Pasiones heréticas 15 Jun 2005

Cartas desde los extremos

La Voz del Interior | Gustavo Pablos

 

Vida y obra de Pier Paolo Pasolini estuvieron alentadas por una búsqueda donde los extremos no siempre se reconciliaron. Desde sus comienzos como poeta en el norte de Italia (cultivando el dialecto friulano) hasta los oscuros episodios que rodearon su brutal asesinato cerca de Roma, en 1975, la tensión entre cierta forma de religiosidad (cristiana) y la exigencia de un cambio social (marxista) no encontrará una solución que despeje toda contradicción.

En una carta a Carlo Bertocchi dirá: “Para mí, en este momento las palabras de Cristo ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo' significan ‘Haz reformas estructurales'”.

Pasolini hizo arte con la misma pasión con que vivió, y eso lo condujo a ver la dimensión íntima y la artística (fue poeta, novelista, guionista, director de cine, dramaturgo, semiólogo), como dos esferas necesariamente ligadas. Como protagonista de una época donde la actividad literaria y artística estaban asociadas a una reflexión sobre las estructuras políticas, sociales, económicas y afectivas de la sociedad, su gesto excedió el ámbito de lo más cercano y cenacular para buscar formas de intervención sobre esas mismas estructuras.

El presente volumen reúne una parte de su correspondencia a amigos, escritores y artistas desde 1940 hasta su muerte (en una excelente traducción de Diego Bentivegna y con un prólogo de Daniel Link que ofrece interesantes líneas de lectura). Del recorrido por las cartas los lectores quizá se encuentren ante dos convicciones.

Por un lado, la de estar ante un artista de otra época (a pesar de que su gesto aún puede ser recuperado), evidente en la confesión de algunas cartas (por ejemplo, la lectura de un conjunto de textos de un amigo, no sólo la realizaba desde la mera preceptiva artística, sino también desde la moral y el compromiso de un militante). Por otro lado, la de sentir las oscilaciones y la pasión de un hombre que necesitaba de la escritura para dejar constancia de su inadecuación y falta de armonía con las condiciones del mundo.

En una carta a Franco Farolfi de julio de 1940 declara: “No sé cómo vestirme ni cómo pensar dentro de mí, ni cómo comportarme con los otros; las horas, los sucesos y los hábitos, cosas que querría destruir, vuelven a atraparme en su movimiento”. Esa sensación de ajenidad se convierte en motivo para la escritura, y para que de ella sea posible “hacer una experiencia”.

Ese proceso de hacer una experiencia se puede traducir como la oportunidad de transformar la materia incandescente de la vida en un registro escrito que cambiará al destinador (y también al destinatario). La carta se convierte en excusa para crear con un interlocutor lejano, y en un tiempo diferido, el espacio donde es posible una confesión o una intervención. Pero ese paso, la circulación de relatos entre uno y otro, también posibilitará que la transformación se extienda con el tiempo hacia quienes prolongaran con su lectura la vida de esas páginas. De ahí la riqueza de las cartas, y quizá la causa que incentiva su conservación por parte de quienes las reciben.

En la correspondencia de Pasolini se percibe una solidaridad que las transformaciones del mundo parecen haber convertido en un anacronismo en la comunidad de los artistas y de los intelectuales, como en la más amplia comunidad de los ciudadanos. Esa solidaridad tal vez pueda sintetizarse en la siguiente frase (aunque no pertenezca al autor de estas cartas): “no escribo sólo para satisfacer el pedido de los demás, también lo hago para satisfacer mi propia necesidad”. Una necesidad que expresa, en cierto modo, una intención hacia el otro, un deseo de comunidad. Pero ya no una comunidad de semejantes sino de diferentes, una comunidad donde sus integrantes, a partir de una acuerdo básico, pueden entregarse al juego político de la diferencia.