La vida es un bar | La vida es un bar 31 Ago 2008

Con el veneno en la letra

Los Andes | Mariana Guzzante

Sus textos desfilaron por recitales de bandas como Los Redondos, La Bersuit y Los Piojos. Su mano dio crónicas duras como “El Señor de los Venenos” o “Big Bad City”. Una vez más, Symns entrega una obra, “La vida es un bar”, donde revive la época imborrable de la revista más animal: Cerdos & Peces.

 

Se dice que es una leyenda viviente, un escritor de culto; quizá, el último que quede con tanta data, irreverencia, lucidez y furia. Tom Lupo lo definió así: “Es el último mohicano”. De acuerdo: hablamos de Enrique Symns. 

“Nunca aprendí a tripular mi personaje”, anota el protagonista de El Señor de los Venenos. Un hombre escribe su crónica trabajando su propia muerte. En esa pendiente, en esa literatura que acaricia los márgenes con deleite y riesgo, abre las puertas del lumpen: “Locos y asesinos, soñadores y psicópatas, artistas y buchones, genios de la retórica y extraterrestres sin rumbo”. 

Cualquiera que haya entrado a las páginas venenosas lo sabe: Enrique Symns es, después de Arlt, el golpe bajo, el cross a la mandíbula, el que, como mínimo, te quiere desencajar... 

“Me parece asqueroso que el rock se haya puesto de moda y se codee con el jet-set”, soltó en una entrevista reciente, “porque lo peor que le pasó a la música es Santaolalla. Es un vendedor de almas, un Tinelli. Por eso ganó ese premio de mierda. Yo me acuerdo que los Bersuit eran buenísimos. Me encantaba el peor disco que hicieron, ‘Don Leopardo’. Era el mejor. Hasta que después los agarró este tipo y empezaron a hacer discos de mierda y a decir cosas emocionantes y cálidas a la gente porque son un clan. A todo el arte le está pasando algo siniestro: la pintura tiene el curador. 

El productor es más importante que el músico. ¿O sea que Van Gogh no hubiera existido, Beethoven tampoco si no fuera por el intermediario? Yo fui a presentar mi libro y cuando un editor me quiso venir a decir cómo tenía que escribir, lo mandé a la mierda”. 

Su memoria todavía dibuja imágenes perfectas: “Luca era lo máximo. Vos lo veías caminar por la calle Corrientes y la calle se movía. Un loco, un demente... Y no hay más de esa especie”. 

Mitologías del under 

Ahora tiene más de sesenta, una melena canosa y un aspecto de profesor zarpado que sabe de drogas, rock, Prodan, el under de los ‘80, los virus transgenéricos, las prostitutas, el Sturm und Drang, la filosofía existencial y otros tragos. 

A no confundir: nadie sabe nada. Pero es Mr. Symns el que no tiene problemas a la hora de escribir frases de cínico apasionado (“Dios es un espantapájaros de ropa vieja colgado en un abismo”) o de enumerar, como un maldito despierto, cosas así: “Amores y trabajos, odios y rechazos, planes y recuerdos, cada detalle y cada argumento no son sino tretas de la mente para evitar el choque repugnante con el vacío”. 

Agarra el teléfono, corta, lo vuelve agarrar y grita que no escucha nada. Anda por las calles de Buenos Aires, pero concede “igual estoy”. Y aclara: “No tengo Internet, en el cíber no puedo pensar una palabra, buscame en la THC, la revista donde escribo ahora”. 

En los ‘80 y principios de los ‘90, Symns fue una de las figuras más relevantes del underground porteño. 

Desde las páginas de la Cerdos & Peces (revista de la que fue editor) brilló bajo un subgénero extraño: el periodismo de ficción, aquél que no siempre intentaba ser verídico, que establecía guiños y pistas para invitar al lector a un juego cómplice, con toques de humor negro y desenfado. 

A veces, firmaba como Williams Burroughs o como Trotsky o como personajes de otro mundo tipo Elsa Cicuta. “Flameando por la calle Corrientes durante muchos años”, anota Fito Páez, “la Cerdos & Peces fue la mirada alternativa”. Mucho del potente under que gestó lo mejor del rock pasó por ella: incluso los dibujos del Indio Solari. 

Cuentan que, cuando Los Redondos eran Los Redondos, Symns solía entrar a los cabarets presentándose como el propio “Patricio Rey”. La historia es sabida: esa cofradía de artistas se fue esfumando bajo los gases de la policía y el bajón de una muerte: Walter Bulacio. Dice: “Yo respeto todavía al Indio porque no le gusta la gente, vive rodeado de camaritas y perros, pero aún hay cosas con las que no transa”. 

Vida de bares 

Este año, la editorial El cuenco de plata sacó a la luz una compilación de sus escritos bajo un título coherente: “La vida es un bar”. Es que el bar, según Symns, “es todavía un espacio salvaje, que se contrapone a la domesticación familiar”. 

De alguna manera, allí se reúne parte del material que escribió inmerso en la movida contracultural de entonces y que alcanzó a publicar en algunos diarios chilenos o en esa revista de trinchera. 

Fuera de la inmediatez del periodismo -donde una letra mata a la otra- los textos que Mr. Symns dejó tienen la potencia de lo vigente. Hay, además, tres “folletines” conocidos como “El Complot”, “Las aventuras de Lechita” y “1999: El asalto a Buenos Aires”. 

Algo nos detalla Vera Land: “El Complot es una historia que se aproxima a la ciencia ficción, y es también la descripción posible del ingreso a la locura”. Experiencias lisérgicas, sexo y rock’n’roll, bajo el signo permanente de la sospecha Symns, una vez más, nos cuenta su experiencia.