Lugares y destinos de la imagen 27 May 2007

Una clase de poesía

La Capital | Redacción

 

“Una de las cosas que puede esperarse en una reunión regular de interlocutores es simplemente la benevolencia: que la reunión represente un espacio de habla desprovista de agresividad. Las reuniones donde se habla debieran buscar ese suspenso (poco importa de qué, porque es una forma de lo que se desea)” sugería Roland Barthes para definir la experiencia de un seminario: una secuencia de clases y lecturas que convoca a un profesor y a un grupo de alumnos en un espacio y un tiempo precisos. En efecto, la tradición de recopilación de las clases incluye a una larga lista de intelectuales, que podría comenzar con el mismo Barthes. En su libro “Lugares y destinos de la imagen. Un curso de poética en el Collège de France”, el poeta Yves Bonnefoy compila las lecciones dictadas entre 1981 y 1993 en la cátedra “Estudios comparados de la función poética”, y en su prólogo enfatiza que todo resumen de clases debería considerarse un “acto de creación literaria”, comparable al género del relato e incluso la novela.

La escritura de las clases, al menos en esta selección, logra una tipología textual diferente. Si bien sería imposible la transcripción de la experiencia de la enseñanza presencial, Bonnefoy la supone o la planifica, proponiendo que el lector imagine el momento de vaivén entre el texto de preparación y el diálogo en la oralidad. Y algo más: cumpliendo con la premisa citada —la del seminario como forma del suspenso—, en los cursos de Bonnefoy se observa una búsqueda, una verdad construyéndose. “Hay como el registro más inmediato de un pensamiento, sin la apariencia de seguridad autorizada que a veces puede asumir el ensayo”, señala el traductor, Silvio Mattoni.

Los cursos sobre la poética de las imágenes se articulan a través de diversas disciplinas. La obra de Yves Bonnefoy, una de las grandes renovadoras de la poesía francesa contemporánea, se había abocado intensamente, además de la poesía y el teatro, a la traducción de Shakespeare y al estudio de las artes plásticas. En sus clases, la idea de una poética articulada a través de diversas disciplinas se extiende desde los simbolistas franceses hasta el Renacimiento y el surrealismo. Se trata de estudiar la imagen en su convergencia: la imagen como aquello que conservamos de la obra cuando la evocamos, como un mundo suficiente para sí.

Sin embargo esta autosuficiencia no implica su deslinde de la realidad. En su clase inaugural, el autor propone a la poesía como punto de cruce de varios momentos de la historia del arte y de la humanidad, incluso como “un testigo de su propia época”. La conversación que entabla de esta manera el lenguaje poético con el mundo no sólo forma parte de la pregunta por el sentido de la existencia sino que reformula al sentido como pregunta: “En el centro mismo de la escritura hay un cuestionamiento de la escritura. En esa ausencia, hay una voz que se obstina. El poeta es el que busca dar sentido a su experiencia”, señala Bonnefoy y profundiza en la relación conflictiva entre el yo “real” y su obra: “Ceñido por palabras que no comprende, por experiencias cuya existencia ni siquiera sospecha, el escritor no puede más que repetir en lo escrito la particularidad estrictamente limitada que caracteriza toda existencia”.

Cabe recordar que Bonnefoy como poeta abrevó, a partir de la pregunta sobre la naturaleza de la imagen, en el ideal surrealista de la imbricación entre la palabra y la vida. La lengua poética debería redimir al lenguaje humano de su “caída” y su separación con las cosas, volviéndose posibilidad de intercambio, o mejor, una presencia, es decir, una experiencia que implique el contacto y la transformación.

En este sentido, como crítico, docente y poeta afirma: “la poesía no es otra cosa, en lo más intenso de su inquietud que un acto de conocimiento”, un saber que se construirá concibiendo a su discurso como un “discurso de la presencia”. A lo largo de las clases el concepto de “imagen” busca esa impresión de realidad al fin encarnada, “el brillo que falta en lo grisáceo de los días”.

¿Qué punto en común existe entre los artistas elegidos para el estudio de la poesía? La escultura de Alberto Giacometti, el contexto histórico de Shakespeare, los estudios sobre la pintura italiana, o las derivas de Baudelaire construyen un modo de iluminar los tópicos de su propia obra: la inefabilidad de la materia, la incomunicación entre el ser humano y su entorno, la capacidad de relatar mediante imágenes fragmentadas, la pregunta por la transposición del cuerpo en la obra artística. Las clases de poética comparada de Bonnefoy elaboran una poesía de relaciones, que sólo a partir de su comparación alcanza su mayor poder de expresión.