Duras por Duras 02 Ago 2023

Duras por Duras

El diletante | Juan F. Comperatore

 

Palabras a medio decir, frases suspendidas uno o dos pasos antes de alumbrar algún sentido posible; miradas concupiscentes que visten cuerpos ajenos a su vez de sí mismos; espacios desolados imposibles de habitar por unos seres que más que personajes resultan figuras capturadas en la demora de un gesto reiterado a perpetuidad. El silencio apenas interrumpido para ahuecar el espacio entre las cosas... La reticencia de Marguerite Duras no es incompatible con una entrega cabal a una materia que la desborda; al contrario, el intento de bordear el centro esquivo de un decir imposible de nombrar reverbera en la obra tanto narrativa como cinematográfica de la autora de El arrebato de Lol V. Stein.  

Si esto es así, el motivo hay que buscarlo menos en el mentado cruce de géneros, menos en la penetración insidiosa entre campos que en la íntima, rotunda convicción por parte de Duras de que cualquier expresión artística (cine, teatro, novela) es escritura. Y no sólo porque, como ella misma dijo en alguna oportunidad, todo escriba a nuestro alrededor, sino debido a que la escritura es la puerta abierta hacia lo desconocido. Se ingresa a ciegas y en plena lucidez y se tantean allí las formas del abandono. Como en Beckett, se trata de un arte del despojo, de ir siempre un paso más allá en aras de perder, de desasirse de cualquier atadura; pero, en el caso de Duras, el acento está puesto en lo que queda, en ese resto inasible que reitera una y otra vez su perenne opacidad.   

De Marguerite Duras sin dudas puede decirse lo que ella misma dijo respecto a Bataille: “no escribe en absoluto puesto que escribe contra el lenguaje. Inventa cómo se puede no escribir escribiendo. Nos desenseña la literatura”. Y estas palabras, al no existir una división tajante, al respirar todas un mismo y viciado aire, también valen cuando se trata de su propia aproximación al cine.

La exhaustiva compilación de textos cinematográficos Duras por Duras revela a una aguerrida escritora que se propone dinamitar el cine desde sus entrañas. Se trata de textos promocionales, sinopsis, reflexiones críticas y entrevistas en torno al casi veintenar de películas –de La música (1966) a Los niños (1985)– que la nacida en Saigón se ocupó de realizar. Poco importa si el texto va dirigido al lector especializado o al público en general, en cada oportunidad Duras revierte el punto de partida y lo dirige hacia sus propios intereses, haciendo gala de un rigor inconmovible. Incluso hasta una presentación ocasional no deja de ser para ella escritura.  

Esa presencia fantasmal y a la vez irrevocable del texto es lo que de manera solapada va minando las certezas del quehacer cinematográfico. Y si bien la virtud del cine, en palabras de Duras, consiste en “detener lo imaginario”, no puede desconocer, al mismo tiempo, que “el texto es el único portador indefinido de imágenes”.  En esa fisura se criba la ruptura con lo precedente.  

De allí también la primacía otorgada en su cine a la voz y los efectos que alrededor de ello se producen. El desacople de la imagen y el sonido –ensayado por primera vez en La mujer del Ganges (1974), adquiere mayor relevancia en India Song (1975) y en Su nombre de Venencia en Calcuta desierta (1976)–, por ejemplo, borra cualquier correspondencia posible entre lo dicho y visto, como si pertenecieran a universos de sentido intocables uno del otro. Esto, que en India Song se ve claramente cuando los personajes mantienen las bocas cerradas mientras escuchan sus propias palabras a la manera de un eco fantasma, se lleva a un punto de no retorno en El hombre Atlántico (1981), donde el frondoso negro invade la pantalla y reclama “mirar el sonido”.

Cada película de Marguerite Duras supone ir un paso más allá en el cuestionamiento de la representación y adentrarse en el corazón de la ruina. Las casas vacías, los pasillos desolados; los actores olvidados de sí mismos, ausentes, distraídos; la ductilidad de la cámara y el desdoblamiento de los personajes; la música tratada como material en bruto y la palabra como acontecimiento... todo ello configura el “deseo de mostrar lo imposible, de hacer un cine completamente intransitable”.

De argumentos exiguos y acciones tenues; de repeticiones y socavamientos está hecha tanto la narrativa como el cine de Duras. En este último encontraba, sin embargo, una destreza que le estaba vedada en la escritura. Enfrentar el libro, dejarse imbuir por su inexorable oscuridad comporta un trance del que no se sale indemnización. Por eso, a pesar de todos los intentos de llevar el cine a su propia perdición, Marguerite Duras hallaba en ese balbuceo de la imagen la escucha de otra voz, esta vez una voz venida de afuera.

2 de julio, 2023