Freshwater 01 Dic 2012

Irreverencia y lucidez

Revista Teatro - Complejo Teatral de Buenos Aires | Guillermo Saavedra

 

El nombre de Virginia Woolf (Londres, 1882-Sussex,1941) convoca en la memoria del lector a la novelista que contribuyó a la renovación radical del género durante las primeras décadas del siglo XX con obras como Mrs. Dalloway (1925), Orlando (1928) o Las olas (1931); a la ensayista que hizo del feminismo una cuestión primordial a través de un texto clave como Un cuarto propio (1929); y, finalmente, a la animadora de la vida cultural inglesa de su tiempo, por medio de su participación en el llamado grupo de Bloomsbury integrado por figuras como el filósofo Bertrand Russell, el crítico de arte Roger Fry –sobre quien Woolf escribió, además, una biografía insoslayable–, el economista J. M. Keynes y sus colegas escritores Lytton Strachey, E. M. Forster y Katherine Mansfield. Pocos tendrán presente, en la producción de la gran autora inglesa, su pieza teatral Freshwater. No faltan motivos para esa omisión: su estreno, el 18 de enero de 1935, fue una ceremonia privada, dirigida no al público en general sino a unas pocas decenas de espectadores, integrantes del mentado grupo de Bloomsbury. Considerada por la escritora un divertimento con exclusivos “fines domésticos” –práctica habitual, por otro lado, entre los integrantes de ese círculo–, sólo se permitió su publicación en libro tras la muerte del marido y albacea literario de Virginia, Leonard Woolf, en 1969. 

Desde entonces y hasta que la decisión de algunos intelectuales y artistas franceses la sacó a pasear por el mundo –fue estrenada en el Centro Pompidou en 1982 por un elenco en el que figuraba, entre otros, Eugène Ionesco; y repuesta al año siguiente en la Maison Française de la Universidad de Nueva York, con la participación de Alain Robbe-Grillet y Nathalie Sarraute–, la pieza quedó relegada al lugar de una curiosidad literaria que, en español, conoció una edición de Lumen, en 1980. 

Felizmente el estreno en 2010, en Buenos Aires y para todo el ámbito de la lengua española, de la puesta realizada por María E. Franchignoni a partir de una traducción y una versión propias de Freshwater, volvió a poner en foco esta obra deliciosa. No hizo falta más para que los editores de El cuenco de plata publicaran el resultado del trabajo de Franchignoni que combina, como ella misma aclara en una nota preliminar, las dos versiones que Woolf escribió de la pieza (una de 1923 y otra, inmediatamente anterior a su estreno, de 1935) y los ajustes inherentes a su propia puesta.

La acción de la obra transcurre en la casa que Julia Margaret Cameron (tía abuela de Virginia Woolf y pionera de la fotografía artística) y su marido, el filósofo Charles Hay Cameron, tienen en Freshwater, localidad ubicada en la isla de Wight. Allí, estos singulares anfitriones reciben al poeta Alfred Tennyson, el pintor Georg Frederic Watts y su joven esposa, la futura actriz Ellen Terry. La irrupción de un novel oficial de la armada británica trastroca la tranquilidad de la escena, llevándola a un desenlace en el que interviene la mismísima reina Victoria.

Si uno ingresa en este libro por la pieza teatral, disfrutará sin dudas de las situaciones que ésta enhebra, de su tono de sutil irreverencia y de su humor, que oscila entre una crítica de costumbres a la excentricidad del grupo en que se mueven los protagonistas de la obra –tomados de una realidad muy próxima a la autora– y situaciones al borde del absurdo. 

Pero la mayor de las sorpresas la depara el artículo que sigue a la pieza en este mismo volumen: en él, Virginia Woolf traza un retrato de su tía abuela Julia describiéndola, a ella y a su entorno, casi con los mismos rasgos extravagantes que les atribuye en la pieza teatral. Una evocación de Ellen Terry como la gran figura del teatro inglés que llegó a ser termina de subrayar, en esta misma edición, el carácter revulsivo de esas figuras de la cultura británica que se movieron en medio de la pacatería victoriana y a quienes Woolf rescata a través de una comedia que, por detrás de su aire burlón, deja asomar la voluntad de un homenaje.

Como regalo adicional, el libro incluye otros tres breves textos de Woolf dedicados a Noche de reyes de Shakespeare, el teatro isabelino y el teatro griego. En todos ellos, reverbera la lucidez impar de Woolf, capaz de atravesar los años para llegar, intacta y sugestiva, hasta nosotros.