. Él siempre pensó que el único además de él que podría haber filmado Fitzcarraldo (1982), la historia de un empresario demente, amante de la ópera, que busca explotar el caucho en un lugar inaccesible de la selva, habría sido el rey bávaro Luis II, por las locuras que hizo. "Esa clase de imaginación barroca está también presente en el cine de Fassbinder, en esa creatividad feroz e implacable" dijo.

La imagen más famosa de Fitzcarraldo es una foto promocional: Kinski en primer plano, de traje blanco en plena selva, y al fondo el gran barco de 340 toneladas que está siendo acarreado de forma lenta montaña arriba. El poder poético de esa imagen es abrumador por todo lo que dispara. Hoy sabemos por la leyenda y también por el notable diario que Herzog publicó sobre el rodaje (Conquista de lo inútil, 2008) que la producción de esa película tuvo un alto componente de locura e irracionalidad a lo largo de los cuatro años que duró. Las peripecias del equipo de producción en la selva, a 1.200 kilómetros del pueblo más cercano, y los obstáculos que el propio Herzog debió resolver, fueron increíbles. Y no sólo en la selva. Cuenta que cuando le explicaba a los productores en Los Ángeles que de verdad quería pasar un barco a través de una montaña, sin efectos especiales ni maquetas ni simulaciones, sólo empujado por la fuerza de los hombres, el candor que había tenido hasta ese momento la conversación se convirtió en hielo. Él quería filmar al ser humano en una situación extrema, luchando por sueños imposibles, y triunfando. "No fue el dinero el que empujó ese barco montaña arriba en Fitzcarraldo; fue la fe", le dijo a Cronin.

El otro mito de Fitzcarraldo cuenta que dirigió a Kinski a punta de pistola. Era, quizá, el actor más narcisista, psicótico y agresivo que dio el siglo XX (hoy sabemos que violaba a una de sus hijas, por la autobiografía édita de Pola Kinski, Nunca lo digas a nadie). No era fácil de soportar, sobre todo para el equipo técnico, los actores y extras, que también recibían su dosis y en algún caso renunciaban. Los indios que trabajaban en Aguirre… un día se ofrecieron para matar a Kinski ("Esperen, lo preciso para el rodaje", les dijo asustado). Cuando el actor quiso abandonar la película antes de finalizar (algo que ya tenía antecedentes con otros directores), Herzog no fue con un revólver como dice el mito. Le explicó que podía irse, pero que antes de que su bote se perdiera de vista él le iba a disparar con un rifle. Kinski volvió al rodaje luego de pedir a gritos por la policía de forma infructuosa; el puesto más cercano estaba a cientos de kilómetros.

La química entre Herzog y Kinski duró hasta Cobra verde (1987), película sobre novela de Bruce Chatwin que retrata la decadencia de los imperios esclavistas en Brasil y África, y que tiene como protagonista central a Kinski interpretando a un aventurero violento, ambicioso y promiscuo con las esclavas. Herzog se queja hasta hoy de que no pudo mostrar lo que quería, porque Kinski insistió en una estilización que no estaba en los planes, algo "que evoca vagamente los spaghetti western" recuerda, dolido. Y no porque desprecie la estilización. Ello queda evidente en sus documentales. "Todos mis documentales son estilizados. En nombre de una verdad más profunda, una verdad más extática —el éxtasis de la verdad— contienen partes inventadas" le cuenta a Burdeau y Aubron en el libro Manual de supervivencia.

COSA DE ENANOS.

Conjurar ese éxtasis ha sido el elixir para que sus obras no envejezcan. Por ejemplo, hace casi cincuenta años que realizó la película También los enanos empezaron pequeños (1970), una fábula que relata una sublevación de enanos (protagonizada por actores enanos) en un asilo contra la autoridad, también personificada en un administrador enano. La revuelta tiene algo de película adolescente al estilo Hollywood, donde una broma pequeña lleva a otra más grande y todo termina en un gran desastre. Con la diferencia de que los actores son enanos, de diferente edades, y toda la historia corre por el límite filoso entre la cordura y la locura. Lo que podía percibirse como un ejercicio bizarro, que busca sacar lo peor del espectador, se revela con una humanidad potente, compleja, a la vez tierna y perversa. El propio Herzog confesó que apenas iniciado el rodaje dejó de tratar a los actores como enanos, como seres atrapados en una condición, y pasó a considerarlos sin prejuicios. Ese cambio se refleja en la película, es acompañado por el espectador. Fue filmada en plenas revueltas estudiantiles del 68 y los teóricos revolucionarios de entonces la calificaron de película fascista porque retrataba "una ridícula revuelta fallida protagonizada por enanos" recuerda Herzog.

Si la cuestión es el paisaje, siempre importa lo que el hombre ha hecho con él. En Fata Morgana (1971) Herzog pone el foco en las planicies degradadas del desierto del Sahara, la maquinaria y los galpones abandonados, todo filmado en largos travellings de una cámara montada sobre una combi VW en movimiento. El efecto es curioso: el espectador se hunde en una suerte en ensimismamiento, de extrañamiento, como si el paisaje perteneciera a una película de ciencia ficción. Como si lo visto no fuera reconocido como paisaje terrestre.

Todo eso alcanza una conjura notable en Lecciones de la oscuridad (1992), quizá el mejor documental que ha producido Herzog en su carrera. Se estrenó en los 90 en Uruguay gracias al esfuerzo de Fernando Parrado en un ciclo que dirigía en televisión abierta. La obra retrata el desastre ecológico de los pozos petrolíferos ardiendo tras la retirada de las tropas de Saddam Hussein de Kuwait en la primera guerra del golfo, sobre todo el trabajo de los equipos contratados por el gobierno kuwaití para apagar esos incendios, tarea muy peligrosa. Ya desde la primera escena, antes de los títulos, sumerge al espectador en un clima irreal, como de ciencia ficción. La cámara intenta acercarse al calor incandescente de un pozo de petróleo en llamas, alrededor del cual un grupo de bomberos realiza tareas previas al apagado (mediante una explosión controlada). Un bombero les hace señas para que se alejen. Entonces aparece la inconfundible voz en off: "La primera criatura que encontramos intentó comunicarnos algo". El paisaje extraterrestre y sus criaturas. La obra ya había comenzado con una deliberada cita falsa de Blaise Pascal que pone al espectador en un estado de gracia, pues anuncia un esplendor catastrófico. El anuncio no era necesario: nadie pudo imaginar un escenario más apocalíptico y poético en semejante escala. Pero Herzog no se intimida ante el absurdo y registra en largos travellings filmados desde un helicóptero las gigantescas columnas de humo y llamas que tapan el sol, los depósitos de combustible destruidos, los búnkers perforados por bombas o los mares infinitos de petróleo derramado, la maquinaria pesada percibida como entes prehistóricos o los hombres luchando en la oscuridad a pesar del pleno día, todo acompañado de una portentosa banda sonora con obras de Mahler, Schubert, Wagner, Verdi, Prokofiev y Grieg.

Lecciones de la oscuridad también registra los abusos de un ejército en retirada contra la población civil. A Herzog le atrajo la mujer que intenta relatar cómo presenció la tortura y muerte de sus dos hijos y no puede, o la madre que explica por qué su hijo pequeño decidió un día no hablar más ("no quiero aprender a hablar") luego de que un soldado iraquí lo apoyó en el piso y apretó su cabeza con la bota para ver si resistía todo su peso, y como resistió mató al padre de un tiro. El niño, en brazos de su madre, evita la cámara sin emitir sonido hasta que, de pronto, mira al lente, nos mira, nos paraliza con su silencio, pues sabe que sabemos. Mucho se ha escrito y hablado de la imposibilidad de recrear lo que ocurre en la tortura, de cómo algunos escritores han logrado apenas arañar ese universo donde la víctima pierde toda referencia sensorial y temporal (en Uruguay, Carlos Liscano). Pero esa cámara fija que Herzog deja encendida registrando sólo el silencio nos coloca literalmente al borde del abismo. El dolor inaudito se instala, se corporiza. (De hecho luego de esas tomas las autoridades kuwaitíes le ordenaron a Herzog abandonar el país en cuestión de horas, algo que acató sin discutir, para no arriesgar a que le confiscaran lo filmado hasta el momento).

CÓMO CONTAR.

En Lo and behold no sólo los científicos atónitos hacen filosofía sobre Internet. Cada una de las entrevistas es una joya. Elon Musk, el multimillonario creador de PayPal, conocido por intentar construir un auto eléctrico y ahora por proyectar turismo espacial a Marte, queda mudo tras una pregunta de Herzog. La cámara sigue encendida, Musk mira al piso, al costado, pero no quiere huir. Piensa, procesa y devuelve. El hacker Kevin Mitnick, por el contrario, es lineal y divertido, parodiando la estupidez del ser humano. A su vez los entrevistados del área reservada para los alérgicos a las ondas electromagnéticas, un lugar remoto de West Virginia donde no hay teléfonos ni televisor ni nada electrónico, ponen la nota de desconcierto y provocan en el espectador ternura y rechazo a la vez. El más conmovedor, sin embargo, es Ted Nelson, el pionero que imaginó Internet antes que nadie, que lo percibió como un flujo inacabado de información que se retroalimenta, como el agua que pasa entre los dedos, algo que hoy no sucede. "La interconexión ha sido el eje de todo mi pensamiento" explica. Supo hablar del hipertexto antes de que existiera la web, y exploró esa interconexión entre las lenguas. Descubrió que en los textos escritos en diferentes lenguas es bien visible la deuda que hay entre ellos (pone ejemplos de frases de la Biblia que remiten a textos mucho más antiguos porque fueron tomadas de allí). Pero eso en la Internet actual no ocurre, porque sufrió una compresión absurda, no reconoce semejantes herencias. No hay secuencia, quedó abortada, no hay flujo libre e interconectado. Entonces Nelson explota: "¡El cortar y pegar es un crimen contra la humanidad!". La voz en off de Herzog, entonces, aparece: "La visión de los links de Nelson nunca se materializó. Y muchos hoy lo consideran un demente", para agregar, dirigiéndose a él: "Para nosotros usted es la única persona en derredor que está clínicamente sana". Y Nelson salta, con un gesto de alegría: "¡Nadie jamás me dijo eso antes!"

En Happy people: un año en la Taiga (2010), el otro de Netflix, Herzog trabajó junto al director ruso Dmitry Vasyukov. Allí investiga la vida, los peligros y las costumbres de los cazadores profesionales de pieles finas regulados por el Estado ruso que viven durante largas temporadas en condiciones extremas de frío, nieve y soledad. Los cazadores son entrevistados en la misma taiga, donde deben resolver dificultades que a veces son de vida o muerte, o construyen sus herramientas y trasmiten ese conocimiento ancestral a sus hijos (de forma tan didáctica que hasta el espectador aprende el oficio), pero que dependen casi totalmente de la moto de nieve, una suerte de caballo moderno. El retrato carece de romanticismo, la naturaleza es violenta y el hombre le responde violentamente en uno de los sitios más remotos que se puedan imaginar. Además, cazan para la industria peletera, algo muy políticamente incorrecto en la era de la defensa de los derechos de los animales.

En Dentro del volcán (2016), Herzog sigue a un especialista por algunos de los más activos y peligrosos volcanes de la actualidad. Pero no en plan geógrafo. Lo importante para Herzog es cómo interactúan y conviven los pobladores vecinos con esos gigantes semi dormidos, y cómo lo manifiestan a través de las costumbres, el folclore, los rituales e incluso los mitos que llegan a la política, como ocurre en Corea del Norte con el volcán activo del Monte Paektu. El científico reporteado sabe de volcanes, de mediciones y de probabilidades estimadas, pero a Herzog le interesa lo que está más allá de las mediciones empíricas. Quiere saber qué pasa por la cabeza de aquellos que veneran, respetan o interpretan a esos monstruos impredecibles. Los mitos, lo místico y la imaginación cobran protagonismo. El pensamiento mágico reina y se manifiesta de formas sorprendentes.

La cámara de Herzog queda fija por largos instantes en la lava ardiente de la boca de un volcán. Un tiempo eterno. Sabe que el espectador está atrapado por el poder de esa imagen, y esa inmovilidad tiene un efecto curioso: lo obliga a reflexionar, a plantearse las eternas preguntas, el qué somos, por qué hacemos lo que hacemos, a dónde vamos. El espectador sabe, además, que por allí merodea el de la voz en off, el buscador incansable, ese a quien le molesta que le pregunten por qué hace lo que hace. Sólo sabe lo que quiere hacer, "buscar una nueva gramática de las imágenes", porque eso le ayuda a entender el mundo.

HERZOG POR HERZOG, Entrevistas de Paul Cronin. El cuenco de plata, 2014. Buenos Aires, 320 págs. Distribuye Gussi.

MANUAL DE SUPERVIVENCIA de Werner Herzog. Entrevista con Hervé Aubron y Emmanuel Burdeau. El cuenco de plata, 2013. Buenos Aires, 120 págs. Distribuye Gussi.

CONQUISTA DE LO INÚTIL (Diario de filmación de Fitzcarraldo) de Werner Herzog. Entropía, 2008. Buenos Aires, 274 págs.

EL PEREGRINO de J.A. Baker. Traducción de Marcelo Cohen. Sigilo, 2016. Buenos Aires, 222 págs.