Hitchcock por Hitchcock 20 Feb 2017
Revista Ñ | Roger Koza
Escritos y entrevistas dan cuenta de la agudeza de su inteligencia.
Alfred Hitchcock ha prodigado secuencias que jamás se pueden olvidar: el misterioso plano cenital desprovisto de subjetividad con el que se observa Bodega Bay antes de ser atacada por los pájaros en Los pájaros; el plano secuencia que empieza mostrando una fiesta en una sala inmensa y culmina en los tics de los ojos de un baterista (el asesino) en Inocencia y juventud; la materialización psíquica del vértigo del personaje de James Stewart en Vértigo. Por cada película habrá siempre un recuerdo, porque Hitchcock fue un genio.
Hitchcock por Hitchcock compendia un conjunto de escritos y entrevistas que abarcan varias décadas, desde sus inicios en Inglaterra hasta finales de su período estadounidense. No se trata de una agrupación azarosa de textos, ni tampoco está disponible todo lo que el cineasta escribió y publicó. La selección de textos estuvo a cargo de Sidney Gottlieb y, como se puede leer en el extenso prefacio a este primer volumen, es innegable su esfuerzo metódico.
La racionalidad selectiva de Gottlieb consiste en separar los documentos en bloques temáticos que a su vez están ordenados cronológicamente; además, los introduce. Las presentaciones son correctas y a veces innecesarias, pues duplican lo que luego Hitchcock expresa; pero en ciertos pasajes el compilador aporta lo suyo, como cuando asocia algunas afirmaciones del cineasta con problemas teóricos cruciales en la materia.
“En medio de los comentarios sobre la historia de la iluminación en el set, encontramos la declaración más osada de Hitchcock en contra de la fotografía con gran profundidad de campo y el asombro algo incrédulo que le produce el hecho de que alguien opte por fundir la imagen principal con el fondo en vez de separarla. André Bazin se mostraría escéptico, pero Hitchcock define su técnica como ‘realista’ y establece con claridad la base técnica de lo que muchos consideran uno de sus mayores logros: la credibilidad e incredibilidad simultánea del mundo hitchcockteano”. Este es un aporte sustantivo; no será el único.
En el libro Hitchcock habla de actrices y actores, teoriza sobre el suspenso, da cátedra de todos los oficios que se combinan para que un filme exista, discute la censura, conjetura sobre el sonido y la música, legitima la concepción de autor cinematográfico, opina sobre colegas como Griffith y Truffaut, reconoce algunas influencias e incluso hasta llega a demostrar interés por la política. Hay un hermoso texto de 1937 titulado “Más zapallos y menos reyes” en el que se detecta una sensibilidad sociológica que no se le suele adjudicar al cineasta.
Si bien la totalidad del libro es ostensiblemente valiosa, las dos últimas unidades se desmarcan del resto por su precisión y emoción. En “Mi película más emocionante”, Hitchcock se refiere a La soga y todo lo que expresa es tan extraordinario como didáctico. Si el lector se toma el trabajo de leer, ver el filme y volver a leer, el aprendizaje está garantizado.
Hitchcock dice cosas como esta: “Con frecuencia se piensa que el clima se genera exclusivamente mediante la luz, la luz oscura. No es así. El clima es aprensión. Y eso es lo que tenemos en la escena con el avión fumigador. Dicho de otro modo, como afirmé hace años, prefiero el ‘homicidio cerca de un arroyo melodioso’. Hay algo de eso en El tercer tiro. ¿Dónde puse el cadáver? En medio de los colores más hermosos que pude encontrar”. Estas palabras sintetizan la agudeza de su inteligencia. Nada más edificante puede haber para un cinéfilo que descubrir los razonamientos que guían las decisiones estéticas y signan una poética. Ya no mirará de la misma manera.