Carta sobre los ciegos para uso de los que ven 06 Jul 2005

Un clásico de la filosofía para lectores contemporáneos

La Voz del Interior | Gustavo Pablos

 

La obra de Denis Diderot (así como los gestos y las provocaciones que originó) forma parte del legado de la Ilustración, el movimiento de filósofos y escritores franceses previo a la revolución de 1789. Un grupo de pensadores donde también se encontraban, entre otros, Voltaire, Condillac, Montesquieu, Rousseau, Condorcet, Voltaire, La Mettrie, y cuyas premisas estuvieron vinculadas a la puesta en cuestión de los prejuicios heredados por la religión y las limitaciones que el sentido común imprime al pensamiento. 

Junto con d’Alembert, el escritor y filósofo francés dirigió durante años la Enciclopedia Metódica, el proyecto colectivo de un Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, que se plasmó en 17 volúmenes. 

Diderot se dedicó a este trabajo hasta el año 1772, y luego comenzó un fecundo período en el que se entregó a la creación de numerosas piezas novelescas, filosóficas, de crítica de arte y estudios naturales, algunas de las cuales vieron la luz en su momento, mientras otras llegarían a conocerse tiempo después. Entre ellas vale citar Conversaciones entre d’Alembert y Diderot, el Sueño de d’Alembert y su seguimiento, el ensayo La paradoja del comediante, las novelas La religiosa y Jacques, el fatalista y, entre otras, Suplemento al viaje de Bougainville, de 1796 –después de su muerte–, donde sienta los principios de una moral de la naturaleza.

Carta sobre los ciegos para usos de los que ven fue publicada en 1749, y en esta delicada edición de la colección El libertino erudito de la editorial El cuenco de plata está acompañada de Agregado a la Carta sobre los ciegos, escrita 34 años después. 

La obra le valió algunos meses de cárcel en Vincennes, ya que en ella presenta una incisiva reflexión sobre los principios religiosos y filosóficos que fundamentan la vida del pensamiento y la vida en sociedad. La carta fue dirigida a una dama ilustrada, y refiere un problema de actualidad en su época. 

El argumento se ocupa de si es posible que de la experiencia que se extraen de los sentidos pueden extenderse las bases para una forma de conocimiento, y considera las posibilidades que puede abrir la carencia de la visión para prolongar la intensidad de los demás sentidos. Inspirado en el deísmo inglés y en el sensualismo materialista, el autor se pregunta sobre los aspectos principales de la cuestión y sobre las consecuencias que produce esta perspectiva en el terreno del pensamiento. 

Los interrogantes son: ¿cómo pensamos? ¿Qué relaciones existen entre los sentidos y las ideas que nos formamos? ¿Cuál es el vínculo existente entre los sentidos de que una persona dispone y la clase de ideas e imágenes que desarrollará? Por estos motivos, y por las respuestas que se esconden en cada una de las preguntas, como también por la actualidad del debate, este clásico seguramente continuará deleitando y dando qué pensar a los lectores contemporáneos.