Urania 21 Abr 2007

Le Clézio, el inclasificable

Revista Ñ | Ariel Dilon

Para algunos es el mejor escritor viviente" en lengua francesa y al mismo tiempo "un enigma y un secreto". Autor de una obra variada y vastísima, pero esquiva para el lector argentino, Jean-Marie Le Clézio visitó nuestro país en 2007 con dos novedades bajo el brazo: su novela Urania y las memorias reunidas en El africano. "

 

Sería banal pretender resumir en una reseña l a prolífica trayectoria de un escritor como J. M. G. Le Clézio, que acaba de cumplir 67 años y sigue siendo para sus propios coterráneos (según una famosa encuesta de la revista Lire) el "mejor escritor viviente" en lengua francesa, pero al mismo tiempo "un enigma y un secreto " . 

¿Cómo no habría de ser un secreto para los lectores de la Argentina, cuyo apetito se ve tan condicionado por el menú del mercado editorial? Le Clézio ha sido, hasta ahora, un escritor leído aquí tan sólo por unos pocos, en su mayoría escritores. Nada más alejado de la vocación de alguien que concienzudamente ha abolido fronteras intelectuales, filosóficas, sensibles, y que jamás desdeñó por ingenuo el interés de "comunicarse con los otros", motor confeso de su escritura. La circulación de Le Clézio en español se ha debido a impulsos erráticos, que escasamente llegaron a las librerías locales: primero fue Barral, que en 1964, 69 y 72 respectivamente, publicó tres de sus primeras novelas: El atestado (del que hay otra edición de Cátedra, 1994), El diluvio La guerra . Luego fue el turno de Versal, que en 1987 editó El buscador de oro y Viaje a Rodrigues ; y el de Debate: Desierto (1991), Onitsha (1992). Y por el último correspondió a Tusquets: La cuarentena (1998) y El pez dorado (1999). En México, donde Le Clézio ha vivido durante décadas, se publicó su retrato de la pareja de pintores mexicanos Frida Kahlo y Diego Rivera ( Diego y Frida , editorial Diana, 1995), y El sueño mexicano (FCE, 1988). En el Río de la Plata hubo dos emprendimientos solitarios, casi heroicos: en 1995 editorial Trilce, de Montevideo, editó la novela Viajes del otro lado , y en 1997, Eudeba, asaltada por una breve primavera literaria, dio a luz Mondo y otras historias . 

Después de una década, con un intervalo de días y cuando faltan horas para la visita del escritor, en el marco de la Feria del Libro, dos casas editoras independientes lanzan sendos libros de Le Clézio, importante cada uno en su propio registro: la ambiciosa Urania , su última novela hasta la fecha, editada por El cuenco de plata y con traducción del autor de estas líneas, y el breve pero sustancioso volumen de memorias El africano , bajo el sello Adriana Hidalgo, en versión de la poeta Juana Bignozzi. 

Queda más de una treintena de obras por descubrir, entre novelas, libros de relatos, ensayos y memorias, además de sus traducciones de los ciclos mitológicos mexicanos, su tesis de doctorado sobre la soledad en la obra de Henri Michaux y los inclasificables, vitalísimos L'extase matérielle , Terra amata , L'inconnu sur la terre . 

Nacido en Niza en 1940, descendiente de una familia de origen bretón radicada en la isla Mauricio desde el siglo XVI y empujada por el advenimiento de la colonización inglesa a una especie de diáspora privada, Jean-Marie Gustave Le Clézio es hijo de madre francesa y padre británico. Los dos progenitores eran, además, primos hermanos. Criado entre la nostalgia de los padres por el paraíso perdido de Mauricio, la lejanía del padre asignado durante veinte años como médico a las órdenes de la armada británica en Nigeria y Senegal, la invasión alemana que añadió a esa separación familiar una frontera de acero, el escritor lleva la marca de una extranjería, una cuyo único punto de arraigo es la literatura. A partir de El atestado (Le procès-verbal , 1963), "una temporada de desbloqueo" como él mismo caracterizó a su libro consagratorio, por el que recibió el premio Renaudot cuando tenía tan sólo 23 años, Le Clézio no ha dejado de explorar ese espacio de pertenencia, en un viaje tan físico como verbal, tan material como imaginario, tan introspectivo como abierto. 

La patria de la palabra 

Su imposible arraigo a tierra alguna parece haber terminado por estallar y hacer de todo territorio geográfico y espiritual su propia patria. Extraordinario narrador, ha hecho que hasta el agua y las piedras contaran su propia historia, y sus novelas son grandes almacenes de microrrelatos, de historias dentro de historias, de voces dentro de voces, de mitos encarnados. Casi no hay rincón del planeta ni asunto vital que no haya integrado en el magma que aflora en sus libros, más con la necesidad de una fuerza de la naturaleza que por la pura casualidad creadora. Incómodo en la categoría de viajero, enemigo del turismo literario tanto como del sexual (hace cuarenta años fue expulsado de Tailandia por denunciar la prostitución infantil), el nómade Le Clézio es un escritor tan inasible como su morada en la tierra. 

En sus primeros libros había emprendido una suerte de viaje a las fuentes de la propia lengua, allí donde se dividen las aguas de la locura y la cordura. Un camino de "deconstrucción" de la individualidad y de la cultura, tras la huella de Artaud, Michaux, Lautréamont, Rimbaud, intento de refundación espiritual del mundo. Por un momento pudo parecer que ese trayecto tenía alguna cercanía con las aspiraciones y los medios del nouveau roman , por el carácter experimental, desafiante, "objetivo", de novelas como El atestado La guerra , y exploraciones vitales, filósoficas, perplejas y a la vez enamoradas del mundo, como L ' e x t a s e matérielle y Terra amata . Están sus libros de corte aventurero, como Viaje a Rodrigues El busca dor de oro , donde rastrea las huellas de sus propios ancestros, al mismo tiempo que sigue la impronta literaria de una tradición de viajeros lúcidos como Stevenson o Conrad, quienes advirtieron tempranamente que conocer al otro era el único medio de conocerse a sí mismos, y a la inversa, de manera que todo exotismo 
quedaba descartado de entrada. 

El modo de viajar de Le Clézio no se parece al de Houellebecq sino al de Artaud, al de Segalen. Luego están sus libros intensamente marcados por la diversidad cultural, como ocurre en El pez dorado , en Étoile errante , en Hasard Angoli Mala , donde las voces y los ámbitos son el reflejo de una compenetración esencial con cosmogonías indígenas, con problemáticas vitales como las corrientes migratorias o el desamparo humano entre los despojos de la civilización. Las historias que cuenta distan tanto de la experiencia cotidiana del europeo medio como de las del etnógrafo que registra y empaqueta inteligentemente mundos que ni comprende ni ama. Su obra recupera lo intuitivo, aspira a una inocencia que no peca de ingenuidad, alienta una vocación de niñez que no tiene nada de "infantil". 

Las utopías perdidas 

"La realidad es un secreto, (...) es soñando como se está cerca del mundo", escribe en la primera página de Urania : el narrador en primera persona es un geógrafo llamado Daniel Sillitoe, cuya infancia estuvo marcada, como la del propio autor, por la ocupación alemana, por la ausencia del padre, por la calidez corporal del amor de una madre solitaria y secretamente herida, por la invención de un país imaginario: país de sueño y de fuga, pero también de cercanía en una época de separaciones infranqueables, de amenaza masiva contra toda forma de sueño. Urania , nombre de la musa de la Astronomía, relata el viaje de Daniel Sillitoe a las fuentes del río Tepalcatepec, junto al volcán Paricutín, pero ese viaje es cifra y metáfora de un viaje emocional más intenso a través de las propias ilusiones perdidas. El geógrafo atisba su país imaginario en el espejo de un puñado de utopías ajenas. La comunidad de "Campos" con su pequeña tribu de descastados, a medio camino entre el extravío y la iluminación; su religión sin dioses y su contemplación del espacio. 

La noche, el vacío absoluto entre las estrellas, lo radicalmente inhumano es un medio de aprendizaje para la estancia humana en la Tierra. Y el "Emporio", en Michoacán, empecinado emprendimiento académico de un viejo intelectual mexicano que ve morir su sueño de internacionalismo, de pensamiento independiente e inserción social. Ambas utopías, sumadas a la revolución salvadoreña que involucra a algunos personajes, caen bajo el asedio implacable del interés y del dinero, encarnados en las camarillas profesionales y en la fuerza económica del monopolio. Al mismo tiempo, la novela sigue los avatares de la fuga de Lilí, una prostituta de la zona roja de la ciudad, que evade a su proxeneta. 

"Campos existió", ha declarado Le Clézio, "yo me retiraba allí a menudo, en las ruinas de lo que los jesuitas habían intentado en el siglo XIX. El Emporio existió también, sin duda de manera menos dramática que como yo lo he escrito. En cuanto a la Zona, es una de las plagas de México, como de todos los países sometidos al turismo sexual. Los fracasos de Campos y del Emporio, sin embargo, no son específicos de allí, sino una realidad a escala mundial, como lo son también la destrucción del equilibrio ecológico y los flujos migratorios que van a estrellarse contra la membrana de las fronteras". El libro conlleva un pesimismo a propósito de toda utopía, al mismo tiempo que un rescate de la inspiración utópica y el deseo de libertad en sí mismos. 

El escritor menciona explícitamente la Utopía de Tomás Moro como referencia de su novela: "Ese libro admirado, criticado y hoy desdeñado contenía todas las preguntas y las angustias de nuestra modernidad". En Le Clézio, la utopía es el territorio de la infancia, donde se descubren de un solo vistazo la fraternidad y la dominación: "Yo querría remitir siempre a la idea de la novelista Flanery O'Connor, sensible y pesimista, según la cual, por una suerte de intuición fulgurante, el mundo y la sociedad humana son percibidos en toda su compleja violencia por todo niño en cuanto abre los ojos a la vida que lo rodea.  En el rigor de la posguerra, después de pasar hambre y haber estado bajo los bombardeos, inventar un sueño de las esferas y de los astros no era una fantasía, sino una necesidad". 

El africano revierte de algún modo la voz autoral repartida entre tantos personajes de ficción a la primera persona del escritor.  Es un retorno al África de su niñez, cuando el pequeño Jean–Marie pudo viajar con su madre y su hermano, al término de la guerra, a reencontrarse con el padre que había quedado aislado en Nigeria. Tal vez por ser estrictamente autobiográfico, una indagación en lo más entrañable y doloroso de la propia infancia, el libro tiene algo de intensamente íntimo, y también una lucidez excepcional. 

El hombre con el que Le Clézio se encontraría en África era un extraño: distante, severo, salvaje. Casi sesenta años después Le Clézio rememora aquel encuentro y arroja una luz nueva sobre el "enigma personal" del escritor: allí está de algún modo la explicación de su extranjería radical, y también de su compenetración no impostada con el sufrimiento ajeno, alejada de cualquier discurso militante: el africano es el padre arrasado por años de la más absoluta soledad, quebrado por el exilio, por la convivencia diaria con la desolación, el abuso y la muerte. Le Clézio no es un escritor político en el sentido convencional de la palabra, pero la calidez de su mirada humana es un acto de extremo coraje en un mundo en disolución: Le Clézio es el africano, y quizá lo somos todos.