Lugares y destinos de la imagen 07 Ago 2007

El hombre ilustrado

Radar libros | Página 12 | Leonor Silvestri

Yves Bonnefoy hace una propuesta académica en que la poesía puede aparecer con tanto rigor como libertad en los objetos más insospechados.

 

Yves Bonnefoy es una rara avis entre los académicos franceses del siglo XX, ya que habiendo cursado estudios de matemática y filosofía, luego se dedicó por entero a la labor literaria, especialmente en lo que esta obra registra: la cátedra de Estudios Comparados de la Función Poética en el College de France, donde ejerció desde 1981 hasta 1993. Además de ser bastante célebre por sus traducciones de Shakespeare, es conocido por su relación con los poetas surrealistas y por sus propios textos poéticos.

Lugares y destinos de la imagen, como su nombre lo indica, muestra los lazos entre las imágenes y las palabras, y plantea la poesía como testigo de su propia época en las grandes obras del pasado, a través de la observación de movimientos y circunstancias de creación dentro de lo que cada disciplina tiene de autónoma en cuanto a sus reglas, pero sin despreciar sus condiciones objetivas de producción y el tráfico con las series vecinas que las influencian (cuando no las condicionan), aunque más no sea indirectamente.

Bonnefoy postula que la lengua que estructura el universo poético se cristaliza en apariencias de objetos donde se hace presente la ley misma de su creación. Puesto que “toda palabra, aunque fuera una verdad científica, es un instrumento que utiliza un poder”, el autor propone situarse para poder recobrar nuestra libertad “fuera del poder”, hacer trampas con las palabras, burlarse de ellas jugando con ellas, todo lo que identifica un acto libre. De allí su interés por la poesía, a la que accede incluso desde disciplinas diversas, contrariamente a las posturas actuales, según él mismo expresa, que se plantean sólo en términos de escritura, de intertextualidad, de deconstrucción de la experiencia explícita. Por eso analiza la poética de los pintores del siglo XVII en Italia, y las tendencias que se advertían en su momento de origen, junto a poetas franceses del siglo XIX (Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Baudelaire). Asimismo, el sesudo trabajo sobre Shakespeare con relación a, por ejemplo, Copérnico, haciendo confluir lo que aparentemente está separado en los estudios, o la tragedia griega como la “conciencia del sinsentido, de la insustancialidad absoluta del intercambio humano”.

Bonnefoy parece demostrar la importancia de la poesía en condición de igualdad con las otras áreas de investigación de esa grandiosa institución llamada el College de France. Lugares y destinos de la imagen debe ser leído varias veces para entender que toda obra esconde en su ser, por autónoma que sean sus reglas, el reflejo de sus condiciones de producción (“no es la expresión de un mundo, por magníficas que sean las formas que por sí sola puede desplegar; antes bien diríamos que sabe que toda representación no es más que un velo que oculta lo verdaderamente real”). Bonnefoy plantea, en cambio, un estudio histórico como complemento necesario del pensamiento teórico porque toda referencia debe ser ubicada dentro de un contexto de época preciso. Un texto por momentos confuso, pero rico en una multiplicidad de apreciaciones, incluso muchas veces hermético y fascinante, escrito por un hombre de la más clásica ilustración.