El diablo en el pelo 23 Nov 2005

Identidades y amores en fuga

La Voz del interior | Gustavo Pablos

 

–El diablo en el pelo se entronca con la tradición de las novelas de celos, como Albertina prisionera y Albertina desaparecida, de Proust, o Lolita, de Nabokov. Pero los narradores protagonistas de esas novelas terminan sabiendo nada o muy poco de sus objetos amorosos, el amado o la amada se les escapan como agua de entre las manos. Decidí darle una vuelta de tuerca, incluyendo la voz del amado en la narrativa, entonces el libro se despliega como un solo a dos voces. La tercera persona narrativa cercana al protagonista, y la primera persona de Julián, el amado, un habla llana, que pone más o menos al desnudo las condiciones de vida de esos jóvenes, su “cabeza”, sus expresiones auténticas y sus aventuras.

Crónica y ficción

–¿Cómo fue el trabajo para captar esas voces?

–En ese sentido me sentí como un periodista “gonzo”, a la manera del nuevo periodismo estadounidense nacido en los ’60. Y la novela es un híbrido de ficción y de crónica, algo, creo, que necesitamos en nuestros días para poner el pie en la tierra de nuestro enclave y entorno. El Quijote no está entre mis libros de cabecera, aunque siempre me interesó su procedimiento, que nace de la yuxtaposición de dos hablas muy diferentes, la del caballero y la de Sancho. Esta polifonía construye un ojo facetado, con diferentes puntos de vista y discursos que, al imbricarse y contraponerse, cifran lo real.

–¿Por qué en sus obras le interesa hacer foco en aspectos y personajes más bien marginales o diferentes, como la figura del andrógino?

–Es verdad que siempre me interesó lo “impronunciable”, aquello que estaba vedado expresar en un ambiente histórico dado, o que sólo se expresaba mediante un lenguaje obsceno. Poner la literatura al servicio de algo desterrado no sólo de la literatura sino del lenguaje común, coloquial o periodístico. Los cambios ocurren a pesar nuestro, hay un momento en que son reconocidos, pero la mayoría de la gente se comporta como si no existieran durante el mayor tiempo posible. Creo con Oscar Wilde que la fealdad y la muerte están del costado de la represión y del miedo, y la bondad debe ser servidora de la belleza y de lo que atrae, de una intensidad de vida que adviene a la luz pública.

–En sus textos, ¿cómo es la relación entre teoría y ficción? ¿Una lleva a la otra o ambas se alimentan mutuamente?

–Soy antes que nada un poeta. Al mismo tiempo que la novela apareció Centralasia, un largo poema narrativo. Mis narraciones y ensayos están condicionados por ese acercamiento poético a la escritura, que atiende siempre al detalle plástico y sonoro, a la concreción preciosa, a lo visual y a los ritmos de la lengua. Nada me parecería peor que una novela verbosa y “teórica”, porque el estímulo estético para mí es primordial. Sucede, sin embargo, que los argumentos y las vivencias de las narraciones están vinculados de un modo indefectible con mis preocupaciones históricas y filosóficas. Y en ese sentido, ficción y ensayo se articulan sin prepotencia, de un modo orgánico y por así decir “natural”.