La estética geopolítica 04 Oct 2018

La estética geopolítica

Revista Otra parte | Raúl A. Cuello

 

En La estética geopolítica, Fredric Jameson (Cleveland, 1934) intenta trazar una radiografía no sistemática del propio sistema mundial a través del cine. El libro está dividido en dos grandes apartados; el primero de ellos se encarga de abordar “la totalidad como complot” y encuentra en los textos de Pynchon —y en una serie anotada de films norteamericanos (en sentido amplio) como Los tres días del cóndor, Blow Out, Todos los hombres del presidenteLa conversación, pero especialmente Videodrome— dos variantes plausibles de acercamiento a este paradigma. Una, bajo la opacidad “funcional” de los objetos que nos rodean, hace a una articulación más allá de sí (“no es el sistema de diseño de los circuitos de la computadora lo que produce este notable efecto, sino más bien la propia hermenéutica arqueológica, que dota a los objetos cibernéticos de un poder sugestivo inencontrable en ellos por sí mismos”). Otra, bajo el modelo de “epifanía conspiratoria” (de lo colectivo), evita lo místico en favor de las “pequeñas represiones del burocrático día a día”, se trata de una red potencialmente infinita, junto a una explicación plausible de su invisibilidad o, en otros términos, del ensamble imbricado de lo colectivo y lo epistemológico de los mecanismos de complot.

El segundo de los apartados bucea libremente en una serie de “textos cinematográficos” (del “realismo mágico soviético” a la redramatización historicista e hipertecnológica del último Godard). Trabaja con un tipo de pensamiento alegórico, una “cartografía cognitiva” que sirve para ejemplificar cómo es que la narración cinematográfica combina la ontología con la geografía y procesa continuamente imágenes de un sistema del que no pueden trazarse mapas, ya que borra cualquier barrera transcultural global y pone en crisis todo tipo de representación o representatividad asignable a un individuo en un momento histórico dado y en un lugar difuso. “¿En qué circunstancias —se pregunta y nos invita a preguntar— puede una historia necesariamente individual, con personajes individuales, funcionar como representación de procesos colectivos?”

En resumen, La estética geopolítica está llena de matices y de concepciones teóricas moderadamente complejas en torno a la “estructura cinematográfica”. Tanto es así que en su abultado prólogo, Eduardo Grüner resalta la arquitectura como uno de los aspectos más sintomáticos de Jameson —su obsesión con el espacio, por ejemplo— y señala cómo busca encontrar en ella “un paradigma privilegiado de articulación entre la dimensión estéticocultural, la dimensión económica y la dimensión técnica”. Esto lo convierte en un libro un tanto arduo para quienes desconozcan las operaciones que Jameson suele tramar a la hora de abordar un objeto de estudio. Con todo, la pasión y el fervor que siente y transmite el padre de los estudios culturales en este libro evoca de alguna manera aquella frase de su factura que dice que “en el deseo que traza mapas cognitivos se encuentra el principio de la sabiduría”.