Leones 10 Dic 2021

Fábulas sin moraleja

La Nación | Pablo Gianera

 

La fábula está orientada hacia el final, hacia la moraleja. O podría proponerse también lo inverso: que la moraleja está en el principio, todavía ilegible pero ya con el poderío necesario para moldear el relato que autorizará, en una causalidad prefabricada y por lo tanto artificial, que la moraleja sea por fin dicha. Pero hay también una tercera variedad: la fábula que escatima la moraleja, ya sea porque, según el primer camino, la trama se extravió en la llegada al final, o bien porque no conviene enseñarle al lector sino confiar en que el lector se enseñe a sí mismo. En esta especie hay que incluir Leones, el libro del filósofo Hans Blumenberg recién publicado por la editorial El Cuenco de Plata en traducción de Griselda Mársico y Uwe Schoor.

Leones es un libro muy breve, armado con los papeles póstumos de Blumenberg. Vio la luz en alemán en 2001, cinco años después de la muerte del filósofo. Son miniaturas que giran alrededor de un punto fijo, el animal, aunque ni siquiera el animal sino, precisamente, lo que los hombres trataron de decir por medio de ese animal. No es sencillo decidir por qué el fenomenólogo Blumenberg nos dejó esos relatos que, revestidos de literatura, esconden -hay que atreverse a desnudarlos- especulaciones de su filosofía.

La preferencia de Blumenberg por la literatura se remontaba a Glossen zu Fabeln (“Glosas sobre fábulas”) –habitado también por fieras y fábulas– y sobre todo a su escrito temprano Paradigmas para una metaforología, de 1960, en el que proponía, podría decirse, un logos de la metáfora, cifrado justamente en el término “metaforología”, que pretendía enunciar una teoría de la metáfora filosófica. No es otra la línea de Leones, y así lo pasa en limpio Martin Meyer, confidente de Blumenberg, en el posfacio, cuando observa la pretensión de que el lector siga pensando más allá de la glosa: “Y no otra cosa deseaba su autor, que demostraba que las metáforas no sólo alimentan la intuición preconceptual del mundo de la vida, sino que además pueden constituir la sal del pensamiento”. “Mundo de la vida” (Lebenswelt) fue un término que acuñó Edmund Husserl, que luego Blumenberg convirtió en núcleo de su pensamiento, cuya definición sería ardua pero que, en pocas palabras, se refiere a sobreentendidos, a expectativas comunes.

Cuando Blumenberg cita el Libro del Eclesiastés y su frase “más vale perro vivo que león muerto”, hace notar: “La sentencia bíblica en cualquier momento podría convertirse en fábula. El león jactancioso, el perro humillado, que enseguida resulta ser el perro rastrero del cazador de leones y que, antes de que el león malherido muera, alcanza a gritarle aquella sabiduría. ¿Pero cuál sería el epimitio, la moraleja de la historia?”. No sabemos. Tampoco en qué difiere esta sentencia de la respuesta de Aquiles a Odiseo en el Hades: “No me elogies la muerte. Preferiría ser siervo de cualquiera, de un hombre miserable de escasa fortuna, a reinar sobre todos los muertos extinguidos”. ¿Es Aquiles el león y Odiseo el perro? Tampoco lo sabemos, aunque sabemos que la diferencia existe. Es la sal del pensamiento.

Cuando la escritora alemana Sybille Lewitsharoff escribió su novela Blumenberg, representó al filósofo en su estudio con un león en la alfombra, tal como vemos representado a San Jerónimo en el grabado de Durero, por ejemplo, o en la pintura de Colantonio, en la que el santo le saca una espina de la pata a la fiera. Explicó Lewitsharoff en una entrevista: “Lo hice para honrar al filósofo. El león ha sido desde siempre el compañero del santo y del soberano”.

¿En qué sentido hace de compañero el león? La respuesta la tiene el propio Blumenberg en su libro, precisamente cuando se refiere a San Jerónimo en su gabinete: “Lo convincente de esta visión se debe a la retórica, que es capaz de amedrentar a la fiera más fiera, pero también a la necesidad del erudito de mantener cerca la ‘realidad’, aunque bajo un comportamiento moderado. Este león […] sigue siendo el del salmista, que ronda y ruge buscando a quién devorar, pero la misma palabra que presenta esta imagen del enemigo del hombre es la que, con los ropajes de la retórica, le da de comer de la mano al león”. Es éste el auténtico leo in fabula del filósofo.