En las alturas 13 Nov 2017

Las primeras músicas de Bernhard

Blog de Eterna cadencia | Martín Libster

Se edita una de sus novelas de juventud

"Un borrador que permite leer entre líneas el desarrollo posterior de un escritor genial, tal vez el más grande prosista en lengua alemana de la segunda mitad del siglo XX": una lectura de En las alturas (El cuenco de plata) texto escrito en 1959 y publicado treinta años más tarde, a cargo de Martín Libster.

 

Los editores gustan de citar en la contratapa de los libros (y, en las ediciones norteamericanas y británicas, incluso en la propia cubierta) comentarios elogiosos sobre las obras contenidas en esas páginas; es una antigua estrategia de marketing que, a juzgar por su persistencia, debe funcionar. La exageración es la norma del género: todo es extraordinario, imprescindible y originalísimo. Los libros de Thomas Bernhard, por caso, suelen incluir la siguiente recomendación: “Durante todos estos años nos hemos preguntado qué aspecto tendría lo Nuevo [...] Aquí está lo Nuevo”. Por supuesto, en este tipo de comentarios (muchos de ellos motivados por la amistad) lo único que vale es el nombre de quien los firma. En este caso, quien firma es Ingeborg Bachmann, quien seguramente era amiga de Bernhard pero fue, además, una de las más grandes poetas en lengua alemana de la posguerra. Pero hay algo más interesante: el año en que estas palabras fueron escritas (1969).

El año es significativo porque, en ese momento, Thomas Bernhard tenía 38 años; su carrera había comenzado hacía doce, con la publicación de libros de poemas y narraciones, y si bien nada era exactamente convencional, tampoco era fácil prefigurar el rumbo radical que la narrativa de Bernhard iba a tomar en el futuro. Pero Bachmann contaba con una pista. El primer movimiento de esta evolución se había producido dos años antes; la segunda parte de la novela Trastorno (segunda publicada por el autor) tenía la forma del monólogo demencial del príncipe Saurau, quien vive aislado en su castillo. Ahí están los temas que Bernhard desarrollaría en toda su obra posterior: la soledad, el arte, la locura, la enfermedad y la muerte. Pero, por primera vez, Bernhard parecía haber encontrado la forma (“lo Nuevo”) que correspondía a esos materiales. De ahí en adelante, su obra será una larga variación sobre estos temas. Si bien se trata de una carrera pareja y relativamente uniforme, es posible distinguir entre sus libros algunos puntos muy altos: Corrección (que la crítica suele considerar su mejor novela), los cinco libros agrupados en castellano en el volumen Relatos Autobiográficos, Maestros Antiguos. Los lectores hispanoparlantes tenemos, por lo demás, la suerte de contar con un traductor extraordinario, Miguel Sáenz, que tradujo todos los libros de Bernhard publicados en nuestra lengua excepto uno. La voz de Bernhard es, para nosotros, la de Sáenz, y es una suerte, porque es una voz a la vez fiel y excepcionalmente dotada para resolver los miles de problemas que plantea la sintaxis enloquecida del autor.

Como el propio traductor cuenta en el prólogo, En las alturas. Tentativa de salvamento, absurdo (El Cuenco de Plata) es la primera “novela” escrita por Bernhard y la última en publicarse, en 1989, dos semanas después de la muerte de su autor. La formación musical de Bernhard, un tema que aparece repetidamente en su obra (Glenn Gould es una figura prominente en El Malogrado; el protagonista de Hormigón intenta escribir un estudio sobre Felix Mendelssohn; muchos de los momentos más felices de su pentalogía autobiográfica están asociados al aprendizaje del canto), deja su marca en este texto en verso, en el que los varios elementos de la trama se entremezclan y recurren al modo de una melodía. El mayor atractivo del libro (que es básicamente un Bernhard para fanáticos, una suerte de lado B de su obra) es que este deja leer, en embrión, los elementos que el autor desarrollará en su obra futura: la misantropía, la relación de amor-odio con su tierra natal (que tantos enemigos le granjeara en vida y aun después de muerto), el conflicto entre el arte y la política cultural (“nada contra la cultura de la gran ciudad, nada contra las exposiciones, todo contra el ministro que ha inaugurado la exposición”). El estilo de Bernhard, esa música que suena en sus mejores obras, está presente, pero la estructura de la novela es tal vez demasiado caótica para que podamos oírla claramente (podría decirse que el estilo maduro de Bernhard es el que logra organizar ese caos para hacerlo comprensible). En las alturas tiene fragmentos de gran belleza que aparecen confundidos, muchas veces en el mismo párrafo, con las exigencias de la trama, que les restan intensidad (las novelas posteriores del autor apenas si cuentan una historia; la prioridad está puesta en su estilo reflexivo). Sin embargo, están también aquí los fragmentos “filosóficos” que son una de sus marcas de autor (“Todos viven al menos tres vidas, una real, una imaginada y otra no percibida”) y la desesperación por decirlo todo que permea sus libros y hasta el ritmo de aparición de los mismos (Bernhard publicó dos o tres libros por año durante casi toda su carrera).

Escrita en 1959 y publicada treinta años más tarde, En las alturas es un texto de juventud que desluce un poco frente a la obra imponente que su autor edificaría en las próximas tres décadas. Se diría que si el texto fue publicado originalmente en alemán y luego traducido a diversas lenguas es más por la carrera anterior (o posterior) de Bernhard que por sus cualidades intrínsecas. Como afirma y luego niega en el prólogo su traductor, se trata más bien de un “cuaderno de apuntes”, un borrador. Pero es un borrador que permite leer entre líneas el desarrollo posterior de un escritor genial, tal vez el más grande prosista en lengua alemana de la segunda mitad del siglo XX.