Carta sobre los ciegos para uso de los que ven 18 May 2005

La edad de la razón

Radar libros | Página 12 | Martín De Ambrosio

 

Si no hay dudas acerca de que la cultura occidental ha heredado muchísimo de lo que pensaron los griegos en sus viejas ciudades, algo similar podría decirse acerca de los pensadores de la Francia pre-revolucionaria, quienes marcaron toda la modernidad, y buena parte de lo que ha sido denominado “posmodernidad”, casi tanto como la revolución de 1789. En esa lista de cerebros ilustres no sólo puede ubicarse a los proverbiales fundadores del movimiento enciclopedista sino también a otros filósofos que orbitaron alrededor del movimiento, pero que deben su fama a otras causas, y cuyo caso típico es François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire. Inaugurando (o, si se quiere, tal vez consolidando) un modo de razonar, estos pensadores franceses buscaron -aun sabiendo que se trataba de una búsqueda infructuosa– el pensamiento total y verdadero sobre todas las cosas, evitando las comodidades de los dogmas establecidos (léase la religión).

Dentro de ese grupo de pensadores –en el que puede encontrarse a D’Alembert, Condillac, Condorcet, La Mettrie y varios más– se distingue Denis Diderot. Menos sarcástico y famoso que su colega Voltaire pero igualmente enredado en las telas de la censura (su novela La religiosa fue prohibida y por un fragmento de esta Carta sobre los ciegos... en el que un supuesto ciego argumenta la inexistencia o al menos la innecesariedad de Dios, se pasó tres meses encarcelado), Diderot sumó a su obra filosófica una sólida obra narrativa en la que brilla como una gema única la entretenidísima Jacques el fatalista.

Pero su nombre está inevitablemente asociado a la filosofía. O, con más precisión, a la divulgación filosófica ya que pocas historias de la filosofía osarían incluirlo al no haber expuesto ningún sistema original. Sí, en cambio, está entre sus méritos el haber sido uno de los principales exponentes de lo que dio en llamarse filosofía de la Ilustración que, justo es decirlo, también tuvo sus exponentes más allá del Canal de la Mancha. Con esta Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (con traducción y prólogo de Silvio Mattoni), que inaugura la colección “El libertino erudito” de El cuenco de plata, se tiene acceso principalmente a ese modo de razonar que intenta pensar sus temas lo más despojado de los prejuicios que se pueda. Así, en este caso, queda en foco el tema de los sentidos –y el mundo que éstos construyen– pensado a partir de los seres que carecen de la vista y cómo éstos pueden desenvolverse igual en el mundo (y a veces hasta mejor de lo que lo hacen los “videntes”). A partir de ahí, Diderot desanda el camino hasta la moralidad de un hipotético pueblo de ciegos, cuyo contenido –debido a que toda moralidad está sostenida en las condiciones materiales– tiene sí o sí que ser otro que el de la moral corriente.

Escrita en la juventud de Diderot y con un agregado redactado 34 años después, Diderot deja una interesante conclusión en lo que hace a la liberación de prejuicios que debería animar a los filósofos: si Platón dijo en su República que los gobernantes deberían ser filósofos, Diderot en cambio sostiene que los filósofos deben ser ciegos para poder razonar mejor.