Santos y eruditos 26 Ene 2018

Wittgenstein en Irlanda

El País | Montevideo | Carlos María Domínguez

Una novela que humaniza héroes históricos, y un ensayo criticando la definición de Cultura, tan rica en significados contradictorios.

 

¿Por qué los críticos literarios fracasan como novelistas? La pregunta regresa a propósito de la lectura de Santos y eruditos, la ficción del teórico y crítico inglés, Terry Eagleton, autor de libros celebrados como Una introducción a la teoría literaria (1988) y Después de la teoría (2003), con una larga trayectoria en la Universidad de Oxford y en la de Lancaster.

Dijo de este libro otro gran teórico de la cultura, George Steiner: “Inteligencia crítica que desborda diversión y tristeza en estado puro”. También sin suerte Steiner probó escribir ficción en cuatro ocasiones, de modo que la inteligencia, incluso una brillante, formada en la frecuentación de cientos de novelas, cuentos y poemas, más la reflexión y la escritura de agudísimos ensayos, debería en principio quedar descartada de la raíz del problema, a menos que el hábito de interpretar, abstraer significados y vincular las representaciones de los usos simbólicos sea la principal dificultad a la hora de abordar la naturaleza de la novela.

En esta oportunidad Eagleton se dio el gusto de reunir varios héroes de la historia, de la filosofía y de las letras, con la intención de aproximarlos al lector desde su condición más informal. Ludwig Wittgenstein encarna el filósofo desesperado y mordido por su propia inteligencia, el hermano mayor del crítico Mijail Bajtín, Nikolai, es el típico ruso vitalista y salvaje, amigo de todos los excesos, y el líder socialista irlandés James Connolly protagoniza su fe en la revolución patriótica, que coincide con su vocación de mártir. El filósofo Bertrand Russell y Leopold Bloom, el personaje de Joyce, acompañan momentos angulares de este divertimento ilustrado que imagina un viaje de Wittgenstein y Nikolai Bajtín a la costa oeste de Irlanda en 1916, mientras Connolly participaba en Dublín del alzamiento de Pascua contra los británicos. Una asonada duramente reprimida, pero clave en la historia de la lucha por la independencia irlandesa.

La mayoría de las secuencias están centradas en expresivos panoramas sociales (de la Viena burguesa, de la Rusia revolucionaria, de la historia de Irlanda), y en conversaciones de carácter filosófico que reiteran los tópicos de la lógica de Wittgenstein. Eagleton ilustra con soltura un mundo que conoce por sus estudios y reflexiones, pero no consigue armar un argumento ni dar respiración a un personaje. Todos los protagonistas vacilan entre la pretensión y el absurdo en la parodia de las figuras que encarnan; las representan en un juego de ironías y grotescos que dan al texto la apariencia de un tinglado. Y es que, a diferencia del novelista, más ocupado con los destinos personales que con lo que representan, como la mayoría de los críticos y teóricos, Eagleton no logra escapar al dominio de las ideas sobre las confusiones de la experiencia, ni a los hábitos de la interpretación. Su libro no carece de interés ni de entretenimiento, sin embargo, en la zona ampliada de una recreación intelectual.

SANTOS Y ERUDITOS, de Terry Eagleton. El cuenco de plata, 2017. Buenos Aires, 189 páginas. Distribuye Gussi.

 

Sobre cultura y civilización

por Juan de Marsilio

Terry Eagleton (Inglaterra, 1943), de familia católica, en los ’60 colaboró con el grupo cristiano de izquierda “Slant” y escribió sobre teología, tema al que ha vuelto en el presente siglo. Discípulo del crítico marxista Raymond Williams (1921–1988), su marxismo es lúcido y abierto. Milita en el Partido Socialista de los Trabajadores, pequeña formación radical británica.

Eagleton es incómodo. Molesta a algunos cristianos por ser de izquierda. Molesta a algunos radicales por su interés en la religión. Molesta a la izquierda light, por su radicalismo. Y molesta a muchos colegas académicos por su prosa clara, amena y humorística, impropia para quienes creen que el “estilo académico” debe ser seco y adusto. Acaso sea envidia, porque los libros de Eagleton sí se venden.

Este trabajo aborda la noción de cultura, rica en significados contradictorios y cuya definición y acepciones deben ampliarse según la sociedad humana cambia. Aquí diferencia cultura letrada de cultura popular, que no equivale a cultura de masas. Este deslinde importa pues el desarrollo exponencial de las industrias del entretenimiento en el último siglo y medio, hace que a menudo se confunda lo que tiene aceptación masiva como resultado de estrategias de difusión y marketing con lo de veras popular, que se origina en el pueblo mismo.

Distingue también cultura y civilización, que suelen confundirse, porque en algunos pueblos mal llamados primitivos se solapan una con la otra. Civilización es lo que suele llamarse “cultura material”, las herramientas, las técnicas, lo que apunta a resolver las necesidades de supervivencia de un grupo y sus miembros. En cambio, para Eagleton, la cultura propiamente dicha no está sujeta a acuciantes necesidades prácticas.

Pero el desarrollo humano vuelve “cultural” lo “civilizatorio” y hasta biológico. En palabras del autor: “Los campesinos tienen hijos por razones muy parecidas a las de todos los demás, pero también porque, cuando crezcan, trabajarán la tierra, se ocuparán de ellos en la vejez y al final heredarán unas pocas hectáreas de tierra. Además de ser adorables, los niños representan fuerza de trabajo, un sistema de bienestar y la garantía de la supervivencia de la granja. Sin embargo, en la civilización moderna resulta difícil saber para qué son los niños. No trabajan, por ejemplo, y algunos no son especialmente decorativos. Son caros de mantener y no siempre racionales. Su cuidado cuando son bebés es una de las formas de trabajo más arduas que conoce la humanidad. Dado todo esto es sorprendente que la especie humana se reproduzca. Pero la utilidad de los niños es innegable entre los granjeros”.

Eagleton cuestiona la pretensión de que la cultura pueda cumplir, en la actual sociedad laica, el papel que antaño cumplía Dios como fuente de sentido para la vida personal o colectiva. Sostiene, con Marx, que la religión ha sido muchas veces -y aún es en muchos casos-  el “opio de los pueblos”. Pero la cultura de masas es un opio mucho más eficaz. Y en muchos casos el disfrute de la alta cultura es “opio” para la angustia de las clases altas, beneficiarias de un sistema injusto.

Sin embargo, la cultura sigue siendo útil para criticar la sociedad humana. Siempre, claro está, que el concepto de cultura se someta a revisión permanente, para adecuarlo a esa realidad cambiante. Eagleton lo hace, con rigor intelectual y humor.

CULTURA, de Terry Eagleton. Taurus, 2017. Barcelona, 198 págs. Distribuye Penguin Random House.