El eudemonismo social 26 May 2017

Michel Onfray, filosofía cínica para ser feliz

Revista Ñ | Andrés Criscaut

El más provocador de los intelectuales franceses reivindica la fuerza política de las microcomunidades como la pareja, la familia y los grupos que buscan "cambiarse a sí mismos".

 

Hay un francés que nació dos veces. En 1987 el joven Michel Onfray de 28 años sobrevive a un infarto que cambiaría radicalmente su relación con la vida y sus placeres. Como una suerte de epifanía laica, este hijo de agricultor y madre empleada doméstica (interno sufriente en un orfelinato católico entre los 10 y 14 años, “donde la única forma de salir o sobrevivir era la lectura”), sigue una dieta estricta que le revela que su cuerpo, y lo que lo conforma y conforta, puede ser también una cuestión filosófica.

Tras dar a luz su primer gran éxito El vientre de los filósofos, crítica de la razón dietética, Onfray no deja de cocinar y poner el cuerpo o de escribir y dar la cara, que para el caso es lo mismo. El deseo de ser un volcán, otro de los títulos de su prolífica bibliografía, es también quizás un posible epitafio de su carrera. Filósofo mediatizado, “star” mediatizante, él analiza, provoca, opina y discute sobre casi todo. Detesta los medios “que funcionan a veces como una suerte de guillotina”, pero no duda en ponerse cada vez que puede ante la cámara como un estoico puchimballcon anteojos, en su compromiso “como intelectual que va al encuentro del obrero”. Sus opiniones no reconocen medias tintas. Sobre las recientes elecciones presidenciales ha señalado, por ejemplo: “No fui a votar en primera vuelta porque todo estaba muy bien preparado por el sistema para preservarse a sí mismo. Macron y Le Pen son dos maneras de hacer la misma política, pero a su vez Le Pen es funcional al sistema y juega el rol de ese diablo que necesitan los liberales para demostrar que hay debate, que hay confrontación. Con respecto a Macron, él representa todo lo que detesto, es una suerte de muñeca inflable del capital. Como candidato nos acostumbró a la esquizofrenia, diciendo, por ejemplo, que el colonialismo tuvo su costado positivo y benigno para los colonizados un día y al día siguiente, en Argel que Francia cometió un crimen contra la humanidad durante la colonización del norte de Africa. Por si fuera poco es un servidor del ‘Estado de Maastricht’ (por el tratado que creó a la UE). No por nada hizo su entrada triunfal en su puesta en escena de la victoria con el himno de la Unión Europea, la Oda a la Alegría de Beethoven ¿Y La Marsellesa? Quedará para más tarde, si es que viene”.

Excelente escritor, pero por sobre todo hábil contador de historias y demiurgo creador de suspensos, Onfray cultiva en Europa miríadas de seguidores... y detractores. “El filósofo que sacude Francia”, tituló la conocida revista Le Point en tapa. Polémico como buen nietzscheano, egocéntrico como buen hedonista y provocador como buen anarquista, Onfray responde a Ñ atrincherado tras la fortaleza de murallas de libros de su casa en Caen, en la misma Normandía que lo vio nacer en 1959.

–Usted rescató la experiencia de las universidades populares de fines del siglo XIX de “democratizar la cultura y acercar gratuitamente el saber a la mayor cantidad posible de personas” y creó una en Caen, donde dicta su cátedra “Contrahistoria de la filosofía”. ¿Cómo fue esa experiencia?

–La idea de la universidad surgió luego de trabajar veinte años en un secundario técnico. Renuncié a la educación pública en 2002 y creé una Universidad Popular donde, con unos amigos, dábamos clases como voluntarios a gente a la que no le pedíamos nada: ni nombre, ni inscripción, ni una carrera, ni dinero, ni nivel de conocimiento previo. La clase está dividida en dos: una exposición previa de una hora, y una segunda en donde desarrollábamos un cometario del público. No quería ni enseñar lo que todos enseñan ni de la manera en que todos lo hacen. Entonces remonté la historia de la filosofía hasta sus bases y me encontré estupefacto cuando constaté que la historia que se enseña en la escuela o en la universidad está hecha de leyendas. Me propuse entonces romper esa leyenda demostrando los intereses ideológicos a los cuales la filosofía obedeció a lo largo del tiempo, como lo hizo por ejemplo en apoyo de la ideología espiritual cristiana. Propuse una historia de la historia de la filosofía. Creí necesitar tres o cuatro años para publicarla, pero ya van trece y llegará a ocupar once volúmenes.

–En el quinto, "El eudemonismo social" (del griego “eudaimonia”: felicidad), afirma que “se ha dicho con frecuencia que en filosofía se retoman los mismos temas desde la más alta Antigüedad y que desde hace veinticinco siglos no ha salido a la luz ninguna cuestión filosófica nueva”. Pero es un aguerrido divulgador. ¿Qué se puede enseñar hoy en filosofía y para qué?

–Quizás hoy moderaría un poco mi propósito ya que creo que la realidad se encuentra cada día más modificada bajo los efectos de una ciencia que se ha vuelto loca, desde que ninguna ética ni ninguna moral pueden detener su estampida. Me enteré hace poco leyendo un artículo de que los científicos lograron implantar en el cerebro de ratones recuerdos de cosas que no fueron vividas por los roedores. Por supuesto que el experimento fue realizado con el pretexto de curar enfermedades degenerativas como el Alzheimer, pero hay también un gran mercado de las industrias farmacéuticas atrás de estos estudios. Quien tiene los medios para crear recuerdos ficticios también dispone de los medios para borrar los que sí han sido vividos. Un gran camino se abre para quienes manipulan a los humanos. Lo posthumano comienza a asomarse y el transhumanismo anuncia a partir de ahora cuestiones filosóficas inéditas.No soy optimista con respecto a que la filosofía vaya a sobrevivir... vamos hacia una sociedad de tipo del Egipto antiguo donde había un puñado de escribas y una masa inculta y sumisa a la casta que detentaba el saber. Por el momento el nihilismo es la verdad del mundo, pero no ha llegado aún a su etapa definitiva. Por eso yo propongo, en esta suerte de naufragio de Titanic que estamos presenciando, vivirlo de pie y morir con elegancia. Es lo que hago en la Universidad Popular o en mi Web TV.

El eudemonismo social se centra en esas “experiencias gregarias que buscaban la felicidad grupal del individuo”: el panóptico liberal, el falansterio fourierista o las comunas socialistas y comunistas, entre otros. Usted dice que “estas experiencias políticas de laboratorio enseñan una lección cardinal para nuestros tiempos posmodernos: una microsociedad permite realizar la revolución aquí y ahora y, sobre todo, en un medio hostil”. ¿En dónde vemos esa herencia?

–En las microcomunidades construidas y vividas por individuos que buscan ante todo cambiarse a sí mismos y no tanto cambiar el orden del mundo (aunque sabemos que Descartes oponía estos dos objetivos). Personalmente pienso que “cambiarse” es contribuir a cambiar el orden del mundo. Creo en la ejemplaridad. Uno es, para sí, el eje en torno al cual se envuelve la vida de los otros. En este orden de ideas, desde que somos dos, ya nos encontramos ante una comunidad. Por eso la pareja es el primer módulo político, al cual le sigue la familia, sea cual sea su composición. Y las relaciones. Es como esos círculos que se forman cuando tiramos una piedra al agua. Esas comunidades nómadas forman esos círculos que son a su vez penetrados por otros. Todo esto lo cuento en mi libro La escultura de sí. Si somos ya capaces de revolucionar nuestra relación con el otro, entonces estamos contribuyendo a esa revolución, la única que cuenta.

–¿Qué rol juegan las revoluciones sociales como la mexicana, la cubana o la experiencia del “socialismo siglo XXI” en el imaginario libertario que relata? ¿Cuál cree que es la causa del divorcio intelectual e ideológico que hoy existe entre Francia y América Latina, y la Argentina en particular?

–Afortunadamente acabo de conocer en una conferencia en México a John Halloway, de quien leí hace diez años su libro Cambiar el mundo sin tomar el poder. Una lección mucho más interesante que la del socialismo armado que hizo correr sangre. Fui una sola vez a la Argentina, hace diez años, y me encantó, y me llamó la atención su francofilia. En ese momento tuve también vergüenza de que nosotros los franceses no estamos a la altura de la atención que ustedes nos dedican. Francia se convirtió en un país pequeño, estrecho y plegado sobre sí mismo, sin visión y sin altura, un país gobernado por enanos que no tienen noción alguna de la historia y que nos hacen pasar vergüenza ante el resto del mundo. Ya ni siquiera traducimos a los filósofos actuales. Cuando volví aquella vez propuse traducir y hacer una antología de filósofos argentinos... A mi editor no le interesó. Desde entonces la situación ha empeorado... el dinero hace la ley y no hay el más mínimo deseo de abrirse culturalmente al mundo.

–Su libro Decadencia, de Jesús a Bin Laden, vida y muerte de Occidente ha tenido mucha repercusión. Pese a que se ha escrito mucho sobre eso, ¿por qué esta vez sería la definitiva?

–¡Es que ya comenzó en 1417 con el descubrimiento del manuscrito de Tito Lucrecio Caro Sobre la naturaleza de las cosas! Ese libro, materialista, atomista, sensualista, empírico, ateo si lo miramos desde el cristianismo, ha sido una formidable caja de herramientas para luchar contra la visión del mundo cristiano. Siempre que el cristianismo estuvo minado en la historia de Occidente, siempre hubo algún discípulo de Lucrecio: el Renacimiento con Erasmo y Montaigne, los libertinos y el iluminismo del siglo XVII, el socialismo del XIX con el marxismo, el psicoanálisis (no sólo la fórmula freudiana), el existencialismo sartreano, la deconstrucción francesa. Todo eso, ayudado por la vanguardia estética del nihilismo, del futurismo, del dadaísmo, etc., precipitó lo que quedaba aún en pie. Esos pensamientos generaron efectos en la historia como el bolchevismo soviético, la respuesta del nacionalsocialismo, el imperio marxista leninista o los fascismos europeos que llevaron desgraciadamente lejos al nihilismo y a la negatividad. Veo difícil que Occidente se recupere del descubrimiento de los campos de la muerte nazis. ¿Qué espiritualidad será lo suficientemente fuerte como para poder digerir ese infierno?

–En Decadencia usted también pone como principio del fin de Occidente su silencio en torno a la fatwa contra el escritor Salman Rushdie, decretada por Jomeini en 1989. Tras los atentados recientes que han sufrido Francia y Europa, ¿cuáles serían las rupturas y las continuidades que plantean estos hechos distanciados por 27 años?

–La condena a Rushdie es un punto de ruptura ya que la caída del shah de Irán en 1979 (deseada por los Estados Unidos y sus aliados) y su reemplazo por la revolución islámica del ayatollahJomeini (que volvió a Teherán desde su exilio en Francia) cambió todo el panorama mundial. El islam laico de Irak, de Libia, de Túnez, de Marruecos o de Argelia pasó a un segundo plano con el Islam teocrático iraní. El ayatollah alcanzó su deseo de hacer escuchar una voz antiamericana y antisionista a nivel planetario. Y Occidente no vio venir nada de eso, incluso colaboró para que así fuera. ¡Pienso incluso en el rol de Michel Foucault con sus elogios a esa revolución bajo el pretexto de que ella aseguraría el retorno de lo espiritual a la política! Cuando Irán condenó a muerte a un escritor británico de origen indio, un europeo digamos, sólo por haber escrito una novela, una ficción, Occidente se encontró desamparado ante esta vuelta de su tradicional relación conflictiva con el Islam. Desgraciadamente los Estados Unidos, junto con Francia, han llevado una política agresiva contra varios países musulmanes. Guerras que han costado la vida de cuatro millones de musulmanes. Nos encontramos presos en un engranaje y sin otra respuesta que una agresión militar inútil para detener el fuego del terrorismo, que ataca donde y cuando quiere. Occidente se encuentra en una mala situación y no veo cómo podrá salir de esta trampa.

–1917-2017, ¿cien años de qué? ¿Una fecha a celebrar o la Revolución Rusa debe ser considerada como otro más de esos “momentos de negatividad necesarios para tener luego más positividad”?

–Cien años de mitología de la alegría de los pueblos, de la realización de la humanidad, del triunfo del proletariado, de la creación de un hombre nuevo, de lucha contra la explotación capitalista, de la abolición de la alienación y, al final de cuentas, cien millones de muertos. Una cifra que es bastante más elevada de la que produjeron los fascismos de extrema derecha, pero que lo políticamente correcto prohíbe decir. El anarquista ruso Voline había dicho tempranamente en su libro La revolución desconocida que la revolución bolchevique fue un golpe de Estado y que Lenin no aseguraría el poder a la autogestión de los soviets sino a la del partido, a su partido, a golpes de asesinatos y gulags. Cuando los marinos del Cronstadt demandan que todo vuelva a los soviets en 1921, Lenin, ya asociado al Ejército Rojo de Trotski, ordena abrir fuego contra ellos... El libertario que soy es antimarxista, antileninista y anti marxista leninista. Más aún, veo en esa falsa revolución así como en el totalitarismo nazi una verdadera dictadura, la firma de Tánatos. Por eso consagro mi vida a la lucha contra toda tanatofilia. Ese es el sentido de mi hedonismo.