Poesía 27 May 2018

James Joyce, poeta

La Gaceta | María Eugenia Bestani

Publicación que llena un vacío y hace honor al autor

 

En un intento irónico de explicar el título de su libro Música de cámara, James Joyce lo relacionaba con el sonido que hace el líquido al golpear las paredes enlosadas de la escupidera (chamber pot). Si uno busca esa irreverencia o las desmesuras de Ulises en sus versos, saldrá defraudado. En particular, los de este primer poemario -que abre la colección- se inspiran en el simbolismo de Verlaine, en Dante, Meredith, Yeats y en los sonetos de Shakespeare, y son conscientes de (y sensibles a) una rica tradición de poesía amorosa, a su musicalidad y particular imaginería.

Es curioso que un autor, que en su tiempo llevó los límites de la narrativa a extremos impensados, haya sido tan “respetuoso” al componer poemas. El contraste es un arte poética en sí mismo.

La evolución del poeta y el gesto de su liberación son el tema de la novela de corte autobiográfico Retrato del artista adolescente, en donde, curiosamente, Stephen Dedalus, alter ego de Joyce, compone tan sólo una villanelle. Si bien se trata de una forma lírica compleja, tan magra cosecha logra transmitir la frustración de gozar (o sufrir) de la sensibilidad poética, y no poder plasmarla en un texto que el artista adolescente considere digno. Paradójicamente, la pluma que lo retrata crea imágenes de sugerencias exquisitas. Es que Joyce no dejó nunca de ser poeta, aunque a su mejor poesía la haya escrito en prosa. Su obra es un conjunto y cada línea debe ser entendida como puntada de una misma trama, con un espacio de culminación, que es el que ocupa su Ulises.

Valioso aporte

La publicación de Poesías viene a llenar un vacío. Se trata de la primera traducción argentina, al castellano, de la obra poética joyceana. Pablo Ingberg traduce -respetando métrica y rima, en un área “de intersección” con el sentido- los 36 poemas de Música de cámara. Poemas de un penique, “Ecce Puer” (dedicado al nieto Stephen Joyce), poemas satíricos, tempranos, de ocasión, limericks y traducciones y versiones joyceanas de otros autores.

El prólogo de Ingberg recorre vida y obra del autor, traducciones que precedieron, y consideraciones sobre el proceso de traslación.

Finalmente, una sección de notas, que ocupa la tercera parte de la colección, termina siendo casi una obra en sí misma, reminiscente, lo señala Ingberg, de la novela posmodernista de Vladimir Nabokov, Pálido fuego, organizada a modo de poema anotado, desbordando expectativas genéricas.

Seguramente, Joyce apreciaría la cualidad polimorfa, el respeto y la profundidad de este libro, que hace honor a la genialidad de su obra.