Pasiones heréticas 22 May 2005

Robusta fragilidad del artista

La Nación | Alejandro Patat

 

Las cartas de Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922 - Roma, 1975), dirigidas a diversos destinatarios elegidos por él con extrema cautela, constituyen el testimonio más íntimo de un personaje que en los últimos años de su vida, antes de ser asesinado en una playa cercana a Roma, alcanzó tal notoriedad pública que cuanto hiciera, dijera y pensara terminó por afectar el debate intelectual italiano y europeo. Es precisamente en ese cruce entre la dimensión externa o pública, que lo agobia, y la dimensión privada, que sólo a veces lo contiene, donde se hace visible cómo se fue constituyendo, a lo largo de treinta y cinco años, la frágil y al mismo tiempo robusta personalidad interior de este artista polifacético.

 Pasiones heréticas. Correspondencia 1940-1975, volumen traducido y cuidado por Diego Bentivegna, es una criteriosa antología de las cartas recogidas por Nico Naldini, primo de Pasolini. Todo el epistolario podría dividirse en dos períodos: el de la vida en el pueblito friulano de Casarsa (de 1940 a 1950) y el de Roma (de 1950 a 1975).

En el primero, se nos presenta un Pasolini jovencísimo en diálogo con sus amigos boloñeses, Franco Farolfi y Luciano Serra, a quienes confiesa sus sentimientos más hondos y con los que comparte su entusiasmo por la poesía, por la pintura y por la música. La imagen que emerge es la de alguien que persigue un solo objetivo: transformarse plenamente en un artista. Es así como ya en las primeras cartas cobra peso el valor poético de su escritura epistolar, el tono sentencioso que caracterizá su obra y esa deslumbrante capacidad de análisis y de autoindagación que le valió tantos enemigos. Por ejemplo, en 1943, en una intensa misiva a Farolfi, explicita su turbación ante la propia dificultad para escindir de su dimensión puramente temporal las fuerzas anímicas y corpóreas: "si bebo un vaso de vino y río estridentemente con los amigos, me veo beber y me escucho gritar, con desesperación inmensa y triste, con una nostalgia prematura de todo lo que hago y gozo". Al tiempo que lee a los nuevos poetas (Ungaretti, Montale y Quasimodo), regresando siempre a los clásicos (Carducci y Leopardi, Manzoni y Petrarca), Pasolini compone en estos años sus poesías friulianas, recogidas más tarde en el volumen La mejor juventud. El hecho que marca un antes y un después en su existencia, en una carta desde el universo mítico de Casarsa, identificado con esa pureza originaria del alma y del cuerpo que Pasolini buscó desesperadamente en toda su obra, es la noticia de la muerte de Guido, su hermano partisano, acribillado por una facción de la resistencia antifascista contraria a la suya. En esa tensa carta funérea, Pasolini toma conciencia de que su vida estará signada por la idea de sacrificio ("la terrible, oscura inhumanidad de la muerte se me ha hecho más clara"): es la elección cristológica, basada en la política del escándalo, la que lo lleva lentamente de la periferia al centro, de la poesía a la narrativa (novela y cine), del dialecto al italiano.

Es en el segundo conjunto de cartas, precisamente, donde se cumple este pasaje. Allí sobresale el deseo de ser sincero y, por lo tanto, de ser amado. La cuestión de la homosexualidad surge en su primera carta desde Roma, donde -anota- esa elección se ha vuelto el único modo de conservar la bondad y la honestidad primigenias. Pasolini se adentra cada vez más en su vocación sacrificial que confirma toda elección no como un peso sino "como una cruz". Sus nuevos amigos Silvana Mauri, Sandro Penna, Attilio Bertolucci, Vittorio Sereni, Alberto Moravia, Italo Calvino y todo el grupo de la revista Officina, entre los cuales se encuentra Franco Fortini, son parte de ese ambiente literario que había evitado durante sus primeros años en Roma, pero del que luego será sangre y alimento. Mientras que Tonuti y Ninetto Davoli, las dos personas que más amó, son personajes y casi nunca destinatarios de sus cartas, todos esos intelectuales son amigos a los que da testimonio de la catástrofe del amor, que es, en fin, la clave de la acabada metamorfosis del joven en artista, presa, como él mismo dice, del furor poeticus o ansia frenética de escribir, pintar, filmar, crear. Las cartas son apresuradas y cambian el tono afable y dulce de los primeros años por una vena siempre más incisiva, polémica, demoledora. Se afianza su lucha personal contra la prensa "clérigofascista" y "burguesa" que ataca sus escritos y contra la burocracia enquistada en el partido comunista italiano.

Todo el epistolario, sin embargo, está atravesado por un interlocutor con el que Pasolini no cambia nunca de registro. Se trata de Gianfranco Contini, filólogo italiano al que consideró su maestro desde la juventud. En esa decisión, es evidente un dato claro e inequívoco: en todo momento, Pasolini es consciente de que su obra debía responder a un sistema - estrictamente el de la literatura y de la cultura italianas del siglo XX- que él eligió como referente de acción y de reacción. Por ello, no es posible estar de acuerdo con cuanto Daniel Link y Diego Bentivegna sostienen en el prólogo y en la nota introductoria al libro; esto es, que las cartas de Pasolini no han de leerse como documentos o testimonios de las fases de creación poéticas, sino como "motor productivo de una escritura vital, intrincada, contaminada de cuerpo y de mundo". A decir verdad, ambas lecturas son indistinguibles: porque, si bien es cierto que Pasolini constituye un "caso" literario y estético que trasciende fronteras y poéticas, sus cartas no pueden pensarse sino en su contexto y en función de esos personajes centrales de la cultura italiana que él privilegió en esa compleja dimensión privada rayana en lo público para difundir sus sentimientos y sus ideas, con una voz que fue adquiriendo con el tiempo el timbre de la desesperación.

Este año se cumplirán treinta años del asesinato del creador de libros de poemas (Las cenizas de Gramsci), novelas (Una vida violenta), ensayos (Cartas luteranas) y películas notables (Accattone). Todos los ámbitos de la cultura italiana actual han puesto nuevamente en discusión su vida y su prolífica obra, aceptando sin más la clarividencia de su voz profética.