Un libro 19 Sep 2019

Un libro

Revista Otra Parte | Javier Mattio

 

Excesivo, transgresor y deslumbrantemente farragoso, Un libro, de Giorgio Manganelli (1922-1990), rescata piezas inéditas y póstumas de la aquí poco asequible obra del italiano, un raro que devuelve a la escritura su innata anormalidad. La diatriba contra Dios, la exaltación de la nada y el regodeo en la muerte —que hacen vibrar la tradición blasfema de Giovanni Papini, Lautréamont o Georges Bataille— intensifican la significación incómoda de la antología, que parece arrojada desde el más allá al son de una elocuente carcajada. Bárbaro de escritorio, iluminista oscuro, el autor produce con su goyesca razón monstruosa argumentos de dudosa escuela, sentencias plagadas de contradicciones, paradojas y entropías intelectuales, brumas de delirio lógico.

Al igual que las exquisitas novelas-río de Centuria, los textos —publicados originalmente en 2011, con edición a cuidado de Salvatore Nigro y traducción de Guillermo Piro— ensayan una deriva siempre atada a un silogismo caprichoso. Allí yace la nobleza ulterior de Manganelli, una concesión mínima y tirante de comunicabilidad con la que sin embargo resiste al sendero mil veces transitado. “Nada más penoso que mis intentos de hacer literatura, de escribir historias, de inventar protagonistas ingeniosos, sutiles, singulares”, se queja con mueca perversa el narrador de “Apuntes para un hombre desorientado”.

De manera no tan paradójica, Un libro resulta provechosamente heterogéneo: en sus fragmentos que saltan décadas se incluyen tanto reanimaciones íntimas de Agamenón, Odiseo y Juana de Arco como bocetos inquietos de Richard Garnett o Marcel Schwob; tratados ateológicos de macabro dadaísmo; el monólogo charlatán de un muerto; un cuento sobre las pantuflas de regalo que nunca le llegaron a un amante desvanecido; el relato fantástico-formal de especialistas dispuestos a descifrar los demoníacos enunciados de un lenguaje desconocido que expulsa un volcán; pasajes abstractos de verborragia barroca colindante con la retórica enloquecida del temprano Hilarotragoedia; instigaciones de exaltada naturalidad al odio, el crimen, el suicidio, la aberración y el mal en general, simultáneas al correspondiente desprecio por todo lo civilizado; un elogio de lo excrementicio; una mesa redonda con moderador en que se recuerda a un cartógrafo desaparecido; la pormenorizada caracterización en primera persona de una subespecie de espectro; una enumeración de enredos amoroso-policiales de niveles múltiples; y hasta reflexiones sobre la Navidad.

Imposible leer Un libro sin recibir cachetazos gramaticales, infectarse de arcaísmos insólitos o extraviarse en refinados laberintos. “Manganelli era un encantador de palabras, un flautista mágico”, asevera Nigro. De estridente radicalidad para épocas ligeras, el volumen escarba en las arcas de lo humano dejando un regusto ceniciento, agrio, pero también afectivo. Y es que Un libro constata que todo gran escritor es por definición una criatura maléfica, solitaria e irrespetuosa, un hereje subterráneo que ha venido a salvarnos.