Pasiones heréticas 05 Jun 2005

El eros y la honestidad

La Capital | Fernando Toloza

"Pasiones heréticas", libro que publica El Cuenco de Plata, recorre la vida y las obsesiones del gran escritor y cineasta italiano a través de su correspondencia.

 

"Pasiones heréticas" selecciona un número bien provisto de cartas del escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini redactadas entre 1940 y 1975, este último el año de su muerte, asesinado en la playa de Ostia. El traductor y seleccionador del corpus, Diego Bentivegna, eligió el orden cronológico para presentar las cartas y también brinda, a través del índice, la posibilidad de un recorrido diferente a partir de un agrupamiento temático. De esta última manera, es posible acercarse a las cartas a través de nueve series que atraviesan las más de tres décadas que abarca el epistolario. Las series dan una idea de los intereses de Pasolini: eros, lengua, escritura, familia, rabia, escucha, pedagogía, cine y religiosidad.

El epistolario comienza en junio de 1940. El mundo está en guerra y aunque a veces Pasolini parece vivir en otro universo, señala en la primera carta el achicamiento de la experiencia vital, subjetiva, frente a los hechos de la guerra y la muerte. "Durante estos días han sucedido cosas de tanta importancia, que frente a ellas todas nuestras cosas privadas se desvanecen y se transforman en grotescas; vivo en un nebuloso estado permanente y me encuentro siempre a la expectativa de no sé qué cosa", escribe en la carta que abre esta colección.

La correspondencia se inicia en la ciudad de Bolonia, donde Pasolini nació, pero pronto el escritor se va a vivir al campo, a Casarsa. Allí vio, en principio, un lugar donde pasar el verano pero luego se transformó en un refugio tanto contra la guerra como para poder escribir, para encontrar el sustrato desde el cual erigirse como autor.

Las cartas desde Casarsa, u ocasionalmente desde Bolonia, revelan al Pasolini joven y son usadas como laboratorio de ideas, de gustos, de encuentros y desencuentros. Los corresponsales son amigos de la ciudad con los que mantiene un intercambio sobre literatura y sobre sus respectivos trabajos como escritores aprendices. En estas primeras cartas Pasolini incluye poemas propios, pide o simula pedir consejo, aconseja y debate. Son cartas extensas y ricas que muestran la forja del autor. A la vez, ponen en evidencia dos vertientes de Pasolini: la incondicionalidad y la irritación. De esos primeros corresponsales, Franco Farolfi por ejemplo, cuenta con el apoyo y cariño incondicionales de Pasolini. Luciano Serra recibe, en cambio, la parte de la irritación y el malhumor.

Esa doble vertiente reaparece en otros momentos del epistolario, y no se entiende del todo por qué Pasolini se molestaba en contestar cartas a gente que lo irritaba, es como si hubiese necesitado una compensación de cierto carácter angélico con una escritura demónica, que aflorase frente a lo que, en sus términos, sería la estupidez. Sin embargo, las separaciones tajantes no funcionan en Pasolini: le escribirá justamente a Serra, al que maltrataba seguido, sobre la muerte de su hermano Guido Pasolini a manos de una brigada comunista que quería aliarse con Tito en el fin de la Segunda Guerra.

La vida en el campo lo lleva, de alguna manera, a un trabajo sobre los dialectos y a escribir poesía por fuera del italiano, como si ante la monstruosidad del fascismo en el idioma común hubiese necesitado el recurso a otra lengua. Sus versos en dialecto atrajeron la atención del profesor Gianfranco Contini, quien se transformaría en uno de los corresponsales de Pasolini durante treinta años. Un corresponsal al cual el escritor siempre tendría en alta estima, algo parecido a su conciencia en cuanto a literatura se refiere.

El traslado de Pasolini a Roma interrumpe la extensión de las cartas y el tono de escritor serio, aunque un tanto amateur, cambia por el de un autor que se está profesionalizando y que ha comenzado a trabajar para el cine. A medida que pase el tiempo, Pasolini se quejará cada vez más de que no le alcanza el tiempo y las cartas, al menos en lo que muestra esta edición, serán más puntuales, redactadas por intereses específicos, es decir, tendrán cada vez menos de reafirmación de su elección artística y vital como habían sido las primeras.

A mediados de la década del cuarenta Pasolini comienza a referirse claramente a su homosexualidad. Uno de los corresponsales es Farolfi, a quien en algún momento también le había hablado de muchachas. Una carta escrita desde Casarsa en 1948 deja en claro el tema, despeja la niebla que parecía rondar sobre la elección sexual de Pasolini: "Mi homosexualidad ha entrado en mi conciencia hace ya varios años y en mis hábitos ya no es más otro dentro de mí. Debí superar mis propios escrúpulos, insatisfacciones, honestidad, pero, en fin, quizá ensangrentado y cubierto de cicatrices, logré sobrevivir salvando ambas cosas, es decir, el eros y la honestidad".

En el mismo sentido operan las cartas a Silvana Mauri, una mujer que se adivina estuvo enamorada de Pasolini y a la que él le habría dado la esperanza que puede otorgar la ambigüedad. Pero los temas no son nunca excluyentes, en las cartas a Mauri también está presente el interés por la escritura.

Las cartas permiten a su vez acercarse al momento clave que fue la publicación de la primera novela de Pasolini, "Muchachos de la calle", en 1955. La prehistoria de la obra, el elogio, "la denigración atroz" que hicieron algunos sectores y el éxito de público ("Me encuentro sobrepasado por el torrente de elogios y de injurias", le escribe al editor Garzanti) están en una serie de misivas.

A la par que las cartas pierden extensión ganan, a veces, en precisión y en el prestigio de corresponsales, aunque Pasolini no escriba en general lo más interesante para los nombres famosos. Desde comienzos de lo sesenta surgen los nombres "universales". Al poeta ruso Evgenij Evtushenko le escribe para ofrecerle el papel de Cristo en la película "El Evangelio según Mateo". A Jean Luc Godard para acordar sobre una actriz que estaba filmando con el director de "Chinoise" y que Pasolini quería contratar para su filme "Teorema". A Allen Ginsberg para hablar de la diferencia entre sus respectivos lenguajes revolucionarios. A Leonardo Sciascia para hacerle una propuesta teatral. A Luchino Visconti para un admirado ajuste de cuentas. Al poeta Sandro Penna para decirle que la santidad, o los santos, son graciosos y patéticos.

A treinta años de su muerte, las cartas de Pasolini lo muestran en busca de esa honestidad que lo convirtió en una molestia, en el aguafiestas que era capaz de meterse tanto en las tierras sagradas del comunismo como en las del cristianismo y salir al cruce de las imposturas. Un camino difícil, que dejó una obra valiosa porque, como le aconsejaba Pasolini a un joven poeta en una de estas cartas que publica El Cuenco de Plata, "no hay nada mejor que luchar contra las dificultades, la facilidad, en general, es la peor enemiga de la poesía y de la buena literatura".