Duras por Duras 13 Ene 2024
La Voz del Interior | Javier Mattio
“Duras por Duras” recoge artículos y entrevistas que repasan la obra cinematográfica revolucionaria de la escritora francesa Marguerite Duras.
Nacida de un desvío instintivo, casi azaroso, la incursión de Marguerite Duras (1914–1996) en el cine probaría ser uno de los trasvases artísticos más disruptivos del siglo pasado. Duras por Duras se concentra en repasar ese cuerpo audiovisual de 19 filmes a los que la autora francesa nunca dejó de considerar una extremidad de sus escritos, en una miscelánea cuidada de artículos de prensa, dossiers y entrevistas.
La intransigencia de Duras emana de manera cristalina de estas intervenciones cronológicas en las que se formula una poética de la destrucción que abarcó películas, novelas y piezas de teatro por igual y que tuvo al amor como ideal absoluto. La obra entera de Duras es una reescritura permanente y obsesiva, un girar sobre el vacío del trauma y de la identidad que sitúa al Holocausto como núcleo ciego de lo innombrable.
Si bien los lazos de la escritora con el séptimo arte son previos a su debut La musica (1966), ella reniega de adaptaciones clásicas de sus novelas como la de Peter Brook con su célebre Moderato Cantabile (1960); solo Hiroshima Mon Amour (1959) de Alain Resnais se salva de esa impiadosa mirada atrás. El propio trabajo literario de Duras sufre un corte profundo con la publicación de El arrebato de Lol V. Stein (1966), y sería ese proceso de disolución de todo naturalismo que allí comienza el que acompaña su quehacer cinematográfico durante dos décadas.
Una serie de nombres propios de errancia judía saltan del texto a la pantalla para ser encarnados por intérpretes estáticos, desdoblados, a veces mudos, que se van desmoronando presas de un acontecimiento ominoso. Stein, Anne–Marie Stretter, el vicecónsul de Francia en Lahore o una mendiga anónima son espectros recurrentes de Destruir dice ella (1969), La mujer del Ganges (1974), India Song (1975) y Su nombre de Venecia en Calcuta desierta (1976), in crescendo que solo deja ruinas sonoras y visuales tras su paso.
Inconfundible en su sintaxis sentenciosa, Duras se pronuncia desde el otro lado de una vanguardia que alcanzó su límite en Mayo del ‘68 y a la que no le queda más alternativa que replegarse, sobrevivir, resistir en el crepúsculo de años que se van desvaneciendo. La autora le comenta sin ambages a sus interlocutores que ha dejado de leer, que no va al cine, que solo ve televisión, que todo es viejo. Bastiones como la izquierda y el proletariado son incluso objeto de sátira en El camión (1977, con Gérard Depardieu) así como la educación y el sistema escolar lo son en Los niños (1984), filmes paradójicamente joviales y luminosos que están entre lo mejor que rodó la artista.
Su objetivo –como demuestra El hombre Atlántico (1981)– es, sin embargo, la pantalla negra, arrasada, sustracción que emparenta a Duras con vampiros como Godard y Debord. “Hago más que denigrar al cine, lo asesino”, dice. Un último giro del destino le labró un best-seller y su adaptación oscarizada (El amante, de Jean-Jacques Annaud, 1992), pero hacía rato, ya que Duras había apagado su cámara.