Santos y eruditos 23 Mar 2017

Dios los cría y la ficción los junta

Revista Ñ | Alfredo Greco y Bavio

En su novela, Terry Eagleton reúne a Wittgenstein, Nicolai Bajtín, un revolucionario irlandés y un personaje de Joyce. 

 

Que el más vistoso de los críticos marxistas contemporáneos sea también un católico romano sobresalta la religión y la ética supersticiosa del lector. Teórico e historiador de la literatura y de la estética, especialista en las contradicciones dialécticas del tiempo presente, el siempre desenvuelto Terry Eagleton es un virtuoso exhibicionista de la sinergia de sus ideas políticas y sus creencias religiosas. Santos y eruditos (1987), su única, breve novela, narra el viaje sentimental, imaginario, de dos docentes universitarios desde la agnóstica Inglaterra imperial hacia la colonia británica más cercana a la metrópoli, la muy católica isla de Irlanda, donde encuentran en 1916 dos revolucionarios de la política y la literatura en vísperas de una guerra de liberación nacional.

Teoría literaria: una introducción es el más rentable libro de Eagleton. Ha vendido un millón de ejemplares y educado, con sus lecciones pérfidas y destituyentes, a sucesivas generaciones de estudiantes en las escuelas críticas del siglo XX, desde el formalismo ruso a la deconstrucción francoamericana (adrede se excluyen críticos de ‘acción directa’; faltan marxistas, feministas o poscoloniales). Los personajes de Santos y eruditos parecen ofrecer, en carne y hueso, en voz y discurso, una reversión dramatúrgica de conceptos y principios antes expuestos en orden geográfico (desde Moscú hasta Yale pasando por Oxbridge y París) e histórico (desde la revolución bolchevique al neoconservadurismo de Reagan y Thatcher).

El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein, pionero del giro positivista lógico, y su amigo el lingüista y clasicista ruso Nicolai Bajtin, cruzan el mar en el año más sangriento de la Primera Guerra Mundial. Buscan refugio de la universitaria Cambridge en un remoto cottage de la costa atlántica de Irlanda. Sin embargo, descubrirán que no son los únicos artistas del escape. Huyendo a pie y ensangrentando el llano, llega el revolucionario James Connolly, el líder independentista del derrotado levantamiento de la Pascua de 1916, que fue fusilado a los 47 años en mayo de ese año.

Con los privilegios de la ficción, el autor británico de familia católica e irlandesa le ha concedido la gracia de escapar de sus verdugos imperiales y encontrar a los dos cantabrigenses exiliados de Rusia zarista y del imperio austrohúngaro. A la revolución política en huida, se suma un prófugo de la vanguardia literaria. Desde Dublín, capital de la que era colonia británica (la República de Irlanda es de 1937), se une un segundo irlandés, Leopold Bloom. Personaje literario, no se fuga de la pesadilla de la Historia, sino de la gran novela moderna futura, el Ulises de James Joyce, donde, en la versión de Eagleton su compañera Molly lo ha dejado por Stephen Dedalus.

Santos y eruditos es una novela de ideas y de discusión de ideas. Poco avanza la acción. A puertas cerradas, los fugitivos dialogan. Mijaíl Bajtín, hermano del personaje Nicolai, uno de los mayores teóricos de la literatura en la Unión Soviética, uno de los santos y eruditos que Eagleton había estudiado en su manual, había caracterizado al género novelesco como dialógico, polifónico, e inconclusivo. En todo caso, el centenar y medio de páginas de Santos y eruditos sí es una novela dialogada, eficaz en las preguntas, repreguntas y réplicas teatrales, como las comedias de otro irlandés, Wilde, al que Eagleton dedicará su primera, monológica comedia, San Oscar.

Con sus anacronismos, sus citas, sus referencias, su escritura en palimpsesto, sus encrucijadas de planos incompatibles de la realidad histórica y la literatura modernista, Eagleton, que publicará después su cerrada denuncia Las ilusiones del posmodernismo (1996), ha compuesto una cerrada novela metaficcional y posmoderna. Como en la pieza de otro irlandés experto en astucias y exilios, el Samuel Beckett de Esperando a Godot, los irlandeses (Bloom se ha unido a la revolución) están a la espera de refuerzos que nunca llegan. Pero, como en los versos teresianos, son diversos de Vladimir y de Estragon, de Pozzo y de Lucky: “quien a Dios tiene / nada le falta”.

Los desposorios entre la adhesión intelectual al socialismo y la fe y esperanza cristianas han encontrado su tierra de promisión revolucionaria en la guerra de liberación nacional de una colonia bajo el yugo imperial. El del Imperio Británico, por entonces el más grande del mundo: sobre un tercio del planeta flameaba la bandera de San Andrés y San Jorge. Santos y eruditos es el fruto dilecto, casi empalagoso por su rica densidad (que ha encontrado en Teresa Arijón a una traductora a la altura de la tarea), de la paradoja de la reconciliación de catolicismo y marxismo. Una paradoja en cuya existencia el creyente (o esperanzado) Eagleton descree. Con muchos argumentos flacos, con algunas razones gruesas, la ha demolido en sus libros de la última década contra el ateísmo vulgar contemporáneo.

“En mi fin está mi principio”, era el lema grabado en el interior del anillo de María Estuardo, la reina católica escocesa decapitada en 1587 por orden de la inglesa anglicana Isabel I. El primer libro de Eagleton fue La iglesia de la nueva izquierda (1966), catecismo de su militancia social católica cuando era estudiante en Oxford. Militante como James Connolly, que arrastra de su lado al modernismo de Bloom en esta novela posmoderna. Sobre la pareja de europeos continentales –Wittgenstein y Bajtín– el autor hace pesar, ay, cierta sospecha homofóbica de quietismo y de esterilidad, de intelectuales que prefieren conocer el mundo antes que cambiarlo.