Lugares y destinos de la imagen 24 May 2007

Universos autosatisfechos

La Voz del interior | Flavio Lo Presti

 

Este libro reúne los informes de los cursos que el poeta francés Yves Bonnefoy dictó en el Collège de France entre 1981 y 1993: la forma de estos distintos informes tiene, por lo tanto, algo de inacabado propio del género, ya sea porque las reflexiones de Bonnefoy sobre los distintos temas continuó en ensayos aparecidos en otras publicaciones o, simplemente, porque los derroteros de las clases no siempre siguieron sus previsiones, y han quedado en el camino cabos sueltos.

Sin embargo, dos elementos redimen al libro de su inacabamiento: por un lado la lucidez de Bonnefoy, y por el otro el impulso con el que esa lucidez nos lleva a revisitar los temas que toma como objetos y sobre los cuales teníamos, probablemente, una versión infinitamente más simple. La reflexión está animada por el complejo proyecto de ver en las imágenes del arte la presencia resistente de lo percibido y de los seres, a pesar de la veladura con la que el lenguaje los oculta.

La noción de imagen que preside las indagaciones de Bonnefoy es en sí compleja. La imagen sería el resultado del proceso por el cual el arte selecciona algunos aspectos del mundo, aboliendo millones de otros rasgos y creando universos autosatisfechos, que a pesar de parecer un rescate de la realidad frente a la amenaza de la alienación, no son otra cosa que un "repliegue" del lenguaje sobre sí mismo.

Resulta así un conflicto entre el "sueño" (las cristalizaciones ilusorias del lenguaje) y lo existente, en el cual la verdadera poesía no toma partido: mientras la poesía mediocre se contenta con una crítica de la ilusión, la gran poesía no puede evitar un tercer término sintético, la compasión, que le obliga a denunciar la imagen al mismo tiempo que amarla y escucharla. La poesía, dice Bonnefoy, es tan enemiga de la idolatría como de la iconoclasia.

A partir de ese planteo el poeta francés lleva al lector por un recorrido de los destinos de la imagen en la obra de algunos de los artistas más importantes de occidente. Es particularmente interesante la reflexión sobre la tragedia, enfocada a partir de la obra de Shakespeare.

El dramaturgo inglés aparece en la mirada de Bonnefoy como el lugar en el que la persistencia de una mirada arcaica sobre el amor (unida al neoplatonismo) permite superar el pesimismo imperante en la época isabelina, producto de la crisis política y las revoluciones del pensamiento impulsadas por las obras de Copérnico, Maquiavelo y Montaigne: Shakespeare es el lugar donde lo antiguo y lo nuevo hablan con la misma elocuencia. Pero también es el lugar en el que vuelve el sueño de una gran palabra nacido en la tragedia griega, universo en el que Bonnefoy ve no el imperio del fatalismo y la desesperación, sino el optimismo de una acción humana que se realiza a pesar de que no hay, ahí, una promesa de salvación trascendente.

Esa gran palabra, se señala, nunca existió, pero es un sueño que resurge periódicamente (con el cristianismo, con las revoluciones) y que llamamos occidente. 

El volumen se abre con trabajos sobre la vida y la obra de Alberto Giacometti y también incluye estudios sobre al culto de las imágenes en la pintura italiana (hay una muy interesante contraposición de las obras de Carracci y Caravaggio). Lo cierran estudios sobre la poética de Baudelaire (enfocada como una dialéctica compleja entre las contriciones de la belleza y la apertura hacia el bien y lo verdadero) y el relato del épico hallazgo mallarmeano de la Nada y su superación por la vía supralógica de la belleza.

No está de más advertir que lo que en un principio puede parecer una complicación meramente estilística, un discurrir sobre nada, se revela en la lectura como una verdadera complejidad de los objetos, expuestos en su realidad dialéctica por la contemplación sabia de Bonnefoy.