La invención de la cultura heterosexual 03 Mar 2013

La invención de la cultura heterosexual

Perfil | Louis-Georges Tin

 

El matrimonio sacramento

Los escritores fueron así alentados a orientar sus textos y sus amores hacia la perspectiva de la fe. Al mismo tiempo, la Iglesia se esforzó por aceptar la cultura heterosexual. Desde comienzos del siglo XIII, la institución religiosa consideró conveniente incluir ocasionalmente en la práctica lo que no podía excluir por completo; cercar antes que rechazar, tal fue la posición pragmática adoptada por la Iglesia. En la nueva pastoral, el amor hombre-mujer pudo así acceder a una dignidad cristiana más amplia, a condición de aceptar las reglas promulgadas por la Iglesia en el marco conyugal. El casamiento se constituyó como sacramento en el IV concilio de Letrán, en 1215. Se planteaba como un reconocimiento de la pareja hombre-mujer, así como una intervención amplificada sobre la cultura del amor, muy especialmente a través de la condena acérrima del adulterio. De manera simbólica, la bendición nupcial, otorgada antes por los padres de los novios, pasaba a ser concebida por un sacerdote. Al mismo tiempo se alivianaban las reglamentaciones conyugales, y se decidió reducir el margen del incesto del 7mo al 4to grado de consanguinidad. Esto significaba un alivio para los fieles, en particular para la nobleza. El nexo entre las dos medidas conciliares resultaba claro: la reducción del grado de parentesco para la definición de incesto permitía ensanchar el “mercado erótico” antes del matrimonio, mientras que el endurecimiento de las condenas en lo concerniente al adulterio tenía como objetivo restringir el acceso al mercado después del matrimonio.

Considerar el matrimonio como un sacramento no era algo que iba de suyo, y es importante calibrar el sacrifico de la Iglesia al adoptar esta medida. Desde hacía tiempo se había sacralizado la vida sacerdotal, que implicaba la renuncia a la carne; si de ahora en más se sacralizaba la vida conyugal, que implicaba la consumación de la carne, se corría el riesgo de desembocar en un dilema lógico: la renuncia a la carne es sagrada, pero no renunciar también lo es.