En las alturas 19 Sep 2017

En las alturas

Revista Otra parte | Demián Paredes

 

Escrita en 1959 (y publicada treinta años después), En las alturas ya contiene todo lo que caracterizará —en formas y en temas— la obra narrativa de Thomas Bernhard: el odio y desprecio a las instituciones (gobiernos e iglesias), la desazón e incomodidad como individuo —disconformidad, “desubicación” — y la muerte como “gran final común”, total, ineluctable. Autobiográfico en más de un aspecto, este primer libro desarrolla varias ideas que fueron generando sus vivencias (“pensamientos [que] se acumulan y se resisten a ser anotados en mi encéfalo”), caracterizadas en su origen por una infancia en condiciones brutales, en la inmediata posguerra, en la bombardeada Salzburgo: Bernhard pasó su niñez en un internado, conviviendo —malviviendo— con todas las secuelas y cargas de un país nazi derrotado (convirtiéndose, reciclándose, hipócritamente) y con problemas pulmonares de por vida. Son experiencias “de shock” (cuasi permanentes), narradas en un ciclo autobiográfico, al que ahora se puede sumar esta obra temprana.

En las alturas incluye alusiones directas a un período de la vida de Bernhard: su trabajo como periodista (“colaborador independiente del Demokratisches Volksblatt, digo riéndome”), como corresponsal en tribunales, con sus hechos y personas aparejados. Acontecimientos “incidentales”, en un largo discurso espiralado (historias que se discontinúan —incluyendo una en suspense con su perro—), con varios personajes, de aparición intermitente, que versan sobre los tópicos bernhardianos.

Bernhard es capaz de hacer tanto afirmaciones rotundamente desesperanzadas (“el mundo es un gigantesco catafalco”; “de qué sirve pensar, lo hace todo aún más insoportable”; “quien ve mucho, ve mucha fealdad”) como pronósticos de aires kafkianos o dostoievskianos: “puede ser que ya mañana me siente en el banquillo de los criminales, para ello reúno las condiciones, como todos”.

Pero si bien los escritos de Bernhard pueden ser afines a ciertos temas de Kafka (maquinarias burocráticas que aniquilan al individuo) y de Beckett (el absurdo y “sinsentido” de la vida), seguramente él habría preferido que lo filiaran a Schopenhauer y a Montaigne, dos de sus autores favoritos. También cabría sumar a Lautréamont (“esa línea se podría continuar, desarrollar, convertirse en poema, en un jirón, en un abyecto jirón de viento y podredumbre”) y al “malditismo” (“revuelvo los manuscritos, este montón, estas pilas de papel, arranco una página aquí, una página allá, diez páginas, veinte páginas, cien páginas y las tiro a la estufa, / me asquean, no encuentro nada, nada, ni una coma, lo quemaré todo”). La decisión de practicar consecuentemente en cada libro variaciones sobre la misma partitura, con ostinato rigore, cuajó en una escritura singularísima, “única en su especie”, que repite obsesivamente desánimo, derrota, desesperanza.

Libro al que se lo ha catalogado como “experimento”, “diario”, “cuaderno de apuntes”, incluso “surrealista”, En las alturas podría también denominarse, más sencillamente, “poema narrativo”. Una obra dinámica y sorprendente, que contiene “todo Bernhard” in nuce.