El diablo en el pelo 17 Sep 2005

Strange Love

Los inrockuptibles | Mariano Valerio

 

Hace diez años, el uruguayo Roberto Echavarren publicaba una de las novelas fundacionales en la articulación literatura-rock en el Río de la Plata: Ave Roc. Por estos días vuelve al ruedo con El diablo en el pelo, un libro en el que despliega una vez más su lúcida lectura sobre género en una historia de amor y obsesión.

Como la de muchos de los personajes de sus libros, la figura de Roberto Echavarren es escurridiza. Tal vez por eso, siendo uno de los poetas, escritores y ensayistas más lúcidos del Río de la Plata, su nombre y su obra siguen circulando para muchos como un secreto a voces. Una forma de tránsito Nueva York. Hasta su regreso en 1994 a Montevideo, los 70 y los 8o lo encontraron yendo y viniendo entre Europa y los Estados Unidos: de Berlín y Londres a Nueva York, de Nueva York a Londres y Berlín. Por eso, Echavarren estuvo muy cerca del rock y lo vio. Lo vio lisérgico, colgado, con el pelo largo y las pupilas dilatadas repleto de drogas; lo vio brillar y gritar como una nena mientras sacudía la melenita lleno de glamour, chucherías y ambigüedades; lo vio escupir, raparse y perforarse la piel, cargarse de odio y seguir gritando hasta quedarse ronco; lo vio hasta que lo vio perderse en formas triviales que nada más guardan el gesto de aquello que alguna vez fue promesa de un mundo y hoy se desvanece en mercado. En ese close up de décadas cruciales Echavarren estuvo bien cerca de quienes eran el rock, de quienes lo encarnaban y le ponían el cuerpo. De ahí, entonces -por supuesto que haciendo una elipsis grosera-, ensayos como Arte Andrógino. Moda versus estilo en un siglo corto, o Performance, género y transgénero. ¿Cómo te vestís?, ¿qué música escuches?, ¿cómo lleves el pelo?, ¿qué drogas tomes?, ¿cómo jugás tu sexualidad?, son algunas de las preguntas que le sirven a Echavarren para diseñar un aparato crítico que le permite leer la tensión entre moda y estilo, entre lo que se impone, lo que quiebra la serie y el complejo entramado de redes y conexiones que se tejen alrededor de estos dos polos. Es el mismo aparato que, de alguna manera, pone en funcionamiento cuando se mete con la ficción. Hace poco más de diez años fue con Ave Roc, una novela que junto con El país de la dama eléctrica, de Marcelo Cohen (publicada en 1984), debería ser tenida en cuenta como una de las fundacionales en la articulación literatura-rock en el Río de la Plata. Por estos días, ese aparato se pone en marcha una vez más con El diablo en el pelo, su segunda novela. `El diablo en el pelo nace de mi confrontación con Montevideo después de un período de ausencia", explica Echavarren. "Volví, no como extranjero a mi propio país, pero sí como ignorante de cómo se articulaba la sensibilidad juvenil para una nueva generación. Quería saber qué pensaban y cómo actuaban los jóvenes. Me interesaba investigar cómo se manifestaba el street style, el estilo callejero, en mi país, y cómo se vivía una cultura alternativa, si eso existía: comportamiento erótico, consumo de drogas, música. Lo que tienen en común las dos novelas es su carácter de crónica trabajada como literatura. Ave roc es una biografía novelada, y por lo tanto libre, de una figura del rock estadounidense en la época fíe la revolución contracultural. El diablo en el que en el reducido mundito de las letras a orillas del río barroso, se entiende más como la elección de una forma de, antes que como una dificultad para figurar entre figuritas.

Un poco por lo que él mismo alguna vez contó, otro tanto por lo que se dice, se sabe que Echavarren estuvo en el momento preciso en lugar indicado. Nació en Uruguay, y fue profesor de teoría literaria y literatura hispanoamericana en la Universidad depelo es también una crónica trabajada como literatura, pero fechada en el Monte­video del cambio de siglo. Tiene un relieve documental. Ambas novelas son una histo­ria del presente, del presente de mi cuerpo histórico, en diferentes etapas. En la prime­ra predomina un coraje rebelde e innova­dor del rocker que inaugura estilos de vida. En la segunda predomina el mundo cruel' con sus acechanzas, su tardío triunfo, no sólo opuesto a la antigua moral puritana, sino también inserto en condiciones duras de sobrevivencia."

Un cuerpo histórico sometido a las­incle-mencias del paso del tiempo. Una zona en la que se articulan el deseo y la pasión con un afuera que impone sus reglas. Entonces la piel -como límite, como lugar de encuentro- es el campo de batalla. En ese sentido, El diablo... es una novela en la que se narra la puesta en juego de la piel, del pellejo. Tomás, un músico de mediana edad, de buen pasar económico, se enamo­ra de Julián, un chico joven que viene de la zona pobre de Montevideo. "No soy una mina", es lo primero que le dice Julián cuando Tomás lo aborda por la calle embrujado por su pelo largo y renegrido, a lo que éste le responde, sencillamente, "Ya lo sé" (por más que de entrada no sabía si "el bulto" que había visto era hombre o mujer, pero igual le gustaba). Lo que sigue es casi una remake de Lolita en clave homosexual y rioplatense. Porque, por más mundo que tenga caminado Echavarren, nunca deja de lado sus horizontes más cer­canos, sus lecturas territoriales: la mirada antropológica de Néstor Perlongher sobre la prostitución masculina y el delirio eróti­co-poético de Marosa Di Giorgio conviven en su libro con "las novelas de Jane Austen, tanto como con las de Dennis Cooper y Loli­ta de Nabokov".

Y es que, lejos de poner el acento en lo queer o en lo gay -algo que a esta altura de la literatura de género sería nada más que una anécdota-, la novela de Echavarren pone en foco el pasaje del amor a la obse­sión para detenerse en las estrategias que el enamorado es capaz de desplegar de cara a la pérdida de su objeto (de su "bulto" esquivo y polivalente). Si Tomás no puede tener el cuerpo de Julián, si ve que se le escapa, por lo menos intenta quedarse con su lengua, entonces le paga para que hable. Echavarren: "Un tercio del relato avanza a través de la voz de Julián, en primera per­sona. Es una novela de celos -Albertina pri­sionera y Albertina desaparecida, Lolita. Lo que el amante desconoce es lo que más le importa. En las novelas de celos que acabo de citar, el amante queda en ayunas con respecto al amado que, simplemente des­aparece, se va. Yo elegí hacer hablar a esa Albertina muda. `Garbo habla' -como la propaganda del primer film sonoro de la actriz. Yhabla un buen tiempo". Del monólogo de Julián en concupiscencia con la sordera de Tomás (de las peores, por­que no quiere oír), la novela pacta un diá­logo entre literatura y sociedad en el que el afuera impone su ritmo y su respiración desde una coyuntura social poco favorable para declinar un discurso amoroso. Por eso, de la penetración por la que paga, Tomás pasa a una puñalada (literal) que le fajan por la espalda y que casi le cuesta la vida.

"A pesar de ser un adulto, Tomás actúa como un aprendiz. Es el alumno del adoles­cente. Entonces será difícil decir que es un gran amante'. ¿Sabe algo del amor? Si sobrevive, el episodio le habrá concedido otro criterio, en el sentido de un aprendiza­je. Pero no aprende en un sentido lineal -más y mejor de lo mismo, lo que podría­mos llamar 'destreza'-, se trata de un salto cualitativo. ¿Habrá sobrepasado una forma de pasión, de encaprichamiento, un mon­taje de aparatos de yiro que vehiculan -mal que bien- los deseos y las urgencias? ¿Será capaz de enfrentar una dimensión del amor casi del todo diferente?"