Herzog por Herzog | La pantalla diabólica 24 Feb 2018

Del caminar sobre hielo

El Mercurio | Santiago | Rodrigo Pinto

 

La anécdota es famosa en el mundo del cine. En París, donde vivía, Lotte Eisner se enfermó gravemente. Era conocida como la gran madre del cine expresionista alemán, autora del texto canónico sobre el movimiento (La pantalla diabólica, editado en español por Cuenco de Plata) y, gracias a su empeño y constancia, logró la conservación de centenares de películas y creó el mejor archivo de cine alemán de la primera mitad del siglo. Werner Herzog y otros cineastas de su generación la idolatraban. Cuando el director de Fitzcarraldo, que estaba en su casa de Múnich, se enteró de la enfermedad de Eisner, pensó que no podían permitir la muerte de Lotte, "con la firme creencia de que ella seguiría con vida si yo iba a pie". El 23 de noviembre de 1974, Herzog partió, pues, a pie desde Múnich a París, casi 800 kilómetros, en uno de los otoños más fríos y desapacibles que se recuerdan. De ahí el título del libro: aunque no comenzaba oficialmente el invierno, sus acompañantes fueron la nieve, el viento, la lluvia, el frío, salvo ocasionales apariciones de un sol que parecía poner todo a hervir, tal era la humedad acumulada en bosques, sembradíos y en la ropa y el cuerpo de Herzog.

Dormía donde lo pillaba la noche. En graneros abandonados, en casas vacías cuya entrada forzaba, a veces en un hotel de provincias o en alguna casa que lo aceptó como huésped. Se preguntaba Herzog por qué duele tanto caminar. Ampollas y torceduras se hicieron presentes muy pronto. Tres semanas se demoró; al inicio, por el tiempo horrible y la falta de práctica, avanzaba más lento; ya en Francia, caminaba largos trayectos diarios, hasta 80 kilómetros. Una sola vez el tiempo no le permitió moverse. Llevaba un cuaderno y tomaba notas diarias, que describen la ruta, pero sobre todo lo que rodea al caminante, la soledad, el silencio, el hielo quebradizo y transparente, los ratones, las cornejas, las águilas, la humedad, el barro, el silencio del bosque que puede llegar a ser espeluznante. En esos apuntes, Herzog no marca ninguna diferencia entre lo que efectivamente ve y lo que imagina: el diario de viaje está lleno de historias delirantes, de argumentos absurdos, de historias antiguas que no se sabe tampoco de dónde vienen. El caso es que da lo mismo. La escritura es viva y apasionante, muestra de la impresionante perseverancia de Herzog y de su enorme cariño por Eisner, que mejoró y vivió todavía ocho años más. Al momento de encontrarse a los pies de su cama, cuenta el autor, "por un breve y delicado momento algo dulce atravesó mi cuerpo muerto de cansancio".