Discurso perfecto 26 Dic 2013

La rabia de Flaubert

El Litoral | Philippe Sollers

En “Discurso perfecto”, ensayos sobre literatura y arte, Philippe Sollers se acerca a Nietzsche, Sade Stendhal, Baudelaire, Verlaine, Céline Michaux, Martha Argerich, Van Gogh, entre otros. Transcribimos aquí uno de esos ensayos, publicados por el Cuenco de Plata, con la traducción de Silvio Mattoni.

 

Veamos a Flaubert el sábado 21 de setiembre de 1878 en el Diario de Edmond de Goncourt: “Flaubert, a condición de que se le concedan los papeles principales y se lo deje enfriarse por las ventanas que abre a cada momento, es un camarada muy agradable. Tiene una gran jovialidad y una risa de niño, que son contagiosas; y en el contacto de la vida de todos los días se desarrolla en él una gran afectividad, que no deja de tener su encanto”.

Este Goncourt no entiende nada, como es obvio, pero nos brinda una preciosa información sobre la apertura de las ventanas. Flaubert se ahoga, se sofoca, su Bouvard y Pécuchet le cuesta muchísimo, es un libraco infernal, atroz, que lo lleva directo a la muerte. “Mi objetivo secreto es embrutecer de tal modo al lector que se vuelva loco. Pero mi objetivo no será alcanzado, por la sencilla razón de que mi lector no me leerá. Se habrá dormido desde el comienzo”.

No se ha insistido lo suficiente, en mi opinión, sobre el descubrimiento fundamental de Flaubert, su rasgo genial, su pasión, su rabia. Sartre ese equivocó al inventar para él el papel de “idiota de la familia”, cuando debe haber sido el primero que exploró el continente infinito de la Estupidez. Desde ese punto de vista, Flaubert es Copérnico, Galileo, Newton; antes de él, no se sabía que la Estupidez gobernaba el mundo. “Conozco la Estupidez. La estudio. Ahí está el enemigo. E incluso no hay otro enemigo. Me encarnizo con ella a la medida de mis medios. La obra que realizo podría llevar como subtítulo ‘enciclopedia de la Estupidez humana’ ”.

Estupidez de la política, estupidez de la literatura, estupidez de la crítica, mediocridad inflada para todo, hay que decir que el final del siglo XIX se presenta como un resumen de todos los siglos, lo que tiene la virtud de poner furioso a Flaubert. El Poder es estúpido, la religión es estúpida, el orden moral es insoportable, burgueses o socialistas son igual de imbéciles unos y otros, y lo que los une a todos, prueba suprema de la Estupidez, es un mismo odio al arte: “¿A quién le gusta el Arte hoy? A nadie (esta es mi íntima convicción). ¡Los más hábiles sólo piensan en ellos, en su éxito, en sus ediciones, en su propaganda! ¿Si supieran cuánto me han desalentado a menudo mis colegas! Y hablo de los mejores”. Hay que leer en este punto (o releer) la gran carta a Maupassant, de febrero de 1880, que es profética. Un programa de purificación del pasado está en marcha bajo el nombre de moralidad, pero en realidad (y allí estamos actualmente) por medio de la instauración de un chato conformismo fanático. Habrán de suprimir, dice Flaubert, todos los clásicos griegos y romanos, Aristófanes, Horacio, Virgilio. Pero también Shakespeare, Goethe, Cervantes, Rabelais, Molière, La Fontaine, Voltaire, Rousseau. Tras lo cual, agrega, “habrá que suprimir los libros de historia que ensucian la imaginación”.

Flaubert llega lejos: las ideas aceptadas deben reemplazar el pensamiento, en el fondo de la estupidez hay un “odio inconsciente al estilo”, un “odio a la literatura” misterioso, animal, ya se trate de gobiernos, editores, jefes de redacción de los diarios, críticos “autorizados”. La sociedad se vuelve una enorme “farsa” donde, según dice, “los honores deshonran, los títulos degradan, la función embrutece”. ¿Se presentan Renan a la Academia francesa? ¡Qué “modestia”! “¿Por qué, cuando es alguien, quiere ser algo?”. Saber leer y escribir es un don, sin duda, pero también una maldición: “Desde el momento en que sabemos escribir, no somos serios, y nuestros amigos nos tratan como a un chico”. En suma, el ser humano está volviéndose irrespirable. En enero de 1880, hacia el final de su existencia física de santo alucinado, Flaubert le escribe a Edma Roger des Genettes (su correspondencia favorita, con Léonie Brainne y su sobrina Caroline, más bien mujeres por lo tanto): “Pasé dos meses y medio absolutamente solo, como un oso de las cavernas, y en resumen totalmente bien, puesto que no veía a nadie y no escuchaba decir estupideces. El carácter insoportable de la tontería humana se ha vuelto en mí una enfermedad, y esto es decir poco. Casi todos los humanos tienen el don de exasperarme y no respiro libremente sino en el desierto”. Una pregunta simple: ¿qué diría Flaubert hoy? Otra profecía plenamente realizada. “La importancia que se da a los órganos urogenitales me asombra cada vez más”. Lo que faltaba: el sexo mismo está volviéndose Estúpido.