La invención de la cultura heterosexual 06 Sep 2013

La invención de la cultura heterosexual

El País | Montevideo | Hugo Fontana

 

Para Louis-Georges Tin, profesor de la Universidad de Orléans en Francia, especialista en literatura medioeval e historia de la sexualidad, la idea moderna de la heterosexualidad comenzó a forjarse pasados los siglos XI y XII de nuestra era, en detrimento de la homosociabilidad dominante, sostenida a babuchas de una cultura de caballeros andantes, protagonistas de múltiples cruzadas religiosas y de la defensa de los territorios de sus respectivos señores feudales. Y con el propósito de demostrar su hipótesis, rastrea en documentos, prácticas y, por sobre todo, en la poesía -léase cantares de gesta-de aquellas remotas épocas.

Como todo cambio de importancia en las costumbres y en las concepciones del hombre, el proceso fue largo y lleno de dificultades, encontrando resistencias tan variadas como enfáticas, en particular desde la Iglesia primero y desde la Medicina después. El pasaje de un estatus cultural que privilegiaba la amistad y la lealtad masculina, a un estatus social que termina uniendo al hombre con la mujer en sus prácticas cotidianas, fue un largo camino que recién en los siglos XIX y XX terminó siendo admitido, no sin la vigilancia y el castigo de aquellas instituciones rectoras. E incluso el propio autor, en las últimas páginas de su trabajo, llega a preguntarse si en la actualidad "el futuro de la cultura heterosexual no está amenazado" o si ésta, en tanto sistema hegemónico, "no se encuentra en peligro".

El paso del caballero al galán (de la gesta a lo cortés) debió sortear la exaltación de la camaradería en el campo de batalla, además de algunas costumbres consentidas socialmente: abrazos efusivos, besos apasionados ("…con una ternura tan violenta/ Que por poco se asfixian uno al otro") y otras abnegadas muestras de cariño como pasar más de una noche bajo la misma carpa o compartir esposas si fuera necesario. Fueron los trovadores del siglo XII los primeros en darle un cariz diferente a las relaciones amorosas, forzando en sus versos la aparición de las mujeres, esos especímenes tan lascivos e inestables, aunque el casamiento, en tanto sacramento eclesial, recién fue admitido en el IV Concilio de Letrán, en 1215.

La Iglesia puso durante siglos especial cuidado en que el amor hacia una mujer estuviera inspirado por la figura de la virgen María, la que, inasible y asexuada, no afeminaría a los hombres con las tan consabidas locas pasiones. "Si la amistad entre hombres consolida la República", comenta Tin, "la pasión del hombre por una mujer es, por el contrario, una amenaza para el Estado". Los ejemplos son múltiples, y desde las antiguas historias del rey Arturo, Lancelot, Tristán, El cantar de Roldán o Ami y Amile(con sus moderados 30.000 versos), el teatro de Corneille o Desfontaines y los primeros tratados médicos sobre el tema ("El amor transmite la lepra a los campesinos", rezaba una sentencia de la Edad Media), hasta la elaboración de teorías de inciertos atributos científicos, como el psicoanálisis, todo indica que lo que durante muchos años se aceptó como normativa prácticamente natural no es más que una de las tantas convenciones que han construido lo que el hombre -y la mujer- cree hoy de sí mismo.

El libro se lee con interés y curiosidad, aunque debe señalarse que Tin peca de un exagerado "galocentrismo". En las citas y abordajes literarios, todo se sostiene en obras de autores franceses, en tanto Shakespeare y su Romeo y Julieta, o Dante y su adorada Beatrice, por dar solo dos ejemplos icónicos, son citados una sola vez y de modo casi oblicuo.