Discurso perfecto 07 Mar 2014

Para Philippe Sollers la literatura es una experiencia del cuerpo

Télam | Osvaldo Quiroga

En casi todos sus ensayos, Philippe Sollers, uno de los intelectuales más prestigiosos de la cultura europea contemporánea, muestra su deuda con Nietzsche. No por casualidad una de sus últimas novelas, Una vida divina, está basada en la figura del autor de Genealogía de la moral.

 

Fundador de la revista Tel Quel, publicación central en la vanguardia literaria francesa, Philippe Sollers es uno de esos escritores inclasificables, capaz de combinar el ensayo y la ficción de tal manera que resulta imposible separarlos. En el siglo de Sartre, de Derridá, de Foucault, de Deleuze, de Lacan, el mismo Sollers ha dejado su impronta. Su filosofía de vida podría resumirse en esta afirmación: “Para saber escribir –dijo- hay que saber leer. Y para saber leer hay que saber vivir. Si uno quiere escribir mucho, tiene que leer mucho y vivir mucho”.
 
En Discurso perfecto. Ensayos sobre literatura y arte, que publicó El cuenco de plata, se incluyen ensayos sobre Shakespeare, Sade, Rimbaud, Poe, Céline, Beckett, Joyce y Fitzgerald, entre los escritores, pero también hay páginas sobre música y reflexiones sobre las obras de Renoir, Van Gogh y Bacon. El estilo de Sollers es directo, y como sostiene Silvio Mattoni, “el autor sigue planteando combates. Su mirada sobre el presente no deja de introducir ácidas críticas en cada frase, y aquello que defiende –las pasiones de la lectura y del arte, la defensa del escribir por encima de todo, el erotismo de la escritura- sigue basándose en lo mejor de la cultura francesa del siglo XX”.
 
Hay dos ideas centrales en todos sus ensayos y rondan sobre las verdades del arte y del erotismo, este último, claro, entendido como dimensión poética tanto de los cuerpos como de la escritura. Para Sollers la verdad estética es prima hermana de la verdad erótica. Él formula, algunas veces de manera explícita, que la dimensión erótica es el alma de toda obra que se precie de artística. En ese sentido sigue los pasos de Bataille, otro escritor francés que aparece en las páginas de Discurso perfecto. No en vano, en un ensayo titulado “El amor de Shakespeare”, cita al genial bardo: “Aprendes a leer lo que en silencio el amor escribe. El amor sutil sabe escuchar con los ojos. Si no es cierto, entonces nadie amó nunca y no escribí nada”.

La escritura de Sollers es deslumbrante. Y en Discurso perfecto se hace visible su capacidad  para conectar mundos aparentemente distantes, su habilidad para manejar las citas, su profunda cultura y, sobre todo, la ausencia de todo acartonamiento. En ese sentido este libro es una delicia para cualquier lector. Cuando aborda a Céline, poeta maldito si los hay, antisemita confeso, sorprende con esta afirmación: “Se olvida demasiado rápido que Céline es un gran escritor cómico, a veces aterrador, por cierto, pero profundamente cómico. La risa de Céline es tan aguda y enorme como su experiencia del delirio y su convicción de la nada”. Cuando aborda a Antonin Artaud, el autor de El teatro y su doble, se refiere al extremo dolor que pasó el poeta. Porque en la locura, es cierto, no hay nada que beneficie al sujeto. La locura es una agonía que bloquea al creador. Si Artaud escribió libros maravillosos fue porque pudo sobreponerse, en algunas etapas de la vida, a la psicosis. “El electroshock –escribe Artaud- me desespera, me quita la memoria, aletarga mi pensamiento y mi corazón, me convierte en un ausente que se sabe ausente y se ve durante semanas persiguiendo su ser, como un muerto junto a un vivo que ya no es él, que exige su regreso y en donde él ya no puede entrar”.

 El erotismo y la religión en Bataille, escenas de la accidentada vida del Marqués de Sade, la poesía de Baudelaire, la rabia de Flaubert y la accidentada vida de Rimbaud son parte de algunas de las mejores páginas de Discurso perfecto. Cuando aborda a Samuel Beckett, lejos de referirse a Esperando a Godot, su obra más emblemática, cuenta los últimos días del genial escritor en un geriátrico y nos deja un retrato conmovedor: el de un hombre que hasta el último minuto, aún en el sopor y delirio de la inminencia de la muerte, recitaba poemas. Lo que sucede es que los grandes autores, aquellos que dejan su existencia en la búsqueda de la palabra exacta, los mismos que se comprometen con su obra por encima del reconocimiento de sus pares y de las opiniones de los críticos de la época, ellos, y no otros, saben que la literatura puede ser más verdadera que la vida.
 
Al margen de toda solemnidad, Philippe Sollers le dedica un ensayo a la risa. La risa como algo vital. La de Shakespeare, Molière, Cervantes o Rabelais. Pero también la de los escritores importantes del siglo XX: Proust, Joyce, Kafka, Céline. Para Sollers: “Esa bufonería fundamental también puede expresarse en situaciones trágicas tanto como en escenas cómicas”.
 
Quizá uno de los mayores atractivos de estos ensayos, algunos muy breves, guarden estrecha relación con la deriva intelectual, arte que pocos practican (no saben lo que se pierden) y que consiste, ni más ni menos, que en saltar de un tema a otro como quien anda por calles conocidas pero en las que descubre siempre algo nuevo. Es entendible que muchos en Francia consideren que Sollers es un gran provocador. ¿Pero cómo podría hablarse de las verdades del arte y el erotismo sin cierta provocación? Ensayos tediosos y vacíos abundan. Y cuando se habla en serio, al margen de la charlatanería, y surgen ideas potentes, no siempre demostrables, surge la controversia de manera natural. La predilección del autor por los clásicos no es inocente. En ellos siempre encontramos la palabra cercana que atraviesa el tiempo y nos susurra algo parecido a la verdad. La verdad de cada uno, no la de la moral mediocre, más bien aquella que alcanzamos cuando somos capaces, como Sollers, de vivir la literatura como una experiencia del cuerpo.