Santos y eruditos 27 Mar 2017

La Revolución es un sueño eterno

Revista Kunst | Esteban Galarza

El Cuenco de Plata publicó Santos y Eruditos, la única novela conocida del marxista Terry Eagleton. Escrita en 1987 y a través de personajes históricos, el teórico reconstruye el desasosiego palpable de los últimos estertores del sueño comunista.

 

El británico Terry Eagleton es una de las voces más autorizadas cuando se abordan temas de teoría literaria desde fines de la década del 70′. Discípulo de Raymond Williams, ambos supieron destacarse como los mejores exponentes de la crítica marxista del auge de las izquierdas previo al conservadurismo teocrático de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Durante las décadas de su producción teórica se le conoció solo una novela, editada originariamente en 1987, y que ahora la editorial El cuenco de plata publicó por primera vez en Argentina.

La novela, puesta a la luz de las teorías que enarboló por años Eagleton, es un muy buen fresco de la época y las preocupaciones que rodeaban su cabeza a mediados de 1980: la carnavalización bajtiniana, el foco en los años del estallido irlandés que derivó en el IRA, el fracaso de la filosofía como motor que puede hacer del mundo un lugar mejor, la amargura de la revolución que encalla o, peor, conduce a un océano de incertidumbres.

La trama se sitúa en una Europa trágica, históricamente conflictiva. En 1916 se declaró la Guerra Total en el continente, pero en las islas británicas había un conflicto interno que hizo sentir al Gobierno inglés que su puerta de atrás, Irlanda, era un polvorín con ganas de independencia. Tras el fracaso de los estallidos revolucionarios de la Pascua de aquel año en Dublín, James Connolly, histórico Comandante en Jefe del Ejército Ciudadano Irlandés, herido de forma horrible, busca refugio en una cabaña alejada de la ciudad junto a Molloy, un lugarteniente imbuido de nacionalismo . Allí encuentra al filósofo Ludwig Wittgenstein y a Nikolai Bajtín, hermano mayor del formalista ruso, trenzados en una lucha pantagruélica.

La convivencia de los cuatro en la casa trascenderá la mera anécdota (es histórico que Bajtín y Wittgenstein eran amigos y que pasaron una temporada en Irlanda, pero no es algo tan comprobable si alguna vez llegaron a conocer a Connolly). El momento es propicio para que choquen posturas muy fuertes, todas válidas, en miras a la tragedia que vive la humanidad en medio de una de las peores crisis que haya tenido el capitalismo. Todo es materia plástica susceptible de ser desarmada: la revolución, la historia, el individuo, los ideales, la guerra, la humanidad.

La trama se vuelve por momentos una novela de tesis en la que se pueden vislumbrar más los hilos de un teórico que la fluidez de un literato. La fuerza dramática de los personajes históricos queda acartonada en el estereotipo en varios pasajes. Demasiado inclinado a querer ubicar a los personajes dentro de una visión carnavalizada, influida por sus estudios de Mijail Bajtín de esos años, Eagleton suele ubicar en escenas grotescas, un tanto forzadas, a personajes cuyo perfil dista de ser así. Es el riesgo que decidió correr Eagleton con su escritura de ficción y, a pesar de estos traspiés, logra alcanzar momentos memorables.

Así, en un momento de epifanía, Connolly se da cuenta de todo el patetismo de su obra y de su ser: “Connolly era la campana de muerte de un ordena punto de colapsar, no el heraldo de un nuevo orden. Irlanda era un esqueleto enmascarado, una casa solariega saqueada y ocupada por una muchedumbre hambrienta. Sólo de ese modo podía ser, justamente él, símbolo de Irlanda.”

El año de publicación de la novela es clave para entender la amargura del tono de Eagleton con respecto a la revolución: las izquierdas habían sido aplastadas, la URSS mostraba signos de agotamiento y tozudez (nadie vislumbraba la Perestroika) y Reagan y Thatcher gozaban de buena salud. ¿Dónde quedó la revolución en todo éste mapa? ¿Hay futuro para ella o quedó en desuso? El teórico británico no toma postura sino que expone la crisis. Está en su lector dar cuenta de qué hacer con lo que lee o qué hacer tras la lectura. Entre el decir y el hacer revolucionario se encuentra la teoría y ahí es donde brilla más Eagleton.